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El adiós de Arbeloa, el esforzado lateral que optó por abrazar el populismo
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Gonzalo Cabeza

El adiós de Arbeloa, el esforzado lateral que optó por abrazar el populismo

Ganó casi todo en el fútbol con un rol importante a pesar de que su fútbol era limitado. Lejos del terreno de juego, su identificación con Mourinho alimentó una epoca turbia en el madridismo

Foto: Arbeloa. (Reuters)
Arbeloa. (Reuters)

Futbolísticamente, Álvaro Arbeloa hubiese tenido más sentido en los años 70 u 80. Era un lateral fuerte, duro, difícil de sobrepasar. Cuando físicamente estaba bien, y esto era casi siempre, un hueso duro de roer para cualquier extremo que por sus dominios se aproximase. Una especie de Chendo, por poner un ejemplo madridista de excepción.

Con eso le dio para tener una carrera amplia y condecorada, porque en lo suyo era muy bueno. Sí, es cierto, la tierra se le movió bajo los pies y nunca llegó a ser de los mejores en su posición porque en ataque más bien poco. O nada. Y eso, que en otros tiempos no suponía un problema, en su época ya no se aceptaba con tanto agrado. Arbeloa era un trabajador, no un artista y cuando subía la banda, algo obligatorio ya a estas alturas para alguien de su demarcación, lo intentaba pero rara vez lo conseguía. Era, por lo tanto, un jugador limitado.

Arbeloa no era tonto, ni mucho menos, y desde muy joven supo que dependía de su trabajo para maximizar sus opciones. Cuando te retiras siendo campeón del mundo, de Europa de clubes, de selecciones y demás es que algo has hecho bien. Aunque solo fuese estar en el momento preciso en el lugar perfecto. Algo más, de hecho, pues en no pocos de esos equipos era incluso titular. Bien es cierto, y esto es algo que él mismo reconocería, que probablemente en esos conjuntos era el de menos clase futbolística de todos sus compañeros. Pero es que él jugó en equipazos. Valen igual sus títulos.

Foto: Cristiano sigue sin hablar sobre su futuro. (AFP)

Arbeloa, más allá del césped, era el espartano. El mote nunca tuvo malicia y él lo adaptó con fruición en su época del Real Madrid. Es evidente que entre Esparta y Atenas él era el representante de los primeros. De la sociedad sobremilitarizada, de la preeminencia de lo bélico sobre lo intelectual, el triunfo del trabajo duro sobre el talento. Era más Mourinho que Ancelotti, por ponerlo en términos futbolísticos.

Era muy de Mourinho, de hecho. Tanto que decidió convertirse en el mayor cruzado de su causa. Por aquel entonces ya había vuelto al Real Madrid después de pasar por el Deportivo de la Coruña y el Liverpool. Él, años antes, había sido capitán del Castilla, pero como tantos otros necesitó irse de la capital de España a buscar minutos. Demasiado joven y tierno para el equipo, tampoco Arbeloa es uno de esos jugadores que tira la puerta abajo. Él era más diésel.Ese tiempo con el luso definió su carrera, para bien y para mal. Son días de mediocridad en el madridismo, eso hoy se sabe. Los títulos ganados en tres años, una Liga y una Copa, difícilmente justifican tanto ruido. Porque otra cosa no, pero en aquellos días el Bernabéu se convirtió en una marea de nervios, un plebiscito constante entre unos y otros y una guerra civil como pocos recuerdan otra dentro del club. Tampoco se puede llevar uno las manos a la cabeza, ese es el modelo Mourinho.

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GRA259. MADRID, 17/11/2012.- El entrenador portugués del Real Madrid, José Mourinho (i), da instrucciones a sus jugadores en presencia de su defensa Álvaro Arbeloa (c), durante el partido frente al Athletic correspondiente a la duodécima jornada de la Liga de Primera División disputado en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid. EFE/Kiko Huesca

La elección de ser el pretoriano del jefe

El luso busca enemigos en casa y exige al resto tomar parte. Arbeloa decidió ser su mayor adlátere, el primero de la fila tras la espalda del entrenador. El que aplaude al jefe. Es difícil saber si aquello era táctica o convicción. ¿De verdad creía a pies juntillas que las neuras del patrón eran palabra de dios? ¿O era la aquiescencia con el jefe la mejor, quizá la única, manera de mantenerse en el Real Madrid?

Su posicionamiento público, tan adherido a Mourinho, le marcó para siempre en el Real Madrid. Tanto o más que a Casillas, un jugador que tiene más cuerpo de leyenda en el club blanco que el esforzado lateral. Como aquello fue una herida que solo las copas de Europa han sido capaces de cicatrizar, Arbeloa, un jugador que nadie nombraría entre los diez claves en aquellas plantillas, se convirtió de golpe en un proscrito y en un icono, según a quién se preguntase.

Tanto una cosa como la otra suenan hoy excesivas. Una parte de la grada le encumbró en el sumo sacerdote de la causa blanca, el representante único de los valores de esfuerzo y lealtad que, en teoría, muchos compañeros suyos no tenían. Curioso tema el del madridismo de Arbeloa, cuando el repositorio de imágenes de Google, siempre implacable, recuerda a cualquiera que indague de la juventud rojiblanca del lateral. Pudo ser muy madridista, pero desde luego no lo fue de cuna. Ni de instituto, que no son pocas las fotos de clase en las que él sale con el oso y el madroño colgado de la pechera.

Foto: Arbeloa dejó el Real Madrid en 2016 y fichó por el West Ham, donde jugó la última temporada. (Reuters)

También las críticas fueron feroces, no pocas veces excesivas. El apelativo de 'cono', que llegó a utilizar Piqué demostrando lo buen compañero que es, le reducía a un bulto sospechoso, un jugador irrelevante, casi un estorbo que no valía ni para regular el tráfico de su zona del campo. En estos niveles el ataque a su talento era, por así decirlo, la manera más rápida de zaherirle. Se convirtió, obviamente, en carne de 'meme'.

Él navegaba bien en estos términos, no solo parecían no importarle, casi se venía arriba en la zozobra. Se convirtió en uno de los agitadores típicos de las redes sociales en las que asumió el rol de mourinhista y esforzado. Los que conocen Arbeloa siempre destacan que es bastante más despierto que el promedio de futbolista, así que él consiguió la adoración de muchos y sacar de quicio a otros tantos. La palabra populismo, tan de moda, no está muy lejos de su manera de afrontar el mundo. Algo parecido se puede decir de su íntimo amigo Xabi Alonso, que responde al mismo perfil aunque, en su caso, con más fútbol en las botas.

Arbeloa se va, dice que fatigado mentalmente. Asegura que podría seguir jugando en Estados Unidos o China, aunque esto último es bastante improbable. Con un límite de dos extranjeros por equipo es difícil que los millonarios equipos asiáticos se fijen en un jugador aseado, un hombre que nunca fue una estrella. Alguien que en su último encargo, en el West Ham, ya no encontró minutos en el césped. Un lateral que se ha ido apagando con el tiempo porque la edad no perdona, especialmente a los que dependen del esfuerzo diario para formar parte de los elegidos.

Entre esos mensajes que retuitea hay muchos que piden que sea el portavoz del Real Madrid, sin recordar que es en sí mismo una persona divisiva. Que lo fue por elección. Se va Álvaro Arbeloa, un jugador honesto, que supo de sus limitaciones y se las arregló para labrar una carrera más que digna. Se va también el agitador, aquel que decidió que la mejor manera de conducirse por el Real Madrid era tomando partido y dividiendo a una grada. En su legado está.

Futbolísticamente, Álvaro Arbeloa hubiese tenido más sentido en los años 70 u 80. Era un lateral fuerte, duro, difícil de sobrepasar. Cuando físicamente estaba bien, y esto era casi siempre, un hueso duro de roer para cualquier extremo que por sus dominios se aproximase. Una especie de Chendo, por poner un ejemplo madridista de excepción.

Álvaro Arbeloa