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Réplica a "El informe español que ha causado estupor a Obama (I)"
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Réplica a "El informe español que ha causado estupor a Obama (I)"

Han solicitado los autores del informe objeto de los dos artículos anteriores el derecho de réplica. El Confidencial y el autor de este blog piensan que

Han solicitado los autores del informe objeto de los dos artículos anteriores el derecho de réplica. El Confidencial y el autor de este blog piensan que este medio debe ser un lugar de encuentro y debate. Tal réplica, por lo tanto, debe hacerse de una forma exactamente igual que el artículo que la originó: en dos capítulos y en la misma columna.

Sin embargo, estos señores realizan descalificaciones personales que van en contra de la filosofía de este blog, y por lo tanto necesitarán de unos comentarios al final de este capítulo, comentarios que no se hubiesen producido de no haberse realizado tales afirmaciones.

“José María de la Viña ha escrito dos artículos en El Confidencial (I y II) donde intenta mostrar los supuestos errores del estudio de la Universidad Rey Juan Carlos sobre los nefastos efectos económicos del apoyo público a las energías renovables del que somos autores.

No ha sido la primera crítica que hemos recibido ni, probablemente, sea la última. Thomas Kuhn ya explicó que los paradigmas asentados tienden a resistirse a morir elaborando todo tipo de argumentos autojustificativos y, en España, la idea de que las ayudas estatales a cualquier sector naciente o moribundo son positivas para la economía está ciertamente asentada. Así que no es de extrañar que, pese a la marginación inicial en España y al fuerte impacto mediático en Estados Unidos, las críticas hayan sido proporcionalmente muy superiores en nuestro país.

El texto de José María de la Viña se adhiere en cada frase a esta cultura de la subvención para favorecer el desarrollo de ciertas industrias. Considera evidente que las renovables son un negocio con un enorme potencial futuro y de ahí colige que el sector público tiene que auxiliarlas mientras sean ruinosas. Se trata de un non sequitur con diversos problemas profundos que en breve trataremos de analizar, pero sobre todo parece que sigue sin captar lo que podríamos definir como la conclusión básica del informe: las subvenciones tienen un coste de oportunidad aun cuando no podamos observar sus efectos directamente.

José María de la Viña sostiene que el Estado tiene que obligar a los sectores más productivos de la economía –a aquellos que generan los bienes que desean los consumidores a un menor precio y con mayor calidad y que pueden reinvertir sus beneficios a elevadas tasas para producir aún más riqueza– a subsidiar a los sectores que sean ruinosos por si en algún momento, y tras dilapidar miles de millones de euros, cambian las tornas y sus resultados pasan del rojo al verde. ¿Misión cumplida?

Así parecen opinar quienes, como nuestro crítico, sólo se fijan en los resultados directos de la inversión pública. Pero, ¿cuánta riqueza se habrá dejado de crear hasta entonces? Los sectores a los que se les han arrebatado parte de sus beneficios para tapar los agujeros de las renovables no habrán podido reinvertir esas sumas de dinero en seguir creciendo e incrementando nuestro bienestar. En un incierto futuro puede que tengamos una energía renovable relativamente rentable, pero lo habremos logrado a costa de castrar el desarrollo de muchas otras industrias que, entre otras cosas, deben soportar una energía cada día más cara especialmente por la fijación estatal en las renovables. ¿No nos hemos planteado que en esto que se llama “división del trabajo” tal vez salga más a cuenta producir los bienes y servicios en los que seamos más eficientes, venderlos y con las resultas comprar la energía a quienes la generan de forma más barata?

Con esto tampoco estamos sosteniendo que no deba invertirse en aquellas industrias que en un principio arrojen pérdidas. Al contrario, somos conscientes de que todas las empresas suelen atravesar una fase en la que están montando sus infraestructuras, posicionándose en el mercado, innovando y acumulando experiencia durante la cual se asumen pérdidas por unos años para obtener unos enormes beneficios en el futuro. Simplemente afirmamos que para ejecutar inversiones en las que se asume un alto riesgo para ganar dinero ya existen instrumentos suficientes en el mercado: los mercados de valores y los fondos de capital riesgo. Si alguien quiere apostar con su dinero debería ser libre de hacerlo; cosa distinta es que quiera apostar con el dinero de los demás y que, para más inri, pretenda inmunizarse de perder la apuesta volviendo a meter la mano en el bolsillo del vecino.

De la Viña niega que el mercado haya producido por sí solo muchas de las innovaciones de las que hoy nos beneficiamos todos (Internet, microondas, motores, turbinas…); lo que no cita, porque no nos han dejado saberlo, son todas las innovaciones que el mercado ha dejado de generar porque el Estado ha desviado carretillas de millones de euros o dólares hacia inversiones que luego tangencialmente y casi por casualidad, como sucedió con Internet, han alumbrado tales avances.

El número de proyectos técnicamente posibles y de los que nos podríamos beneficiar es casi infinito. Pero precisamente porque los recursos no son infinitos y hay que economizarlos, no pueden iniciarse todos a la vez; hay que priorizar, esto es, elegir unos y descartar otros. ¿En base a qué criterios? El criterio del libre mercado es bastante claro: dedicar los recursos con un menor coste (aquellos que tienen usos alternativos poco importantes) a producir los bienes que se esperan vender a un mayor precio (aquellos relativamente más importantes para los consumidores). De este modo, las necesidades más acuciantes se van satisfaciendo con las menores renuncias posibles.

¿Qué criterio ofrece De la Viña para asignar los recursos? Realmente ninguno: propone que España se dote de “políticas de Estado (…) razonables, sensatas, coherentes, consensuadas y con un amplio horizonte temporal”. Pero esto no es más que un desiderátum sin contenido concreto alguno. Lo podríamos colocar en la misma categoría de ingenuas buenas intenciones sin más utilidad que el confortable sentimentalismo que “hay que terminar con hambre en el mundo” o “deseo la paz mundial”.

Y es así por dos motivos. El primero, suficientemente puesto de manifiesto por la Escuela de la Elección Pública, que los políticos son –siendo generosos– gente tan (poco) decente y honrada como el resto de los mortales. De la Viña, por ejemplo, se queja del cortoplacismo electoral que aqueja a las políticas públicas españolas, pero ¿por qué cree que esto puede ser de otro modo? Es más, ¿por qué cree que aun cuando se travistiera a las políticas públicas de un horizonte temporal más prolongado los políticos primarían los proyectos que consideran más provechosos para la sociedad y no los que creen más lucrativos para sí mismos (enriquecer a empresarios afines, ganarse el favor de ciertos medios de comunicación o promover proyectos que sean ideológicamente más cercanos a sus planteamientos)? Apoyar la concentración de poder en manos de los políticos deseando que nada de esto suceda pero ignorando cómo evitarlo equivale a darle carta blanca a este proceso.

El segundo motivo, más importante, es que aun cuando nuestros gobernantes fueran o pudieran ser ángeles celestiales, les resultaría complicado discriminar qué proyectos de los técnicamente posibles son más “razonables” o beneficiosos para la sociedad. Que algo sea técnicamente posible o incluso técnicamente probable no significa que sea económicamente beneficioso: podemos destinar ingentes recursos en construir un puente desde Valencia hasta Mallorca (o incluso perforando los trópicos para conectar los continentes) pero eso no tiene por qué ser lo que más necesiten los ciudadanos. Se nota que nuestro crítico es ingeniero –cree posible planificar racionalmente la sociedad– pero que no domina conceptos económicos tan fundamentales como el de coste de oportunidad, ignorancia que le conduce a confundir viabilidad técnica con viabilidad económica.

La Escuela Austriaca de Economía, sin embargo, lleva décadas insistiendo en que sin un proceso de mercado donde cada individuo valore continuamente si sus decisiones son acertadas (analizando los precios y los costes a los que se enfrenta y espera enfrentarse) e incurra en pérdidas en caso de equivocarse o disfrute de ganancias en caso de acertar, la asignación de recursos perderá cualquier racionalidad.

De la Viña sugiere que sea un “comité de expertos” quien redistribuya los recursos de toda la economía. ¿Realmente creemos que un grupo de personas –por muchos conocimientos técnicos que posean– tiene la suficiente información como para conciliar centralizadamente miles de millones planes económicos cambiantes de los individuos? Del mismo modo que se asumía la existencia de un político honrado para sortear los incentivos a la corrupción, también se asume la existencia de un político hiperracional y omnisciente, capaz de analizar los diversos escenarios futuros y su probabilidad, para sortear los problemas de información. Parece que De la Viña ha olvidado la distinción entre riesgo e incertidumbre que ya trazara Frank Knight: el riesgo permite distinguir distintos escenarios futuros y la probabilidad de cada cual; la incertidumbre ni siquiera nos permite conocer cuáles serán esos escenarios futuros.

Toda inversión pública o privada se enfrenta a una incertidumbre inerradicable; la diferencia es que la empresa privada posee incentivos e información concreta para modificar y adaptar sus planes según se vayan cumpliendo o incumpliendo sus expectativas y en el límite de su incompetencia, habrá perdido todo su dinero en una apuesta ruinosa. El Estado no sólo carece de incentivos e información concreta, sino que el único límite a su apuesta es arruinar toda la economía del país. El futuro puede que nunca llegue a ser como el Gobierno espera, pero mientras queden capitales privados que rapiñar, la apuesta podrá mantenerse (e incluso ganarse si tenemos suerte) hasta que nos despeñemos por el abismo.

Nuestro estudio va dirigido precisamente a fiscalizar la actuación del Estado, en medir y tratar de cuantificar los perjuicios que va a acarrear al resto de la economía. En el informe no entramos en el debate sobre si el enorme coste de las renovables las descarta como inversión pública a acometer; sólo decimos que si, tal y como se viene insistiendo desde el año pasado, la finalidad de estas ayudas públicas es relanzar el crecimiento económico, son un rotundo fracaso.”

En mis dos artículos criticaba tanto la metodología empleada como los datos utilizados en el informe, de tal forma que, a mi entender, su conclusión principal, en la que los autores mantenían que cada empleo en energías renovables destruye 2,2 trabajos en el resto de la economía, era incorrecta.

Los autores de la réplica, en vez de refutar mis argumentos y de defender su informe demostrando sus aseveraciones e ilustrándonos de paso, hacen afirmaciones descalificatorias, como las realizadas al final del párrafo once, donde me acusan de confundir viabilidad técnica y viabilidad económica, así como de ignorante, entre otras cosas. Basan su réplica en las alusiones personales, en frases del tipo “se nota”, “ha olvidado”, “se cree que los errores metodológicos lo son”, “demostraría no haber leído con demasiada atención nuestro informe”,  “parece mentira que no entienda”, “el problema de esta crítica es que o bien manipula lo que dice el estudio o bien denota que no lo ha comprendido” o “La Escuela Austriaca de Economía, sin embargo, lleva décadas insistiendo”, una especie de como dice Fulanito, típica de quien únicamente maneja dogmas de fe inmutables e ideas preconcebidas. Clásicas afirmaciones del que no tiene mejor opinión o es incapaz de demostrar y defender con la razón los postulados propios. Y, finalmente, ponen en mi boca afirmaciones que nunca realicé.

Es una oportunidad perdida de establecer un debate serio, en el que solo se blandiesen la lógica y el diálogo como armas, utilizadas con el único objetivo de defender las tesis formuladas, para enriquecimiento de todos. Jamás los ataques personales.

Me permito, sin embargo, unas pequeñas aclaraciones que ilustren y permitan entrever a estos señores un mundo más amplio y apasionante que el que ellos manejan y que les sugeriría que exploraran antes de hablar de cualquier tema relacionado con ellos.

La ingeniería es el arte de lo posible, pero también de lo razonable, nada que ver con la planificación racional de la sociedad, ideología que no comparto. Y es ahí donde entra don dinero en juego.

La economía energética y medioambiental es infinitamente más rica y complicada de lo que pone en los libros, o que determinadas escuelas económicas o “expertos” nos quieren hacer pensar. Y ese conocimiento solo se adquiere mediante la experiencia práctica en sectores complejos, nadie lo enseña. Demasiados de los que pretenden enseñar y sentar cátedra tienen únicamente conocimientos teóricos o académicos -otros ni eso-, a menudo parciales y totalmente insuficientes en estas disciplinas, si no están respaldados por un abundante conocimiento práctico complementario que los respalde y enriquezca.

Para poder hablar con cierta autoridad en el campo energético y medioambiental, se necesita algo más que puros conocimientos técnicos, o puros conocimientos económicos. Tal dicotomía es absurda y reduccionista. Es necesario combinar ambos y añadir otros muchos más saberes, algunos casi olvidados, a la ecuación: la ética sin ir más lejos, no la menos importante, aunque hoy sea una disciplina despreciada. ¿Cómo podemos valorar el deterioro progresivo al que estamos sometiendo nuestro planeta, ese que no aparece en ninguna cuenta de resultados? ¿Tienen derecho las generaciones actuales a dilapidar alegremente los recursos naturales y la energía que han necesitado millones de años en formarse, en perjuicio de los que vengan después? ¿Quién arreglará los daños al entorno que cada día perpetramos? ¿Y todas esas especies que cada día se extinguen por nuestra causa?

Los temas que nos ocupan necesitan de planteamientos globales. Globales porque necesitan la participación de las ciencias y saberes más diversos que permitan un aprendizaje del pasado, un reconocimiento de las acciones presentes y una amplia visión de futuro. Globales porque necesitan la participación de todos. Planteamientos mucho más ricos y profundos de los que habitualmente se hacen. Y, lo más importante, planteamientos que necesitan mentes abiertas y sin complejos que las puedan debatir. Motivo por el que acepté la invitación de El Confidencial de escribir para ustedes, queridos lectores.

Aunque no tengo mi currículum vítae colgado en la red, si alguno está interesado en conocer mis capacidades y mi trayectoria, con mucho gusto se lo enviaré si me lo solicita en un correo electrónico.

La próxima semana, la continuación de la réplica. Mientras tanto, a ustedes les toca juzgar.

 

 

Han solicitado los autores del informe objeto de los dos artículos anteriores el derecho de réplica. El Confidencial y el autor de este blog piensan que este medio debe ser un lugar de encuentro y debate. Tal réplica, por lo tanto, debe hacerse de una forma exactamente igual que el artículo que la originó: en dos capítulos y en la misma columna.