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¿Qué cosa es la economía?
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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¿Qué cosa es la economía?

Los principios de Newton se pensaron perfectos e inamovibles debido, entre otras cosas, a que la tecnología de la época no era lo suficientemente precisa como

Los principios de Newton se pensaron perfectos e inamovibles debido, entre otras cosas, a que la tecnología de la época no era lo suficientemente precisa como para permitir descubrir el error. Se necesitaron años, hicieron falta elaborados experimentos y sofisticados instrumentos para validar la teoría de la Relatividad de Einstein, que empequeñeció a Newton no en grandeza, tan solo en ciencia. El premio Nobel se lo concedieron por la interpretación del efecto fotoeléctrico, cuestión importante con múltiples aplicaciones tecnológicas que no tenía nada que ver con sus desarrollos relativos más sublimes.

Conservadurismo lógico por parte del comité de los premios Nobel de Física que no se ha aplicado a los de Economía. ¿La causa? En física y las otras ciencias la realidad es muy tozuda. Los físicos, químicos, médicos y el resto, tenaces hasta la extenuación. No se premia hasta que no se está seguro de la aportación. En economía el papel lo aguanta todo, desgraciadamente, confundiendo ciencia con ideología, abominando de profundidad científica, cimentación cabal de su ciencia o validación rigurosa de sus premisas, aunque sea por pares. ¿Autocrítica? Ninguna. Es lo que diferencia a las ciencias naturales de algunas ¿ciencias? sociales.

A finales del siglo XIX el hombre creyó que estaba a punto de alcanzar la sabiduría absoluta, la meta soñada, poner punto final a la ciencia. Pensaba que, una vez formuladas las leyes del electromagnetismo de Maxwell, junto con la mecánica clásica, la química que en aquel momento avanzaba a velocidad endiablada, la medicina que realizó en poco tiempo progresos asombrosos y, poca cosa más, los límites del conocimiento se alcanzarían pronto, el éxtasis académico sería gozoso y permanente, aunque ni siquiera hubiera rastro alguno del genoma animal, apenas humano.

Llegó la mecánica cuántica por un lado, un tal Einstein por el otro, que pusieron patas arriba los saberes conocidos, abriendo un melón tan grande y profundo que, cuanto más se indagaba en él, más complejo e inescrutable se volvía. Con tales arreos por fin hemos tropezado con el bosón de Higgs, hoy, y todos los retos que todavía quedan, no solo por resolver, sino por plantear. Llegará glorioso día en que se pueda celebrar hermafrodito matrimonio entre la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad. Habrá que esperar.

La cacharrería aplicada a la ciencia, denominada tecnología, ha ido acudiendo en auxilio de los científicos con experimentos cada vez más precisos. Es por ello que los físicos y los buenos ingenieros, que saben lo que cuesta desarrollarla, son los más humildes en su actitud hacia ella, con el respeto y el cansancio que produce el haber contribuido cada uno en su pequeña parcela y saber, sin actitud religiosa alguna, lo contrario de lo que la disciplina denominada crecimiento económico moderno propugna, aquellos que jamás se han dado de bruces contra ella ni han indagado ni siquiera superficialmente en sus entrañas.

Las revoluciones científicas, junto con las culturales, artísticas y ciudadanas, son las que han hecho avanzar al mundo, engrandecer la raza humana, dignificar el rumbo, enderezar sus fracasos. Hubo una inauguración formal de la economía, que no un comienzo, a cargo de Adam Smith y los fisiócratas, que se clausuró hace medio siglo.

La fecha de caducidad se alcanzó cuando los economistas más eminentes del momento, desde Paul Samuelson a Milton Friedman, pasando por otros menores como Joseph Stiglitz y Robert Solow la estancaron, no se sabe si consciente, inconscientemente o por temor preventivo a despeñarse patas arriba a causa de su endeble castillo de naipes intelectual y formal. Desde entonces, tal disciplina no solo no ha evolucionado sino que, envuelta en ideología, es responsable del desastre global que nos gobierna, y el que está por llegar, por motivos muy diferentes de los que hoy se debaten en cenáculos, tertulias y conferencias.

Algún día deberá transmutar, algo similar a lo que le ocurrió a principios del siglo XX a la física y otras tantas ciencias, si no quiere fenecer envuelta en inmundicia académica. Nuevas leyes, premisas y teoremas elaborados, esta vez sí, con fundamentos sólidos capaces de modelizar con rigor la evolución socioeconómica del ser humano a lo largo de los tiempos difíciles que están por llegar, encastrada en el entorno acogotado y agotado del que se nutre: la Tierra.

La lengua, sea la española o cualquier otra, es traicionera, a menudo imprevisible en sus compases y devaneos, remueve el inconsciente de los incautos que se dejan. Pero tal excusa me ha servido para hablar un buen rato de ciencia, el método científico, y poner título al loco desvarío de ayer y el corolario demencial de hoy. De la diferencia entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, aquellas que son regidas por leyes universales y estas que son desvirtuadas por recetas divinas.

En época de Freud los psicólogos enunciaban sus afirmaciones: “la psicología ha demostrado...”. Ya no lo hacen. Los sociólogos han comprobado que las sociedades no son tan manipulables y predecibles como creían en época soviética. ¿Es la catalana la excepción que confirma la regla? Los abogados tienen muy claro que su ciencia, el Derecho, pertenece a la familia de las ciencias humanas y son, por lo tanto, falibles e imperfectas.

Los economistas no son conscientes del daño que producen con sus prédicas ni de la desolación que dejarán como herencia a nuestros descendientes: tienen ínfulas de científicos experimentales, como los encargados de sistematizar la naturaleza y arar la sabiduría, tropezando continuamente en sus asertos y predicciones por pretender ignorarla.

Los principios de Newton se pensaron perfectos e inamovibles debido, entre otras cosas, a que la tecnología de la época no era lo suficientemente precisa como para permitir descubrir el error. Se necesitaron años, hicieron falta elaborados experimentos y sofisticados instrumentos para validar la teoría de la Relatividad de Einstein, que empequeñeció a Newton no en grandeza, tan solo en ciencia. El premio Nobel se lo concedieron por la interpretación del efecto fotoeléctrico, cuestión importante con múltiples aplicaciones tecnológicas que no tenía nada que ver con sus desarrollos relativos más sublimes.