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Los inescrutables negocios del petróleo
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Los inescrutables negocios del petróleo

El petróleo consta de diferentes negocios segmentados, con cuenta de resultados propia y casuística diferente, desfilando uno a continuación del otro en la cadena de valor

El petróleo consta de diferentes negocios segmentados, con cuenta de resultados propia y casuística diferente, desfilando uno a continuación del otro en la cadena de valor (o del despilfarro).

Se divide en dos grandes áreas con varios compartimentos presupuestarios cada uno: exploración y producción aguas arriba, upstream en inglés, encargado de extraer el crudo del pozo; refino y marketing corriente abajo, denominado downstream, que convierte el crudo en carburante, combustible u otras especialidades, poniendo a disposición del consumidor, persona física o industria, el producto en cuestión.

Cada uno cuenta con su propia cadena logística, fundamentalmente transporte y almacenamiento. La primera para transportar la materia prima desde el pozo hasta la refinería, a menudo mediante superpetroleros.

La última, tema mollar de hoy, para poner en manos del consumidor los diferentes productos una vez refinados: desde el butano para el infiernillo; gasolina y gasóleo para el coche o camión; éter del petróleo o nafta en sus diferentes grados que nutre la industria petroquímica, produciendo muchos de los materiales con los que se confecciona la ropa, plásticos, materiales compuestos, fertilizantes u otros; el queroseno destinado a los aviones; el combustible más o menos pesado que alimenta buques o centrales térmicas; bases lubricantes para el aceite del coche; el alquitrán de las carreteras; o el petco que engullen las calderas de las fábricas de cemento, a veces diluido en heroína o cocaína de la mejor calidad.

Desde hace poco se añaden biocombustibles, etanol o FAME, a gasolinas y gas-oíl de automoción. Caro marketing banal para aliviar conciencias ecológicas y políticamente correctas. Hasta que no se planteen con rigor o se cultiven productos específicos que puedan cumplir un papel decente y no degradante, local y no importado, ecológico y no impostado. Sin desnutrir a nadie, empobrecer más y mejor, calentar los precios de los alimentos, o acabar deforestando la menguante selva virgen, sepultando en insolación y miseria a los lugareños la entrópica mecanización resultante al quedarse sin sombra y, lo que es peor, sin ecosistema.

Las cuotas obligatorias impuestas por la UE de manera arbitraria, más buenistas que efectivas, degradan todavía más el medio ambiente, haciendo daño a muchos desfavorecidos. Están influyendo nocivamente en el precio de ciertos artículos comestibles de primera necesidad, incrementando la pobreza en países del Tercer Mundo.

Occidente parece empeñado en ingresar en tal club por la puerta grande. Envuelta en basura y desperdicios, por una mala aplicación de la tecnología, una economía rastrera y una delirante incultura de usar y tirar. La tecnología no es culpable de nada. Lo son aquellos que hacen un uso excesivo o inadecuado de ella.

Control de calidad riguroso

De todos los productos derivados del petróleo, la manipulación y gestión del combustible destinado a los aviones es, con diferencia, la más sofisticada y compleja, la que marca el nivel de calidad al resto de la industria. Si la gasolina o el diésel de un camión o automóvil sufren problemas o se contamina, el coche andará mal, consumirá más o, en el peor de los casos, se detendrá. Un queroseno defectuoso mandará el avión a hacer puñetas. Afortunadamente, eso no suele ocurrir.

Los controles de calidad y la trazabilidad que mantienen las empresas serias están muy por encima de cualquier legislación. No vendría mal que muchas otras industrias, como la nuclear, aprendieran de ella. Si las centrales nucleares siguieran parámetros de calidad y seguridad homologables junto con prácticas consideradas habituales en otros sectores, abandonando soberbia industrial y oscurantismo, la falta de transparencia que todavía la azota, Fukushima no habría ocurrido. Más vale prevenir que curar, dice el refrán.

Un encargado de fomentar la competencia

Volviendo al mainstream de la historieta de hoy, la frontera entre upstream y downstream, valga tanto stream,  la dirime el trading o los acuerdos de suministro de crudo.

Arbitrando entre el negocio de refino y el de marketing se encuentra el trading de productos refinados. Ocurre cuando diferentes refinerías compiten entre sí. O cuando combustibles provenientes de allende los mares disputan el cetro a las refinerías. Cuando las infraestructuras lo permiten y la importación es posible a coste razonable sin chinas burocráticas en el zapato o, lo que es peor, sibilinas.

Sobre todo, cuando potenciales compradores pueden comprar. Cuando el cliente, gasolinera o gran consumidor, tiene variedad para escoger sin tortuosos contratos que subyuguen un mercado que podría ser eficiente. Cuando ninguna compañía abuse de su posición de dominio porque las autoridades se hayan preocupado de que nadie disfrute de tamaña injusticia.

O porque la haya neutralizado, mediante el imperativo artículo treinta y tres, en el caso de que la competencia fuera mera ilusión y una engañifa para el consumidor. Señor Ministro, se supone que predispuesto, ¿a qué espera?

En los mercados petroleros donde hay competencia suficiente, la oferta y la demanda se cruzan con eficacia sin contubernios ni sobresaltos. Hay muchos compradores y vendedores dispuestos a hacer negocio, aunque sea con margen reducido. En vez de unas pocas refinerías que se limitan a despacharlo a clientes más o menos cautivos a precio de oro (negro), haciendo paripé entre ellas, para parecer que parezca.

Es lo que diferencia un mercado libre y honesto de, por ejemplo, España y la sufrida Portugal. El trading de productos petrolíferos es herramienta adecuada si puede operar en mercados agarrotados con el fin de que abandonen la cautividad.

Mientras el trading exclusivamente financiero o de papel (opciones, futuros, etc.) solo realiza apuntes contables, el de verdad mueve barcos y cargamentos por todo el planeta, haciendo más eficientes los mercados, llevándolos a buen puerto, a buen precio. Utilizando los derivados financieros para reducir el riesgo, en vez de exacerbarlo, como acostumbra el primero.

Ambos abarcan cualquier producto imaginable: desde azúcar o zumo de naranja hasta cualquier materia prima, metal o producto químico. El trading físico es el encargado de convertir los mercados en eficientes, cuando le permiten hacerlo, en casi todo el mundo menos aquí.

Trading de verdad y no de papel

Causan rubor a menudo los análisis y predicciones de aquellos que desconocen de primera mano el mundo real que subyace detrás de sus informáticas murallas de papel. En los bancos malhadados cuyos sueldos no justifican los conocimientos oníricos y limitados de muchos de sus gurús y expertos, expertos en hacer caja con Power Point y solemnidad, a costa de sus clientes incautos.

Cuando los combustibles se disparan se suele echar la culpa a los especuladores. Los malvados presuntos a veces la tienen. Casi nunca. Otras veces, casi siempre, el mercado es reflejo de la realidad física y económica, churrigueresca más que científica, más tenebrosa cada día que pasa. A los traders de papel les cuesta dilucidar entre ambas realidades.

Los que se cubren de mugre al trasegar físicamente con los productos suelen ser más espabilados, si les dejan, aunque cobren menos y no hinchen el pecho. A menudo la corriente, the crowd, les obliga a estrellarse junto al resto, no sea que acierten. Es posible discernir entre ambas realidades: la demanda real, la necesidad física, de la ficticia y volátil vorágine financiera o de papel.

Empezamos hablando de refinerías. Continuamos con gasolineras. Hoy hemos hilvanado ambas actividades elevando el trading al altar de la libertad de comercio: múltiples compradores y vendedores en aquellos mercados en verdad eficientes donde se disfruta de libre competencia en vez de hipocresía. O despachando a precio cautivo, donde hay contubernio, como en el mercado español. Son commodities, idiota.

La tortuga se arrastra resoplando, pasito a pasito, con elucubración. Alcanzará su destino con algún intermedio, a modo del extinto “visite nuestro bar” de los cines de nuestra niñez, cuando eran soñadoras pantallas en vetusto teatro de barrio apolillado y no contaminantes cajas en estúpido y aislado centro comercial.

El petróleo consta de diferentes negocios segmentados, con cuenta de resultados propia y casuística diferente, desfilando uno a continuación del otro en la cadena de valor (o del despilfarro).

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