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La miseria moral que respiramos
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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La miseria moral que respiramos

Los promedios mundiales de las fracciones molares del dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O) alcanzaron el año 2011 nuevos valores

Los promedios mundiales de las fracciones molares del dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O) alcanzaron el año 2011 nuevos valores máximos al registrar, respectivamente, niveles un 140 %, 259 % y 120 % más elevados que los que había antes del comienzo de la Revolución Industrial, alrededor del año 1750, según el último análisis de las observaciones realizadas por el sistema de Vigilancia de la Atmósfera Global (VAG) de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

El incremento de N2O durante el año pasado fue mayor que el observado entre 2009 y 2010 y que el índice de crecimiento medio de los últimos diez años. El aumento de CO2 en la atmósfera entre el año 2010 y 2011 fue, sin embargo, similar al incremento medio del último decenio. Por su parte, el metano atmosférico continuó aumentando a un ritmo comparable al observado en los últimos tres años.

El índice anual de gases de efecto invernadero (AGGI) publicado por la Administración Nacional del Océano y de la Atmósfera (NOAA) de los Estados Unidos muestra que entre 1990 y 2011 el forzamiento radiativo debido a los gases de efecto invernadero de larga duración experimentó un aumento del 30%. El CO2 contribuyó en casi un 80%. Adjunto sinopsis del informe y gráficos.

Una civilización exponencial

Desde mediados del siglo XVIII la población del planeta ha aumentado de manera exponencial; la riqueza de una parte de la población también; el crecimiento económico global, aunque mal repartido, ha sido fabuloso; ha aumentado de manera exponencial el consumo de energía finita; la apropiación de recursos, nos guste o no, son limitados; la polución y las emisiones se han disparado por su causa; la acumulación de basura y de residuos malolientes son consecuencias del progreso; la disminución de la biodiversidad sigue fuera de control.

Como benigna contrapartida, la medicina ha avanzado. El bienestar, para unos pocos también, aunque de ninguna manera ha sido exponencial. Y, en muchos lugares, con pendiente negativa. Disfrutamos de telebasura, acumulamos niveles estratosféricos de miseria moral. La codicia está enquistada en las malolientes teorías económicas que impregnan todo lo que tocan en cochambre no solo intelectual.

Se ha popularizado Internet y el Power Point. La investigación más avanzada en algunas ciencias consiste en vulgar corta y pega con el fin de aumentar la supuesta producción científica. La codicia ha hecho saltar la banca. La educación ha naufragado. Las miserias políticas inundan todos los países. Tengo mis dudas de que la felicidad haya aumentado ni siquiera de manera lineal.

Toda curva que aumenta de valor de manera exponencial, estando albergado el parámetro titular en un lugar limitado, llamémosle Tierra, antes o después no tenderá a estabilizarse, sino a caer abruptamente, cual hinchada burbuja bursátil. El crecimiento económico eterno, tal como está hoy planteado, es imposible, salvo para aquellos que tienen una fe religiosa en los avances de la innovación y se postran a adorar la tecnología con sus papers de naturaleza nobelada y divina. Los avances en algunos campos han sido exponenciales, pero de ninguna manera serán eternos, mientras el hombre sea tan solo un animal más, por mucho raciocinio que despliegue, cosa cada día más puesta en duda.

Han sido los avances tecnológicos los que, al ignorar que el segundo principio de la termodinámica se aplica en todo el universo, incluido este desgraciado planeta, han desencadenado el incremento de degradación que soportamos cada día. Alguno dirá que antes o después la innovación nos sacará del apuro. Si esto es así, aunque lo sea de manera parcial ya que el tiempo juega en nuestra contra, ¿por qué no comenzar antes, mejor que después?

Una decadencia abrupta

El planeta se acabará regenerando, a pesar nuestro. Solo que se tardará cientos de miles o millones de años en restaurarlo de manera decente. La tecnología lo único que ha conseguido es cambiar el carbono de lugar. Hasta el siglo XVIII buena parte de él se almacenaba bajo tierra. Ahora permanece liberado en la atmósfera o en las profundidades de los océanos. ¿Consecuencias? Unas son conocidas. Otras, todavía no: seguimos tentando al diablo.

La cuestión no es, pues, si habrá retroceso, sino cuándo comenzará. Cuanto más dure el incremento de los malignos parámetros que espolean el crecimiento económico tal y como está hoy planteado, cuanto más tarde se tomen medidas, la caída será más dura, las consecuencias más dolorosas.

El ser humano sigue cabalgando inconscientemente hacia ninguna parte, con el agravante de que cuanto más espolee el consumismo inconsciente antes alcanzará el muro de calamidades contra el que, inevitablemente, se estrellará. La solución comenzará a perfilarse cuando la economía fundamental se desarrolle, cuando la ciencia de la escasez se comience a aplicar con la ayuda de la innovación, el conocimiento pero, sobre todo, cuando el ancestral sentido común, empleado para tan nobles fines, vuelva a regir estos eriales físicos, intelectuales y morales cada día más pestilentes.

Los promedios mundiales de las fracciones molares del dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O) alcanzaron el año 2011 nuevos valores máximos al registrar, respectivamente, niveles un 140 %, 259 % y 120 % más elevados que los que había antes del comienzo de la Revolución Industrial, alrededor del año 1750, según el último análisis de las observaciones realizadas por el sistema de Vigilancia de la Atmósfera Global (VAG) de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).