Es noticia
¡Indignaos! ¡Comprometeos! ¿Con qué ideal?
  1. Economía
  2. Apuntes de Enerconomía
José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

Por

¡Indignaos! ¡Comprometeos! ¿Con qué ideal?

Murió el joven Stéphane Hessel con apenas 95 años. Cuando la burbuja estalló, el gentío reconoció que los sueños, sueños son, y nada surge del cielo

Murió el joven Stéphane Hessel con apenas 95 años. Cuando la burbuja estalló, el gentío reconoció que los sueños, sueños son, y nada surge del cielo por ensoñación.

Llegó el momento de indignarse hacia aquellos que habían vendido las bondades del timo de la estampita en forma de prosperidad eterna sin esfuerzo ni educación mediante Google a golpe de tecla, el mando a distancia y el maná de los fondos públicos y la deuda sin limitación.

Tuvo que ser un anciano respetado de pasado notable y heroico el que pusiera las pilas al personal, que intentara espabilar al respetable, espolear conciencias huecas al grito postrero de "¡comprometeos!" ¿Con qué? Apenas consiguió más que acaparar titulares y un sentido pésame multitudinario. Los focos se apagaron. Descanse en paz.

No llegó a escenificar la tercera pata, bastante había hecho ya: nuevas ideas, algún que otro ideal, desemperezar a algún despistado progre o posmoderno y a muchos niños de papá que se merecen todo por el mero hecho de haber nacido en la sociedad adecuada, aquella de la que exigen todo a cambio de nada; que ni siquiera son conscientes del mundo en libertad del que disfrutan, del dolor y el sufrimiento que ha costado llegar hasta aquí.

Libertad. Anomalía pasajera, interludio de la historia que ellos están poniendo en peligro a causa de su desidia, su flojera y su desafección.

Por delegar el mando en plaza en incompetentes, inútiles, corruptos, tramposos, mentirosos, peleles y codiciosos sin más proyecto que arramplar y el poder en sí mismo, nunca el bien común, y menos todavía el bienestar sobrio y la cultura de los ciudadanos.

¿Con qué habrían de comprometerse? ¿Con quién? ¿Qué quimera habrían de perseguir? Sin proyecto común que merezca la pena, cada uno se compromete con sus propios intereses, sus neuras, obsesiones e ideologías. O con sus pedradas mentales preferidas a falta de religión válida, aunque sea tribal, nacionalista, mediática o laica.

No hay interés real por mejorar el mundo y vivir decentemente sin cargarse el medioambiente y machacar el entorno, sin rematar la convivencia y abominar del feroz individualismo egoísta, consumista y depredador. Mucho me temo que no está en los planes de casi nadie, ya que no está disponible en el estante del centro comercial en tiempos de rebajas o a golpe de clic ausente de tesón.

La semana pasada mencionamos de refilón, a modo de visite nuestro bar, cuando los cines eran sueños, artísticos edificios en vez de insulsos cajones en el extrarradio, que la próxima revolución científica, intelectual, artística y cultural está todavía por alumbrar.

Debería interesar a todos, absolutamente, la propia supervivencia y el bienestar de nuestros hijos, independientemente de la riqueza o la educación de cada uno, ya que es la misma barca la que hace agua. Pocos están convencidos de que, por la cuenta que nos trae, la humanidad deberá evolucionar de manera radical, con generosidad y decisión durante los próximos años.

Obligaría a pensar, molestia que desincentiva cualquier plan de estudios actual con su manida evaluación continua y el pensamiento único inculcado mediante atolondramiento educativo. Y, de paso, a meditar, acción inútil que dicen que crea filósofos, que tiene mala fama en esta sociedad acelerada cuyo fin último es amuermar la inteligencia con cargo a la VISA y provocar estrechez a fin de mes mediante necesidades superfluas, los que tengan para comer.

Las universidades de todo el mundo no se dan por aludidas. Siguen con su estancamiento intelectual disfrazado de sexenios huecos y excelencia encogida. Nadie se plantea estudiar cómo se escenificará el acto enésimo de la ya milenaria comedia bufa que protagonizará esta convulsa humanidad: Malthus revisited

Apenas unos decenios después de su proclama, las nuevas tecnologías derivadas de la utilización del carbón primero, el petróleo después y parece que ahora también de gas a mansalva, simples agujeros en el suelo al fin y al cabo, mandaron al ínclito Malthus a hacer puñetas y, de paso, a criar malvas.

El crecimiento económico perpetuo a la depredadora manera actual se convertía por fin en algo, no sólo posible, sino permanente y eterno. Ignorando que vivimos en una esfera ciertamente aislada que flota en el espacio, alumbrada por una antorcha nuclear que atiende al nombre de Sol.

Que dicha esfera recibe espectaculares pedradas del espacio de vez en cuando sin avisar, para regocijo de cristaleros y otros gremios reparadores, a decenas de grados bajo cero. Y, no lo olvidemos, sin servicio eficiente de recogida de basuras global más que la paciencia y el tiempo.

A ello se unió la revolución verde, consecuencia directa de la tecnología del hoyo que se comenzó a aplicar durante la segunda mitad del siglo XX, que puso abundantes alimentos en manos de muchos, y polución y sequía en las del resto, hasta secar el Mar de Aral y agotar demasiados acuíferos.

En los olvidados que habitualmente se mueren de hambre o los matan en guerras cruentas que dicen que no lo son, invisibles, que a nadie interesa: ya ni siquiera salen en los telediarios, aunque sean las responsables de hacer funcionar los móviles inteligentes de última generación.

La economía teórica santificó tales premisas no hace demasiado tiempo. Cualquier remordimiento que pudiese existir por parte de sus gurús y adeptos se evaporó de una manera científica, aliñada en salsa académica, inoculando tal desfachatez entre políticos, empresarios y supuestos sabios. ¡Enanos de soberbia infinita!

El 20% de la población mundial dilapida un 80% de los recursos del planeta, junto con las recurrentes maldades asociadas. Los asiáticos, con China a la cabeza, llevan años golpeando el aldabón del consumismo más desacerbado, con lo que el mismo pastel planetario habrá que repartirlo entre muchos más.

Transacción a transacción el maná gratis se evaporará, no sólo en sentido figurado, cuando los glaciares del Himalaya se licuen en procesión, el permafrost escupa el metano agazapado en Siberia o los menguantes hielos del Ártico dejen de reflejar la luz del Sol.

Este planeta podría dar mucho más de sí si se le tratara con dignidad y respeto, si se espoleara la escasa sabiduría en vigor, dedicándola a estudiar de una manera multidisciplinar y con rigor máximo los próximos desafíos a los que la humanidad inexorablemente se va a enfrentar, con cambio o sin cambio climático fustigador que sirva de coartada para seguir divagando.

Las universidades de todo el mundo no serían mal lugar donde comenzar si la pereza filosófica no las acogotara y la indolencia intelectual amainara, convirtiendo el conocimiento en algo más que simple ciencia determinista acelerador de la entropía y provocador de contaminación y de basura uniformemente acelerada.

Para ello, la economía teórica, de momento simple ideología camuflada, deberá sufrir una cura de humildad, dejar de ser el tonto útil de esta sociedad desnortada. Rebajar la desproporcionada influencia que mantiene entre políticos y dirigentes actuales, hasta que se dignifique y aprenda cuando incorpore nuevos teoremas y principios enunciados con los pies en la Tierra, dicho de manera literal.

Las recetas de siempre que pretenden espolear la actividad económica, provengan de la secta adornada con burdo disfraz matemático de la que provengan, ya no sirven para nada. Parece una conclusión no muy difícil de asimilar a la vista de los percances financieros actuales y el paro, no sólo entre la población juvenil. ¿Ciclos, superciclos o una única onda de longitud larga encrespada, amortiguada, sin remisión que valga entre impotencia y desazón?

La ciencia del futuro aglutinará las diferentes disciplinas ciertas, fáciles de aplicar si alguien se lo propusiera. Si la sapientísima curia de economistas nobelados dejara de taponar la ciencia a la manera de la retorcida Curia Romana, que ha enviado a Benedicto XVI a rezar a casa y que sigue pilotando la decadencia de la Iglesia católica con infalibilidad arropada en inmovilismo, intolerancia y pederastia que de divina no tiene nada.

Tan sólo hay que marcar unas pautas y proponérselo, colocando la inexistente ciencia de la escasez como centro y guía del tinglado: cómo hacer mucho con poco, cómo definir el concepto de productividad con rigor científico y no sólo monetario.

Cómo implantar mecanismos de demanda mejor que de oferta que fomenten la belleza y la protección del medio ambiente en vez de su destrucción, el desarrollo en verdad sostenible y no sólo de boquilla para acallar conciencias. Haciéndose el ciudadano, por fin, responsable de sus actos y de las tropelías que comete cada día, inconscientemente, de momento.

Definiendo la productividad con criterios energéticos, humanos y de protección medioambiental. Valorando cada transacción económica con equidad. Aplicando todas las ciencias naturales, humanas y sociales con honestidad y buen tino. Buceando en estas páginas hay punteadas algunas propuestas. Hoy no voy a enlazarlas, no sea que haga carraspear alguna mente casta y pura al escandalizarla.

Propuestas que van desde promover el desarrollo de la tal ciencia de la escasez, la valoración rigurosa de las capacidades disponibles en este planeta para satisfacer los caprichos de unos pocos. Aunque sea capaz de alimentar a muchos más de los que creemos con la dieta adecuada sin gran esfuerzo, a ser posible mediterránea y sin trazas de franquiciada comida basura o de refrescos azucarados en demasía que fomenten la obesidad infantil y el aumento del gasto sanitario.

Propuestas fiscales basadas en valor añadido real en vez de depredación real aumentada, que no valora nada, más que contante y sonante metal. La necesidad de rediseñar el inexistente urbanismo actual, que de momento no es más que la metáfora de un virus cancerígeno que se multiplica sin remisión hasta ocupar todos los resquicios bellos y productivos de este planeta, accesibles sólo mediante coche y gasolina sin limitación. ¿Qué fue de la luminosa huerta valenciana, asfixiada hoy entre fealdad y ladrillos?

O la crítica a los incentivos que la teoría económica promueve con el fin de consumir más sin mayor consciencia, de contaminar sin limitación o de masacrar congéneres igual de irracionales que nosotros como especie y no como individuos.

De llenar de basura los océanos mientras se engulle masivamente a sus inquilinos hasta la extenuación de los caladeros y se acidifican sus aguas; o de rellenar con losetas y hormigón de árido color gris sin ningún candor, polucionados lugares que hasta no hace mucho eran refrescantes parques y plazas alfombradas de verde armonioso, aromático y bello.

Mientras esta sociedad no reaccione y encare el siglo XXI con inquietud y esperanza, con decisión y ganas, será labor de los indignados recordarse a sí mismos la propia desgracia autoinflingida. Hasta el día en que tengan la gallardía y el coraje de espabilar y abandonen su desesperante cuajo diletante y la protección de papá.

Stéphane Hessel no dejará de observarlos allá donde quiera que esté. Tiene narices que la revolución, ya que parece que nadie desea una evolución ilustrada armada de sensatez, conocimiento y razón, la tuviese que invocar un nonagenario.

Murió el joven Stéphane Hessel con apenas 95 años. Cuando la burbuja estalló, el gentío reconoció que los sueños, sueños son, y nada surge del cielo por ensoñación.