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La burbuja del gas, del petróleo y el carbón(o)
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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La burbuja del gas, del petróleo y el carbón(o)

Carbono ordenado somos y en carbono desordenado nos convertiremos una vez la entropía atraviese cuerpo y alma, la vida de cada cual. Alguna vital, azarosa y

Carbono ordenado somos y en carbono desordenado nos convertiremos una vez la entropía atraviese cuerpo y alma, la vida de cada cual. Alguna vital, azarosa y cuerda y, el resto, huecas e inanimadas, sumergidas en tal pócima cuyos efluvios producen adicción, dicen que inocua e ilimitada, que proporciona compulsiva felicidad libre de raciocinio a la masa, a la manera consumista y 'telebasurera'.

Con algunas energías, responsables de tal desbarajuste vital, ocurre otro tanto una vez cambiado de lugar el orgánico elemento, sacándolo de un agujero abrupto para disiparlo en la tenue y contaminada atmósfera y en los océanos maltratados, cada vez más huérfanos y sombríos.

Que hay reservas abundantes de mentes fósiles y no sólo de energías fósiles nadie lo pone en duda. La teoría económica, ella misma, es prueba fehaciente de ello. Que contamina lo que no está escrito, también, unas por acción y la economía a causa de la omisión de deberes científicos por parte de sus próceres.

Lo que no está tan claro es que todo el inventario se pueda quemar sin abrasar esta civilización, desprovista por fin de conciencia, ya que la ciencia nunca abundó y la filosofía se marchitó.

  

El carbón

Debemos dar las gracias al carbón ya que sin sus hollinadas virtudes la Revolución Industrial no habría arrancado y seguiríamos arando el campo con iguales orejeras como las que muchos académicos 'nobelados' utilizan para arar su mente estancada, sin remordimiento alguno que valga.

El tiempo del carbón pasó. Sigue utilizándose para generar energía eléctrica a raudales. Estados Unidos, China o Alemania, países todos modernos y avanzados, siguen siendo paladines de una industria caduca a causa de los efectos secundarios que produce, sean los que suelta por las chimeneas o los que producen las minas a cielo abierto, sea lo que sea.

El petróleo

Se divide en dos. El supurado casi gratis mediante turbantes estrafalarios, caudillos mesiánicos, esclavitud de color betún o tecnológica marea negra en el Golfo de México. Es decir, el de siempre.

O el llamado shale oil, el debido a las arenas bituminosas (tar sands) del Canadá o cualquier otra tecnología no convencional, de nuevo novedosas, más viejas que la tos. Versiones masivas y posmodernas de las famosas pizarras de Puertollano que, obsoletas hace más de cuarenta años a causa del trabajo que requerían, la contaminación que dispersaban y la ineficiencia de la que disfrutaban vuelven a estar de actualidad. Suena a guasa que, revolución energética y autarquía franquista, se conviertan en términos similares tantos años después

Los petróleos convencionales se consiguen haciendo agujeros y poco más. Para los segundos se necesita cantidad ingente de energía y otros recursos, con lo que su rendimiento no es muy elevado, aunque producen dosis elevadas de contaminación ya antes de quemarlo. Los milagros no existen. 

  

Al petróleo convencional se le aplica la teoría del pico del petróleo de Hubbert, corriendo las fechas unos decenios. Los petróleos no convencionales se podrán producir durante cientos de años más, tiempo infinitesimal a escala geológica o biológica, que acentuarán el desequilibrio planetario. Será imposible quemarlo todo. La Tierra no lo permitirá. Hay petróleo para un rato, provenga de donde provenga. Ahí seguirá.

Al petróleo convencional no le falta mucho para entrar en regresión a pesar del Ártico y alguna cosilla más. Será compensado por los anteriores. Las hoy orgullosas metrópolis pérsicas serán dentro de dos siglos a no más tardar desiertos de nuevo cuyas ruinas ni siquiera serán bellas, y menos románticas. Más insostenibles tales ciudades no pueden ser. ¿Dubái? ¿Abu Dabi? El pasado abre sus puertas a cien mil años de soledad. ¡Si Descartes levantara la cabeza!

La burbuja de gas natural

Es nuestro protagonista de hoy. Donde yace la esperanza al contaminar relativamente menos, si no se convierte en el colofón. Hay abundantes reservas de gas natural. Del normal y del otro.

El gas de esquisto o shale gas no es más que un baile de twist. Consiste en dejar los terrenos como un queso Gruyère. Aunque las reservas son muy abundantes y la tecnología permite perforar en horizontal, los pozos se agotan rápidamente y hay que ir con la música a otra parte, no muy lejana, hacer otro agujero, otra herida en la roca profunda mediante presión hidráulica, cambiando continuamente de localización para poder extraer. Una lata.

La fractura hidráulica apenas goza de épica tecnológica, al necesitar agua a raudales. Por muy novedosa que sea, no disfruta de la magia de la perforación submarina ni de ninguna otra tecnología elegante. Los costes relativos son superiores a la perforación convencional. La energía utilizada por cada metro cúbico de gas listo para la venta es superior a la que necesitan los yacimientos convencionales a igualdad de condiciones de transporte.

A pesar del ello, el gas de esquisto está de moda en Estados Unidos. Está protagonizando la revolución energética que permitirá pronto su autoabastecimiento e incluso la posibilidad de exportación, haciendo la puñeta al resto de suministradores, una vez se construyan plantas exportadoras de licuefacción. En parte debido a ello, el gas americano se vende localmente a precios muy por debajo de los europeos, de momento. Ya subirán, para gozo y delirio de los que invierten en ello.

El gas que llega a Europa proviene de diferentes lugares, bien sea por gasoducto o por mar. Rusia recuerda a los centroeuropeos todos los años por Navidad quién controla la llave del grifo.

Más caro que el europeo es el gas que se consume en Asia, sobe todo Japón. Al engullir todo lo que encuentran, no tienen más remedio que pagarlo a precio de oro negro, les guste o no.

Aquellos expertos reales y no de papel que provienen del mundo del petróleo, que todavía pueden ver más allá de sus narices, contemplan cómo el mercado del gas actual no es más que un bebé, a la manera del de los destilados del petróleo, unos decenios atrás.

Los desajustes en el precio indican que tal mercado no está maduro. No es todavía una commodity. Está aprendiendo a serlo. Goza de una infancia como la que disfrutaban hace treinta o cuarenta años los mercados de productos petrolíferos. Le está costando alcanzar la madurez. No hay arbitraje de precios al no haber apenas mercado spot, cargamento a cargamento, como en el mundo del petróleo o de cualquier otro producto indiferenciado a granel.

Antes o después lo habrá. Será la delicia de los traders, que difuminarán ventajas competitivas y homogeneizarán precios. Unos se forrarán. Otros, los que hayan invertido más de la cuenta o en el lugar equivocado, se arruinarán o temblará su cuenta de resultados.

Al igual que quedó tocada alguna de las siete hermanas en los años 80 del siglo pasado, cuando el barril de petróleo se desplomó por debajo de los 20 dólares, tanto a causa de la crisis económica de entonces como de la sobreinversión a consecuencia de la escasez provocada por el conflicto del petróleo árabe, a principios de los años setenta.

Tal inmadurez está provocando que se haya convertido en la energía de moda y se estén invirtiendo cantidades ingentes de dinero en ella. Australia parece que se quiere unir al festín exportador con sus inmensas reservas en el noroeste del subcontinente que compensen sus problemas medioambientales con el carbón.

Los mercados

El carbono es esencial para la vida. Los mercados también lo engullen sin darse cuenta, renegando de sus consecuencias. La atmósfera lo intenta. Los océanos se rebelarán.

Carbono ordenado somos y en carbono desordenado nos convertiremos una vez la entropía atraviese cuerpo y alma, la vida de cada cual. Alguna vital, azarosa y cuerda y, el resto, huecas e inanimadas, sumergidas en tal pócima cuyos efluvios producen adicción, dicen que inocua e ilimitada, que proporciona compulsiva felicidad libre de raciocinio a la masa, a la manera consumista y 'telebasurera'.