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España persevera; Europa, también
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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España persevera; Europa, también

España se está calentando en sentido cívico y no solo climático. Europa, también, mal que le pese a su ciega arrogancia decadente espoleada por la estúpida

España se está calentando en sentido cívico y no sólo climático. Europa, también, mal que le pese a su ciega arrogancia decadente, espoleada por la estúpida soberbia teutona que pretende acelerar la caída y agravar la ruina de todos, incluidos ellos.

El cambio climático está humedeciendo más el norte de Europa. Europa del Sur se amojamará asimismo más, destinada como está a soportar las más virulentas sequías, estriadas por populismos denigrantes protagonizados por caciques mesiánicos de nuevo cuño o por los ineptos políticos de siempre, ansiosos como están todos por atornillarse al poder para poder guardar la llave de una caja que aparenta no tener fondo, que permite perpetuar la casta existente o la emergente, que pronto sustituirá a la anterior. Los populismos están en los genes del sur. La hipocresía xenófoba succionadora de recursos ajenos, por tradición, reside en el norte.

Las temperaturas medias se han elevado en Europa un grado centígrado durante el convulso siglo XX, siendo el noroeste de Rusia y la Península Ibérica los destinatarios de los mayores incrementos. Los calores que zarparon a partir del año del Señor de 1990 son los más elevados desde que se elaboran registros.

Los países del Norte disfrutarán de mayores precipitaciones, inundaciones y crecidas. Por el contrario, lloverá menos en la cuenca mediterránea y el sur de Rusia, especialmente durante el verano.

Europa ya ha experimentado catástrofes debidas al cambio climático. A la famosa ola de calor del año 2003 se le asociaron 35.000 muertes por toda Europa. Este año va ya servido con las inundaciones en el Reino Unido –esperemos no desunido pronto– y en las averías perpetradas el pasado invierno por los embates de la mar en tantos malecones y puertos del norte de España. Incendios en Guadalajara, los habituales, para mayor gloria de la pluriempleada señora Cospedal.

A base de incrementar deuda, mediante unos pocos barreños de externalidades más, Europa está, en teoría, mejor preparada para mitigar los efectos del calentamiento global, que incluye el aumento del nivel del mar.

El precio a pagar será perpetuarse en el dulce engaño que permite a los trileros al mando del Banco Central Europeo (BCE) seguir trabajando para sus verdaderos amos, que no son los ciudadanos europeos ni de ningún otro lugar que se aleje de su propio bolsillo y de su pacata ortodoxia, ni el de sus acólitos a cargo del poder financiero soportado por la masacrada clase media.

Será hasta que tal colectivo desgraciado, garante de cualquier democracia que se precie, acabe con tal siniestra mascarada y los manden a todos a la mierda. O hasta que el tinglado se desmorone por falta de parroquianos si el contubernio no revienta antes.

Un día no demasiado lejano, el monopoly saltará por los aires. Cuando tal momento llegue, cuando confluyan los meteoritos cívicos y medioambientales que se dirigen hacia la Tierra a toda la velocidad que permite la absurda economía financiera en vigor, propulsada por sus aberrantes dogmas que predican un crecimiento eterno imposible, que fomentan la universalización de la corrupción por parte de las nunca tan poderosas élites extractivas, el juego macabro comenzará de verdad: el guion de la NASA se repetirá una vez más.

La contaminación, la basura, el hedor disuelto por el cambio climático repasarán paralelamente el orgullo de Europa. Lo empobrecerán. Con permiso de las ondas sinuosas producidas por el cada vez menos terso Jet Stream, los países del Norte compensarán la mayor clemencia de las temperaturas medias con serios problemas de estanqueidad territorial y virulencia meteorológica. Los Países Bajos, expertos en combatir la invasión del mar, deberán reforzar sus asombrosas obras de contención para no verse anegados de nuevo. En algunos lugares parece que no será suficiente.

La mar acaba siempre pasando factura a la soberbia humana y la irracionalidad política. Territorios enteros de toda Europa no podrán evitar quedar inundados a pesar de las obras de ingeniería y la mejora de los diques. Muchas infraestructuras portuarias dejarán de servir, aunque sean recientes, y se deberán construir otras nuevas en el interior. Quedarán las actuales como monumentos grotescos que recordarán a nuestros empobrecidos descendientes la supuesta inteligencia de sus antepasados, su acienciada codicia consumista terca y pueril.

En los países menos desarrollados de Europa, como los Balcanes, el contubernio climático será fuente de más conflictos que se sumarán a la inestabilidad endémica, al fraccionamiento territorial y mental que pretendemos replicar en España fomentando taifas caciquiles, expertas en diseminar ignorancia histórica y caradura económica, que permitan perpetuar aldeanas castas extractivas, luzcan estas barretina, chapela o boina.

Los cultivos migrarán hacia el norte o las alturas. La productividad agrícola disminuirá significativamente, especialmente en el arco mediterráneo. La presión migratoria desde el Magreb y Turquía hacia el sur de Europa será más dramática todavía, como la que reciben los italianos desde Albania. Y, como el delta del Nilo acabe anegado, que Dios nos coja confesados o Alá con las abluciones hechas.

El incremento y la voluptuosidad de las crecientes olas de calor afectarán cada vez más a la población. La malaria y el dengue podrían aparecer de nuevo en lugares antaño erradicados.

La insolidaridad acuática aumentará. La incomprensión mutua será mayor. No hay de qué preocuparse. Europa entera tirará de chequera sin productividad para mitigar los conflictos pendientes. No hay más que incrementar deuda inasumible. Para lo que va a servir… Antes o después, Europa entera protagonizará un sonoro default.

Mientras ocurren tales barbaridades, la esquilmación pesquera y del resto de los recursos naturales seguirá su curso menguante, asolando el agonizante mar Mediterráneo. Desaguando la poca decencia que le queda a una población anestesiada con tecnología insensata que ha vendido su alma al diablo al haberse desprendido de cualquier atisbo de humanismo y de educación ilustrada, de alta cultura que apenas se refugia en nostálgicos museos y onerosas exposiciones itinerantes.

Cultura como la que hizo florecer Europa en los últimos quinientos años, de la cual apenas quedan más vestigios posmodernos que sonrojante ineducación, fealdad arquitectónica, basura diseminada, cascotes mentales y antigua sabiduría clásica que ha devenido en degenerada corrección política fascista e intolerante.

España se está calentando en sentido cívico y no sólo climático. Europa, también, mal que le pese a su ciega arrogancia decadente, espoleada por la estúpida soberbia teutona que pretende acelerar la caída y agravar la ruina de todos, incluidos ellos.

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