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El voto liberal ante el 26-J
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Juan Manuel López-Zafra

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El voto liberal ante el 26-J

Si ser liberal es, en primer lugar, defender la libertad, desgraciadamente no caben remilgos en estas elecciones, como no cabe el voto de la ilusión, de la utopía, del cabreo

Foto: Los candidatos de Unidos Podemos por Madrid al Congreso Alberto Garzón (d) e Íñigo Errejón. (EFE)
Los candidatos de Unidos Podemos por Madrid al Congreso Alberto Garzón (d) e Íñigo Errejón. (EFE)

“For what were all these country patriots born? To hunt, and vote, and raise the price of corn?” Lord Byron

Tras un agotador proceso electoral que empezó con las elecciones catalanas de septiembre, con unas elecciones generales en diciembre que no han hecho sino visualizar la polarización extrema a la que las aventuras de José Luis "apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán" Rodríguez Zapatero han llevado a este país, los ciudadanos nos enfrentamos a una nueva versión de esta carísima fiesta de la democracia este próximo domingo, a la que somos habitualmente invitados al tiempo que se nos exige pagar el convite. Y las alternativas son, desgraciadamente, nulas. En términos de análisis estrictamente académicos, como mis alumnos bien conocen, desgraciadamente en esta ocasión no hay problema de decisión.

Puede sorprender esta afirmación ante una situación en la que por segunda vez se presentan cuatro partidos políticos con opciones de acabar gobernando en coalición, desplazando el tradicional y tan criticado bipartidismo que en España gobierna desde hace casi 34 años. Lo que tantos criticamos, yo el primero, es la forma aceptada por las principales democracias de nuestro entorno, como son la británica, la francesa y por supuesta las más antigua y consolidada del mundo, la norteamericana. Nunca en la historia de nuestro país ha habido un período de crecimiento económico, de afloramiento de derechos civiles y de consolidación de las libertades tan importante como el de nuestra democracia, y más en concreto estos últimos 34 años de denostado bipartidismo. Los que hoy denuncian los terribles males de nuestra democracia son quienes más han disfrutado de los derechos que nuestros padres consolidaron en la transición; cierto es que muchos de los suyos callaron durante el franquismo, como tantos otros; no les culpo.

Nunca en la historia de España antes ha habido un período de crecimiento, de afloramiento de derechos y de consolidación de las libertades tan importante

Pero quiero recordarles que al franquismo no se le derrotó en 2016, desde las aulas de Políticas de la Complutense, no. Al franquismo lo derrotaron la muerte del dictador en última instancia, y la cárcel y las deportaciones y la condena al ostracismo interior de muchos que hoy son tachados de fascistas por los iluminados que pretenden hacernos vernos la luz. Si a algunos no les hubiesen partido literalmente la cara desde finales de los sesenta, en las revueltas universitarias de Madrid, por ejemplo, hoy posiblemente no podrían acusar de régimen al surgido de la transición, con esa vehemencia trufada por igual de soberbia y desconocimiento. Por muchos errores que muchos hayan cometido, y sin excusar uno solo de ellos, pretender lanzar un órdago al único sistema que garantiza la libertad de oportunidades y la libertad de expresión supone una amenaza preocupante.

Digo en el comienzo de esta columna que real y desgraciadamente no existe problema de decisión. Por vez primera en la historia de nuestra muy imperfecta democracia, un partido nacido del odio tiene posibilidades reales de alcanzar el poder mediante coalición con uno de los contendientes. Nacido del odio, sí, pues debemos recordar las reiteradas apelaciones a que “el miedo cambie de bando” lanzadas tanto por la desaparecida Izquierda Unida, hace ahora cuatro años, o como por Pablo Iglesias en su proclamación como Secretario General de Podemos en noviembre de 2014; aunque lo realmente debería alertarnos es que esa misma idea la trasladase a la salida de prisión en 2013 el famoso Alfon, esa pobre víctima encarcelada injustamente por salir a pasear con explosivos y metralla en su mochila, como cualquier chaval de su edad.

Un partido político en el que sus dirigentes citan a Lenin sin rubor alguno (Íñigo Errejón en Twitter el 7 de junio de 2013, borrado ya de su TL pero preventivamente capturado, como podemos observar debajo); un partido en el que uno de sus fundadores, envalentonado por las masas, proclama su defensa de una democracia en la que los jueces arden en deseos de recibir órdenes del Ejecutivo, como puede verse en este vídeo; un partido en el que sus dirigentes abogan por la limitación de la libertad de expresión mediante el control público de los medios de comunicación; un partido político cuyos dirigentes defienden un concepto autárquico de patria coincidente con el de José Antonio Primo de Rivera en su discurso de 29 de octubre de 1933 en el Teatro de la Comedia, durante la fundación de la Falange; un partido en el que sus dirigentes apoyaron a un Tsipras que ha llevado a Grecia a la peor situación de su historia reciente; un partido en el que su principal líder declara que “para gobernar no soy comunista”, mientras que su conmilitón de Izquierda Unida se señala como comunista “aunque la colación no lo es”.

Si ser liberal es, en primer lugar, defender la libertad, desgraciadamente no caben remilgos en estas elecciones, como no cabe el voto de la ilusión, de la utopía, del cabreo. Es obligación de todos los que vivimos en sociedad, de todos los que pretendemos seguir criticando este sistema que acalla al individuo, de todos los que buscamos una sociedad en la que la libertad real esté presente en todas las decisiones y en la que el peso del estado se reduzca a los mínimos estrictamente necesarios, es obligación de todos nosotros votar. Votar opciones que pueden resultarnos terribles en situaciones normales pero que se muestran hoy como aceptables ante un futuro inmediato de restricción de libertades. Porque un partido que se llena la boca de socialdemocracia nórdica no absorbe a otro que sigue declarándose comunista convenciéndole de las bondades del modelo. No, en absoluto. Votar no es un derecho en esta ocasión; es una obligación. Porque la razón debe prevalecer frente a la sinrazón.

“For what were all these country patriots born? To hunt, and vote, and raise the price of corn?” Lord Byron

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