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Innovar para sobrevivir
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Jesús Banegas

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Innovar para sobrevivir

La innovación tecnológica, aunque siempre ha formado parte —incluso tácitamente— del quehacer humano a lo largo de la historia, sólo muy recientemente se ha incorporado al

La innovación tecnológica, aunque siempre ha formado parte —incluso tácitamente— del quehacer humano a lo largo de la historia, sólo muy recientemente se ha incorporado al lenguaje de los economistas e incluso de los empresarios; eso sí, con tanto vigor, que hoy constituye —por fortuna— una especie de artículo de fe de la religión empresarial del siglo XXI.

Este epifenómeno social tiene mucho que ver con la 5ª ola tecnológica —la de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC)— y la globalización de la economía; y ello porque las nuevas tecnologías electrónicas contienen más poder innovador —dentro de cualquier empresa y en cualquier lugar del mundo— que las precedentes y porque las barreras al comercio y, por tanto, a la transmisión de novedades tecnológicas han casi desaparecido en la mayor parte del planeta.

En las presentes circunstancias carece de sentido plantearse la innovación como una mera arma competitiva; en realidad es un instrumento de supervivencia de la especie empresarial en una economía abierta. Y en la medida en que las TIC se han convertido en una especie de ‘commodity’, -como muy bien  ilustró Nicholas G. Carr en su popular libro Does IT matter?-, que está a disposición de todo el mundo casi al mismo tiempo y coste, no basta con emplearlas eficazmente en el sistema productivo; es necesario ir más allá.

Con “la lengua fuera”

Estar al tanto de las novedades tecnológicas e incorporarlas pronto y bien al negocio sirve para seguir compitiendo con dignidad, pero más bien con “la lengua fuera”. Hoy las empresas tienen que exigirse más, hasta el punto de que las nuevas TIC deben servir para replantearse permanentemente no sólo la mejor y más eficiente manera de mejorar la productividad, sino algo más; incluso la propia naturaleza y estructura de la actividad empresarial.

Partiendo de una clásica distinción entre países: los innovadores, los adoptadores y los carentes de tecnologías y trasladando esta clasificación al mundo empresarial cabría decir que las empresas que viven al margen de los avances tecnológicos sólo pueden sobrevivir, mal y por poco tiempo, en las pocas economías cerradas —y por tanto paupérrimas— que quedan en el mundo; las que sólo adoptan innovaciones ajenas están condenadas a vivir en una especie de “segunda división” sin esperanza; y sólo aquéllas que innovan por su cuenta y riesgo pueden aspirar a vivir en el mejor de los mundos posibles: el de la permanente conquista de la excelencia y el liderazgo.

La competitividad de las empresas en una economía abierta y en permanente transformación requiere el funcionamiento encadenado de cuatro factores: disponer del máximo y mejor nivel de equipamientos tecnológicos; desplegar un esfuerzo continuo de formación en el seno de la empresa; innovar en procesos, productos y servicios; y contar con un sistema de relaciones laborales flexible.

Aunque para Nicholas G. Carr “la tecnología no importa”, ello sólo es cierto entre quienes disponen de ella; competir hoy con un menor —cuantitativo y cualitativo— nivel tecnológico es lo mismo que competir “a la pata coja”. Una empresa de vanguardia necesita estar al día del último estado del arte tecnológico y tomar decisiones adecuadas entre las diversas alternativas en el menor tiempo posible.

Pero la tecnología, por sí misma, vale para poco si no se le saca el máximo provecho posible, y ello exige un alto y actualizado nivel de formación profesional; una de las mayores debilidades de la empresa española, que dedica esfuerzos insuficientes –paupérrimos- a esta trascendente tarea.

Supervivencia

Si la tecnología se utiliza para, simplemente, hacer mejor las cosas que se hacían antes, es decir, para mejorar la productividad sin ahondar en que se puede hacer de nuevo —es decir, entrar en procesos de destrucción creativa schumpeteriana—, la empresa puede seguir compitiendo, pero difícilmente puede sobrevivir a largo plazo, que sólo se logra cuando los procesos, los productos y los servicios son —todos ellos o al menos en conjunto— incomparablemente mejores que los de los competidores.

Para completar el círculo virtuoso de la tecnología, la formación y la innovación, es necesario un marco descentralizado y flexible de relaciones laborales. El puesto de trabajo del presente y del futuro debe estar sustentado en la confianza y el compromiso mutuos y sólo el éxito empresarial forjado en la formación y adaptación permanentes del trabajador a cambiantes demandas de destrezas profesionales puede garantizar su sostenibilidad.

Jesús Banegas, presidente del Consejo Académico Máster Telecom & Digital Business del Instituto de Empresa

La innovación tecnológica, aunque siempre ha formado parte —incluso tácitamente— del quehacer humano a lo largo de la historia, sólo muy recientemente se ha incorporado al lenguaje de los economistas e incluso de los empresarios; eso sí, con tanto vigor, que hoy constituye —por fortuna— una especie de artículo de fe de la religión empresarial del siglo XXI.