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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

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Oro negro

En febrero de 1928, reunidos en Achnacarry Castle, los presidentes de las tres mayores petroleras mundiales iniciaron su particular búsqueda del consenso a fin de solucionar

En febrero de 1928, reunidos en Achnacarry Castle, los presidentes de las tres mayores petroleras mundiales iniciaron su particular búsqueda del consenso a fin de solucionar los indeseables desajustes de la industria. Marchitándose el verano, alumbraron lo que se dio en llamar Acuerdos de Achnacarry, Pool Association, o As Is. Adheridas posteriormente más de una docena de compañías, constituyeron en conjunto, y por el volumen que implicaba, un verdadero oligopolio cooperativo de extracción, refino, distribución y comercialización de petróleo y sus derivados. La simultánea rúbrica del Acuerdo de la Línea Roja, supuso el refrendo tácito de un cártel corporativo cuasi global cuyos límites abarcaban las mayores reservas de aceite de roca conocidas.

 

El Pool Association trataba de mitigar la perniciosa competencia causante de la sobreproducción y excesiva explotación de los yacimientos, derivando en nefastas condiciones de precios, heredada desde los tiempos del monopolio Rockefeller. Básicamente, los compromisos consistían en dejar la industria como estaba, as is, manteniendo el volumen de operaciones, de cuotas de mercado y estructuras; buscándose la consecución de costes decrecientes, rendimientos crecientes a escala, y eliminando excesos de oferta y demanda a través de mecanismos compensatorios. Finalmente, se blindaba el sistema de precios Gulf Plus, mediante el que se protegían los precios del petróleo norteamericano, inflándose artificialmente los del resto del mundo, permitiendo así la permuta de producciones de distintos lugares y el reparto de las ganancias del ghost freight o flete fantasma.

Salto en el tiempo. Corría 1952 cuando la Federal Trade Commission norteamericana publicó The International Petroleum Cartel, donde se acusaba a las siete hermanas de coludir mediante dos estrategias fundamentales: la primera, fijación de precios nominales, posted prices, respecto a los que estabilizaban tanto los pagos a los gobiernos concedentes cuanto a sus respectivos fiscos; la segunda, otro secreto al descubierto, descansaba en la Aggregate Programmed Quantity, árbitro de la producción total anual y su distribución entre los socios, mediante un exhaustivo y predeterminado control extractivo. El dominio de todas las etapas industriales, tecnología y patentes; el reparto geográfico de mercados y la participación conjunta en infraestructuras de transporte y distribución, tenían la evidente intención de mantener artificialmente los precios por encima de su nivel de equilibrio.

El río revuelto fue aprovechado por el bloque soviético, mediante agresivo dumping y abundante petróleo, seguro de socavar así las relaciones entre países productores y cártel corporativo. Forzados finalmente sucesivos descensos de precios nominales, los ingresos de feudos tan políticamente inestables también mermaron, aumentando su riesgo geoestratégico. La guerra fría se calentaba. Entre intrigas diplomáticas y operaciones de inteligencia, desequilibrios y amenazas consumieron la paciencia de una propiedad desde la que se bombeaban pingües beneficios que apenas se cataban. El alumbramiento de la OPEP fue consecuencia directa del derrotero de los excesos cometidos durante décadas, aunque todavía pasarían algunos años, y no pocas vicisitudes, hasta que el cártel corporativo cediese, por la fuerza, el testigo al cártel extractivo. La puntilla, a manos de Nixon, el cierre de la gold window y consiguientes devaluaciones del dólar, escenificando el traspaso de poderes a la OPEP y el cebado del shock energético.

Quizá, recordar esta dinámica del oro negro, tan alejada del habitual debate de oferta y demanda, permita contextualizar las interesantes reflexiones de Andrew Butter de hace apenas un mes. En ellas refiere que el 40% de las reservas de petróleo están controladas por poco más de media docena de países que no necesitan extraerlas; que los precios del crudo son decididos por cinco personas y que, dada la posibilidad real de un shock, las alternativas de los productores pivotarían entre bombear petróleo barato para aliviar la recesión, al tiempo que vamos agotando reservas limitadas y se contribuye al calentamiento global; o tener en consideración los futuros incrementos de demanda, que harán subir el precio y generarán un déficit de producción. Pero dice mucho más. Aparte de plantear la posibilidad  de un oil standard, aduce que sólo en tiempos de casus belli, con la oferta constreñida, los precios del crudo han aumentado muy por encima del coste marginal medio de producción y que, actualmente, no existe capacidad ociosa, requiriéndose al menos tres años para disponer de nueva potencia extractiva, y de cinco a diez para aumentarla significativamente, ya proceda de los profundos yacimientos submarinos de Brasil, o de pizarras bituminosas. Como propina, dos semanas después argumentaba un simpático modelo predictivo del precio del oro basado en el del petróleo.

Y como un recordatorio lleva a otro, las curiosas relaciones entre cotizaciones de crudos de la OPEP y de valores financieros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), me sirven para enlazar con otro jugoso scoop, habida cuenta que cuatro de los seis miembros del CCG forman parte de la OPEP, y cinco de ellos están, como saben, inmersos en la adopción de una moneda única, prevista para 2010. O al menos lo estaban hasta hace unos días. Integración monetaria que ya tiene designada sede para el banco central de la petrodivisa, secundando en importancia al BCE. Éste expresaba, no ha mucho tiempo, que el desafío macroeconómico más importante al que se enfrentan los países del CCG es el aumento de la inflación, en un entorno en el que la contribución de la política monetaria se ve limitada por el régimen de tipos de cambio.

El consenso académico abogaba por referenciar la futura moneda única a una currency basket, al estar los respectivos tipos de cambio reales situados cerca del centro del triángulo de incompatibilidad. Si bien Jim Rogers lo considera innecesario, con enormes reservas de moneda extranjera y petróleo respaldando al khaleeji; el pasado lunes, Krugman abrazaba la opción de la cesta de divisas, aludiendo igualmente a la necesidad de romper el peg cambiario con el dólar. Los Emiratos Árabes Unidos se han caído del cartel, al parecer, por discrepancias en la ubicación de la sede monetaria, adjudicada a la capital saudí. Llevaban años postulándose como aspirantes a albergarla, ergo tiene visos de ser una pataleta infantil, matizada además, al cabo de unas pocas horas. Las reservas aducidas resultan inconsistentes con el proceso de integración, salvo que busquen invocar la tesis Casella-Feinstein para lograr, tal vez, una representación desproporcionada y políticamente irrealista en la función objetivo del banco. Veremos.

Convertidos en proveedores netos de capital, con fondos soberanos estimados en billón y medio de dólares, los países del CCG han jugado sus cartas realizando reformas estructurales auspiciadas por la contundente evolución del gasto público. Diversificación productiva y robusto crecimiento económico, con tasas medias de incremento del PIB superiores al 6% anual en el último lustro, espectacular aumento de sus intercambios internos, así como en el seno de la GAFTA, de la que también son miembros. Del total del comercio interregional, suponen el 70%, fundamentalmente petróleo, algo más de una cuarta parte, seguido de bienes manufacturados y alimentos. Y éstos últimos suponen su talón de Aquiles. El equilibrismo para escapar de la dependencia de los petrodólares, subordinándose al mismo tiempo al abastecimiento alimenticio exterior, tiene sus servidumbres y riesgos. Si entre 1950 y el primer shock energético un barril de crudo compraba un celemín de trigo, actualmente la relación de intercambio fluctúa en torno a 10 celemines por barril, mientras el año pasado por estas fechas era de 16 a 1. El oro, incluso crudo, aunque provea utilidad, no es comestible. Carrot & Stick.

En febrero de 1928, reunidos en Achnacarry Castle, los presidentes de las tres mayores petroleras mundiales iniciaron su particular búsqueda del consenso a fin de solucionar los indeseables desajustes de la industria. Marchitándose el verano, alumbraron lo que se dio en llamar Acuerdos de Achnacarry, Pool Association, o As Is. Adheridas posteriormente más de una docena de compañías, constituyeron en conjunto, y por el volumen que implicaba, un verdadero oligopolio cooperativo de extracción, refino, distribución y comercialización de petróleo y sus derivados. La simultánea rúbrica del Acuerdo de la Línea Roja, supuso el refrendo tácito de un cártel corporativo cuasi global cuyos límites abarcaban las mayores reservas de aceite de roca conocidas.