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Quejas de bandoneón
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Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

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Quejas de bandoneón

A ritmo de tango, o de tongo, triunfo del maleante y pendenciero de hábitos vulgares y arrabaleros. Jugosa ironía respecto a la argentinización española que sugiere

A ritmo de tango, o de tongo, triunfo del maleante y pendenciero de hábitos vulgares y arrabaleros. Jugosa ironía respecto a la argentinización española que sugiere el Profesor Velarde. Fuga de capitales, brusco descenso de la actividad económica, dolarización de ahorros, retracción del consumo, desconfianza, aumento de mora y congelación del crédito. Y aunque aquí, de momento, las neopesetas siguen siendo pura entelequia, quién sabe lo que nos depara el destino patrio. O sí. De un año a esta parte, el montaje del entonces inverosímil escenario está ya concluido, con media troupe pánica aguardando entre bastidores y, la otra media, balbuciente en el proscenio. Sólo faltan caceroladas y piqueteros, pero pasito a pasito, todo se andará.

 

El presupuesto deberá estar equilibrado, las arcas del Tesoro deberán reponerse, la deuda pública deberá reducirse, la arrogancia de los funcionarios deberá atenuarse y controlarse... para que Roma no se vaya a la bancarrota. Sensacional cita de Cicerón como punto de partida del interesante informe, gentileza del Banco Interamericano de Desarrollo, que en su día analizaba vivir con deuda y cómo contener los riesgos del endeudamiento público. En él se constatan las influencias políticas sobre el desvío de recursos financieros hacia fines ilegítimos, sobre todo en sistemas fiscales descentralizados, con generosas transferencias entre territorios y sin límites aparentes al déficit presupuestario, gasto, o deuda pública en los diferentes niveles de gobierno. Sorprende, tal vez, la honestidad intelectual de sus autores, tan poco habitual en este tipo de publicaciones institucionales.

Tras describir las tres motivaciones principales para el endeudamiento de las familias; financiación de bienes y servicios duraderos, atender shocks negativos de carácter temporal, y modular el consumo a largo plazo; realiza una analogía con los gobiernos, imponiendo las correspondientes salvedades. La primera, que el objetivo del cabeza de familia, a pesar de sus posibles errores, es maximizar el bienestar de su unidad de convivencia. En cambio, las decisiones del político de turno pueden estar distorsionadas por mordidas, conflictos de interés, logro de objetivos a corto plazo, y ansias de popularidad que crecen proporcionalmente al dispendio, obviando el bienestar social. En segundo lugar, la diferente aplicación de garantías ejecutables a hogares y prestatarios soberanos, ya que éstos últimos podrían perseguir la estrategia de calcular el coste de un default, total o parcial, comparándolo con la carga deudora para decidir si seguir o no cumpliendo con sus obligaciones. Finalmente, las evidentes asimetrías en relación a la capacidad de ajuste de ingresos y opciones de financiación, así como al efecto arrastre de las políticas de deuda pública respecto al sector privado.

La emisión de deuda pública evita subir los impuestos inmediatamente, genera ilusión fiscal, y transfiere el peso de aquélla a futuras generaciones que no están representadas en la toma de decisiones. En teoría, el déficit financiado con endeudamiento sería anticipado por los agentes, mediante expectativas racionales de mayores impuestos venideros, haciéndoles ahorrar en lugar de incrementar su consumo. En teoría. Demasiadas restricciones y, sobre todo, exceso de confianza. La realidad, sin embargo, está trufada de cierta miopía electiva, distorsiones fiscales e imperfecciones en los mercados, generando efectos reales a corto plazo cuyos futuros ajustes quedarán lo suficientemente lejos como para preocuparse por ellos. Ya lo pensaré mañana.

Dada la débil correlación entre nivel de endeudamiento y calificación crediticia, cualquiera sabe por qué, el determinante esencial del riesgo soberano, según el documento, sería la calidad: económica, político-institucional y de la propia deuda del país en cuestión. Limitada diversificación productiva, inconsistencias fiscales, acusadas desigualdades de rentas, inestabilidad, y bajos niveles de credibilidad política desincentivan la confianza de los prestamistas foráneos, quienes exigirán primas de riesgo adicionales. Suena muy familiar, la verdad. Y es que todos estos factores se refuerzan mutuamente, pues debilidad política conlleva improvisación y parcheo, éstos generan volatilidad e inestabilidad, que a su vez son correspondidas por financiación externa escasa, cara, intermitente y a la vista, lo cual empeora la calidad de la deuda y aumenta el riesgo soberano. Vuelta a empezar.

En el fondo, miopía, burbujas y esquemas Ponzi. Los gobiernos juegan en corto, empeñan a sus ciudadanos al máximo sin atender a la futura capacidad de repago, al tiempo que los prestamistas externos fían alegremente, convencidos de que otros también concederán créditos adicionales cuando toque, aumentando así las posibilidades de devolución de los pasivos originales. La pirámide crece hasta que ocurre ese imprevisto que nadie contemplaba, apareciendo el incumplimiento y desapareciendo fuentes de refinanciación. Sin embargo, el endeudamiento óptimo resultaría de políticas fiscales anticíclicas, pidiendo prestado más o reembolsando menos en momentos de bajo crecimiento, y viceversa en épocas de mayor bonanza. Así, podrían articularse bien férreos compromisos institucionales a nivel del Estado, bien emisión de deuda contingente, indexada al crecimiento del PIB, cuya evolución y volatilidad a largo plazo resultan esenciales a la hora de determinar probabilidad de default y nivel sostenible de endeudamiento.

Y como, al parecer, la V tendrá que esperar, quizá doblándose en W, esta misma semana, el Banco Mundial se encargaba de dar una de cal y otra de arena. Qué remedio. Las continuas revisiones de datos, tan profundas y divergentes, tratan de dibujar sucesivos panoramas de recuperación global que sigan abonando fiducia sin complacencia, a ver si alguno de ellos finalmente cuaja. Aunque, a estas alturas, ya resulta muy difícil creer en milagros. Si lo que toca es ahorrar para poder hacer frente a las ronchas pasadas, presentes y futuras, ¿quién tirará del carro del consumo para devolver esa ansiada normalidad gaussiana, donde se maximiza el intervalo de confianza y se minimiza el riesgo...? La momentánea estabilización del hundimiento dista mucho de convertirse en punto de inflexión, sobre todo cuando no se han resuelto los problemas de fondo ni los desequilibrios acumulados.

En este sentido, me ha llamado la atención el enorme predicamento que ha tenido la actualización de A Tale of Two Depressions, sirviendo como hilo conductor de las reflexiones de Wolf, Buiter, y Mauldin, entre otras. A grandes males, grandes remedios, aunque parece que se yerra como antaño y sin visos de corrección. Quizá, la velocidad y magnitud de las respuestas arbitradas no garanticen más que efímeros resultados, cuyo vahído dejará al descubierto la cruda realidad y el agravamiento de la situación de partida. Es un error capital tratar de formular teorías antes de tener datos. Insensiblemente, uno empieza a retorcer los hechos para que se adapten a las teorías, en lugar de que las teorías se adapten a los hechos...

A ritmo de tango, o de tongo, triunfo del maleante y pendenciero de hábitos vulgares y arrabaleros. Jugosa ironía respecto a la argentinización española que sugiere el Profesor Velarde. Fuga de capitales, brusco descenso de la actividad económica, dolarización de ahorros, retracción del consumo, desconfianza, aumento de mora y congelación del crédito. Y aunque aquí, de momento, las neopesetas siguen siendo pura entelequia, quién sabe lo que nos depara el destino patrio. O sí. De un año a esta parte, el montaje del entonces inverosímil escenario está ya concluido, con media troupe pánica aguardando entre bastidores y, la otra media, balbuciente en el proscenio. Sólo faltan caceroladas y piqueteros, pero pasito a pasito, todo se andará.