Es noticia
Realismo 'in crescendo'
  1. Economía
  2. El Teatro del Dinero
Fernando Suárez

El Teatro del Dinero

Por

Realismo 'in crescendo'

Se veía venir. Era cuestión de tiempo y sentido común, tras la sobredosis de pensamientos positivos inducidos para combatir desconsuelo e incertidumbre. Si a nivel personal

Se veía venir. Era cuestión de tiempo y sentido común, tras la sobredosis de pensamientos positivos inducidos para combatir desconsuelo e incertidumbre. Si a nivel personal la autosugestión de ánimo y entusiasmo, el exceso de confianza e ilusión, pueden resultar contraproducentes, la infusión masiva de buenismo artificial termina diluyéndose como un azucarillo ante tanta euforia sin fundamento. Expectativas defraudadas, try again. Entre exaltación y abatimiento, bendito realismo.

 

De esta guisa, y con el eco de la última entrega todavía latente, aterrizo en Un planeta (in)feliz 2.0. Sensacional informe, publicado el pasado sábado, sobre progreso real y bienestar en términos de una existencia vital larga, dichosa y con sentido, atendiendo a la imprescindible viabilidad en el consumo de recursos. Sin desperdicio. Breve prólogo de Herman Daly, antiguo Senior Economist en el Banco Mundial, referente académico en desarrollo sostenible. Y es que, el crecimiento no siempre es bueno, bonito, ni barato. El argumento descansa en que las personas sensatas satisfacen primero sus necesidades más apremiantes, asignando recursos limitados en sus mejores usos alternativos, produciéndose un efecto sustitución entre actividades, según su prioridad, cuando sea necesario sacrificar alguna de ellas. La dinámica de beneficios marginales descendentes y costes marginales ascendentes alcanza un punto de intersección a partir del cual el resultado deviene antieconómico. Y ello ocurre con mayor probabilidad cuanto mayor sea la riqueza acumulada por la sociedad.

La obsesión por el crecimiento, a través de un consumo sostenido e insostenible, lidera el olvido de otros aspectos vitales del bienestar humano. Compre, gaste, y será feliz. Sin embargo, la realidad demuestra que, una vez satisfechas las necesidades básicas, la deriva consumista aporta muy poco confort adicional. En la mayoría de países desarrollados, las circunstancias materiales, tales como riqueza y posesiones, influyen mucho menos en la consecución de la felicidad que factores como la participación en la vida cultural o un trabajo estimulante. Una vez sobrepasado el óptimo, y excediendo los costes a los beneficios marginales, el crecimiento nos hará empeorar. ¿Dejaremos entonces de crecer? Ya conocen la respuesta. La disminución de bienestar, atribuida a la escasez productiva, genera continuos jaleos de más madera, agravando la situación y requiriendo, a su vez, nuevos impulsos que sólo abocan a un círculo vicioso, retroalimentado sin fin. La degradación del medio ambiente es una enfermedad iatrogénica inducida por los médicos económicos, quienes intentan tratar la patología básica de necesidades ilimitadas prescribiendo producción ilimitada. No se cura una dolencia inducida por el tratamiento aumentando la dosis del mismo. Estado estacionario.

Quizá debieran incorporarse factores culturales, entendidos éstos como valores y creencias compartidas. En el caso de los primeros, el comportamiento de un agente económico racional viene determinado por el objetivo que persigue y las restricciones asociadas a los medios para lograrlo, modelizándose a través de una función de utilidad que aquél maximiza. O tal vez no. Puesto que los valores confieren legitimidad a los objetivos, diferentes sistemas de valores generan diferentes objetivos y, por tanto, distintos comportamientos. Respecto a las creencias, sin acotar la maximización de utilidad, cualquier individuo disfrutaría de un estado de absoluta felicidad. Jauja. Pero las restricciones reflejan la escasez de recursos e imponen la necesidad de realizar elecciones racionales. Sin embargo, no son las limitaciones per se las que afectan la conducta, sino la forma en que éstas son percibidas. Impresiones subjetivas. Por su parte, la ausencia de información completa en la toma de decisiones engendra incertidumbre. Para mitigarla, y a falta de evidencia disponible, los agentes recurren a la teoría. Existiendo tanta diversidad donde elegir, las interpretaciones varían y los comportamientos divergen. Distintas personas, ante una misma situación, actuarán de manera diferente según sus propias apreciaciones.

Añádase la dualidad esencial en la visión de la naturaleza humana, optimismo versus pesimismo. El optimista cree que las personas pueden ser persuadidas para comportarse responsablemente sin necesidad de someterlas a autoridad alguna; el pesimista, en cambio, que sin autoridad las personas se comportarían de manera irresponsable. En el plano científico, el optimismo se apoya en la capacidad humana de controlar el entorno, la naturaleza, o al menos, predecirlo de manera que puedan tomarse medidas cuando sea menester, lo cual implica asumir que los riesgos son bajos. Lo desconocido hoy puede ser conocido mañana, a través de experimentos o incluso modelos matemáticos. El pesimista científico, por el contrario, desecha la idea de que una formación adecuada libere de incompetencia, defendiendo la incapacidad de predecir la naturaleza salvo por medios adivinatorios y esotéricos, cuyo control resulta huidizo.

Los dogmas de los últimos 30 años han sido desacreditados. Cambio climático, agotamiento de recursos naturales, más de la mitad de la población mundial sobreviviendo con menos de 2'5 dólares al día y desigualdad creciente incluso en los países ricos. Aún así, con la crisis llega la oportunidad. Cierto, cuestión de saber aprovecharla. Sin derrotismo ni exceso de confianza. Y aquí es donde esta imprescindible visión de disponibilidades, medios, y objetivos adquiere relevancia a través del Índice de Planeta Feliz (IPF), una medida de eficiencia que relaciona esperanza de vida, bienestar e impacto medioambiental. De los 143 países analizados, comprensivos del 99% de la población mundial, Costa Rica, República Dominicana y Jamaica ocupan, respectivamente, las tres primeras posiciones. España, en septuagésimo sexto lugar. Resulta curioso que, para los miembros de la OCDE, entre 1961 y 2005, la combinación de esperanza de vida y bienestar haya aumentado sólo un 15%, mientras la huella ecológica per capita lo ha hecho un 72%, perdiéndose el 17% en términos de IPF.

Aunque ninguno de los países logra simultáneamente gran felicidad y vida en un solo planeta, se constata que es posible compaginar existencias prolongadas y dichosas con huellas ecológicas por debajo de la biocapacidad mundial, estimada en 13.600 millones de hectáreas globales, 2’1 por cabeza. Actualmente, el exceso supone casi un tercio, pero si no acotamos nuestras demandas, se calcula que, en poco menos de un cuarto de siglo, necesitaremos ya dos planetas para mantener nuestros estándares vitales. A grandes males, grandes remedios. Progreso basado en la calidad: Un paso que deberíamos dar para hacer posible vivir bien sin que nos cueste la Tierra, es destronar la idea de que maximizar el crecimiento de la prosperidad, medida como PIB per capita, debería ser un objetivo explícito de política económica y social. Inmejorable ocasión para reconstruir con sólidos cimientos esta casa, legado de todos, de nadie.  

Se veía venir. Era cuestión de tiempo y sentido común, tras la sobredosis de pensamientos positivos inducidos para combatir desconsuelo e incertidumbre. Si a nivel personal la autosugestión de ánimo y entusiasmo, el exceso de confianza e ilusión, pueden resultar contraproducentes, la infusión masiva de buenismo artificial termina diluyéndose como un azucarillo ante tanta euforia sin fundamento. Expectativas defraudadas, try again. Entre exaltación y abatimiento, bendito realismo.