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Virtud y trampa de las exportaciones

La productividad agregada ha caído dramáticamente al encontrarse nuestra economía en situación severa de infrautilización de su capacidad productiva

Foto: Vista general de la terminal de carga del Puerto de Barcelona. (Reuters)
Vista general de la terminal de carga del Puerto de Barcelona. (Reuters)

Aquí resulta que ahora hemos aprendido a hacer lo que no habíamos hecho nunca, que es crecer a base de vender más de lo que compramos y que cinco años de crisis nos han bastado para escarmentar del trampantojo de crédito y ladrillo que era nuestra economía, para ponernos serios y volvernos competitivos. Mejor es esto sin duda que la sangría de viajes, cochazos y ropa cara comprados por ahí fuera y por la que en 2007 pagamos el diez por ciento de nuestra renta, que se nos fue en déficit exterior. Pero la virtud de las cosas buenas se encuentra cuando, además de serlo, suceden por una buena razón, y en el caso de las exportaciones a lo mejor no hay tanta virtud.

La ganancia en competitividad lograda en los últimos cinco años, que se tasa en unos 18 puntos de mejora sobre la media europea, señala una mejora en costes, fundamentalmente laborales. Eso es lo que uno espera que suceda cuando se aprende a hacer las cosas de mejor manera o más rápido, que no es lo mismo pero es igual. Pero la realidad es que aquí seguimos haciendo lo mismo, ni más rápido ni mejor, sino con menos gente. No es lo mismo lo que cuestan todos los currantes que lo que cuesta cada uno de ellos, y la diferencia es la que hay entre competitividad y productividad. Mientras que nuestros costes agregados han bajado esos 18 puntos en este tiempo, los salarios, si no han subido moderadamente –Montoro dixit–, desde luego no han bajado lo mismo que nuestra ganancia de competitividad, se pongan como se pongan.

Lo que antes hacíamos entre cinco, ahora lo hacemos con tres o cuatro y por eso hay seis millones de parados, aunque cada uno de los que quedan gane poco más o poco menos lo mismo que antes

Aquí lo que ha pasado es que lo que antes hacíamos entre cinco, ahora lo hacemos con tres o cuatro y por eso hay seis millones de parados, aunque cada uno de los que quedan gane poco más o poco menos lo mismo que antes. Lo que han disminuido no son los salarios, sino las masas salariales, y aunque la competitividad de las empresas exportadoras haya mejorado por esa razón, la productividad agregada ha disminuido dramáticamente al encontrarse nuestra economía en situación severa de infrautilización de su capacidad productiva.

Eso explica por qué el consumo doméstico sigue disminuyendo. Mientras sigamos mejorando nuestra competitividad a base de recortar masas salariales sin mejorar la productividad agregada, todo lo que vendamos de más por ahí fuera será a costa de vender menos aquí dentro. Entre tanto, seguiremos metidos en este remolino de suma cero y renta nacional estancada por mucho que exportemos. La economía española se está partiendo en dos, con un sector doméstico ahogado por un consumo interior que no deja de caer por un lado, y por el otro con un sector exportador que irá mejorando hasta el límite en el que ya no se pueda generar más paro.

Ese límite seguramente lo hemos alcanzado ya, porque estas cosas sólo pueden hacerse una vez y no indefinidamente. Los choques de competitividad así enfocados se agotan por la imposibilidad de seguir recortando plantillas si se quiere continuar exportando lo mismo o cuando la presión fiscal y social del paro se vuelven insostenibles, y aquí en ambos casos parece que ya estamos tocando hueso.

El marco de contratación con las Administraciones Públicas desincentiva la inversión en formación, investigación y talento en favor del gasto en influencias, lobbies, apaños, y privilegios arbitrarios, que son más rentables y seguros que meterse a inventar

Además, y mientras no mejoremos nuestra productividad, que consiste en producir más sin aumentar costes, lo más probable es que cualquier mejora en rentas y empleo inducida por las exportaciones quede neutralizada en cuanto tensionemos nuestra rígida oferta productiva por la presión sobre las masas salariales que impondrá el ir sacando a gente del paro. Volveríamos, eso sí, a registrar crecimiento interior, pero también a exportar menos y a importar más porque una vez más será más barato comprar fuera que fabricar dentro y así de vuelta a nuestra posición competitiva previa a la recesión. Antes lo que hacíamos era devaluar, que es una forma barata de bajar costes manteniendo el empleo, y cuando la rigidez de nuestra oferta absorbía el choque de competitividad, pues volvíamos a devaluar.

Pero hay países que exportan y crecen al mismo tiempo, dirá alguien con razón. Pues sí, no está escrito que para exportar haya que producir desempleo, como aquí sucede. Pero para eso hay que mejorar verdaderamente la productividad y no sólo ser más competitivos a base de reducir plantillas. En términos políticos, eso es completar la reforma del mercado laboral bajando salarios, guste o no, o alternativamente aumentando la productividad individual de manera que cada nueva contratación permita cubrir sus costes, pagar los impuestos y remunerar adecuadamente al capital sin que nos cueste más caro que al resto del mundo. Acometer la que parece que nunca llega reforma del sector público, no sólo por sus consecuencias sobre el déficit público sino sobre todo por la carga de costes de transacción innecesarios y demoras que representa la Administración para las empresas, profundizando en la unidad de mercado interior y revisando de raíz el marco de contratación con las Administraciones Públicas; porque lo que hay ahora desincentiva la inversión en formación, investigación y talento en favor del gasto en influencias, lobbies, apaños y privilegios arbitrarios, que son más rentables y seguros que meterse a inventar.

Hay que reducir la brecha de 15 puntos de más que nos cuesta la energía sobre la media europea, porque de nada sirve bajar salarios y sacrificar empleo si luego las subidas de la factura energética se lo comen todo, que es como decir que varios millones de parados están subvencionando a las compañías energéticas. Hay que revisar en profundidad las estructuras de distribución comercial, porque no se entiende que España tenga la segunda gasolina más cara de Europa o que los precios agrícolas se multipliquen por veinte desde el origen, porque a la larga nuestro consumo sólo creará puestos de trabajo fuera. Hay que abordar de frente la estructura de algunos sectores en los que se aprecian prácticas colusorias flagrantes, porque suponen un reparto injusto de rentas, distorsionan gravemente la asignación de recursos y desincentivan el mérito, la competencia y la creación de empresas y empleo.

Hay que reducir la brecha de 15 puntos de más que nos cuesta la energía sobre la media europea, porque de nada sirve sacrificar empleo si las subidas de la factura energética se lo comen todo, que es como decir que varios millones de parados están subvencionando a las compañías energéticas

Este es sólo una parte de la lista de lo que nos queda pendiente, y lo llamativo de ella es que casi todos sus epígrafes están relacionados entre sí. Apuntan hacia la misma causa, que es la forma en la que nos planteamos nuestra manera de hacer negocios y la calidad y responsabilidad de las instituciones que señalizan la ruta de las empresas y de nuestras relaciones económicas creando y anulando incentivos.

Hay que acometer verdaderas reformas estructurales que nada tienen que ver con reducir el déficit del sector público. Las que fomenten verdaderamente la productividad y no sólo la competitividad a costa del empleo, las que permitan avanzar a nuestro sector exportador y a nuestro sector doméstico simultáneamente y no el uno a costa del otro; quizá así consigamos exportar y crecer al mismo tiempo. Después de tantas metáforas mal traídas para explicar las cosas de nuestra economía, uno se anda con cuidado antes de usarlas, pero en esta ocasión no me resisto a escribir que aquí, o hacemos una manta más grande, o alguien pasará siempre frío.

*Ignacio Muñoz-Alonso es profesor del IE Business School

Aquí resulta que ahora hemos aprendido a hacer lo que no habíamos hecho nunca, que es crecer a base de vender más de lo que compramos y que cinco años de crisis nos han bastado para escarmentar del trampantojo de crédito y ladrillo que era nuestra economía, para ponernos serios y volvernos competitivos. Mejor es esto sin duda que la sangría de viajes, cochazos y ropa cara comprados por ahí fuera y por la que en 2007 pagamos el diez por ciento de nuestra renta, que se nos fue en déficit exterior. Pero la virtud de las cosas buenas se encuentra cuando, además de serlo, suceden por una buena razón, y en el caso de las exportaciones a lo mejor no hay tanta virtud.

Exportaciones Salarios de los españoles Energía Productividad