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Eslovaquia y el suicidio de los grandes medios españoles
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Alberto Artero

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Eslovaquia y el suicidio de los grandes medios españoles

A más de un editor de grandes medios de comunicación españoles le han tenido que temblar las canillas al ver la edición del The Economist de

A más de un editor de grandes medios de comunicación españoles le han tenido que temblar las canillas al ver la edición del The Economist de esta semana. La sección de empresas recoge un pequeño artículo sobre modelos de pago en internet, bajo el pinkfloidiano título de Another Brick in the Wall. La pieza abre una ventana de esperanza para aquellos que han optado por este modelo de ingresos, de partida, adicionales, y finalmente, únicos en caso de cumplirse los escenarios más sombríos para la prensa de papel. Si en abril de 2010 eran 26 los diarios y revistas de Estados Unidos que obligaban a pagar a los lectores por el acceso a su contenido, el número se ha multiplicado varias veces en los últimos dieciocho meses. Sistemas puros o mixtos, da igual. Como en el chiste, ésta es la parte buena del asunto.

Sin embargo, un poquito más adelante, el anónimo autor –el carácter editorializante de los textos es santo y seña del semanario- avanza sobre los requisitos para que tal estrategia funcione, y aterriza en el caso eslovaco. En aquel país existe un acuerdo entre las nueve mayores cabeceras para establecer un sistema conjunto de pay per read. Los ingresos se reparten entre ellos en función, primero, del medio en el que el usuario se ha dado de alta –que se lleva la parte del león, lo que incentiva el fomento de la suscripción- y, después, de qué lee –lo que, por su parte, obliga a la excelencia en el contenido para atraer lectores-. Círculo virtuoso en el que todos participan. Oligopolio de facto por razones de supervivencia tan censurable como necesario se considere el papel del denostado Cuarto Poder.

¿Dónde está el problema? Pues en el precio. La alianza entre los medios de la parte más oriental de la Checoslovaquia del tenista Ivan Lendl o la atleta Jarmila Kratochvilova (lo siento, no me he podido reprimir) fija una cuota mensual de acceso de 2’90 euros. Un tercio, ofertas aparte, de lo que cobra Kiosko y Más (Prisa y Vocento) y la quinta parte del precio fijado por Orbyt (Unidad Editorial). Decisión inteligente que pasa por encima de absurdas batallas y establece unas reglas de juego iguales para todos los partícipes. Puesto que cualquier negocio es rotación por margen, la única manera de aumentar la primera en esta industria es reducir el segundo. Una contracción que, en tanto crezca la publicidad online y se mantenga el reparto de estructuras de costes entre negocio tradicional y virtual, afecta a un ingreso incremental, a más a más, que además incorpora, en caso de transición desde el envío físico a domicilio, el ahorro derivado del fin de la distribución en mano del periódico.

Sería bueno que los editores españoles tomaran nota. Al final han sido ellos y solo ellos los que se han cargado la capacidad recaudatoria de sus sites, con la absurda decisión durante años de regalar los anuncios en su webs como compensación al apoyo de los anunciantes a sus soportes escritos. Revertir ese proceso, cuando la audiencia no está suficientemente segmentada y, por tanto, no se puede poner en valor, está siendo un mundo para muchos de ellos. No pueden permitirse caer en el mismo error otra vez con esta alternativa, aparentemente tan necesaria, para apuntalar el quebradizo edificio de su futuro. Es precisamente la ausencia de una referencia cierta, y de experiencia histórica en la España del Internet ya consolidado, la que lleva a muchos a no querer aventurarse en tan procelosas aguas a día de hoy. Denles argumentos.

Además, los motivos por los que un usuario está dispuesto a convertirse en suscriptor se reducen a dos: ayuda a la toma de decisiones y entretenimiento. Siendo sinceros, pocos en España ofrecen una mezcla tal de lo uno o lo otro -a la New York Times, Financial Times, WSJ o el propio The Economist- como para justificar el cobro por contenido. A través de un acuerdo colectivo de este tipo, buena parte de las carencias comunes se verían compensadas por la uniformidad de criterio a la hora de considerar que la información tiene un precio con independencia de quien la produzca. Ya está bien de mirar lo ajeno con desprecio mientras se hunde lo propio. Librar la guerra por los botes del Titanic es del género bobo. Olvídense. España necesita esa capacidad de hacer que las cosas cambien y esa labor de control delegada en los medios de comunicación. Cuanta mayor sea su debilidad, errores financieros aparte, más vulnerable será nuestra democracia. Lo crean o no.

P.S. En mi rincón gastronómico de Vanitatis de los miércoles, hoy la cosa va de la moda de los asiáticos. Que lo disfruten.

A más de un editor de grandes medios de comunicación españoles le han tenido que temblar las canillas al ver la edición del The Economist de esta semana. La sección de empresas recoge un pequeño artículo sobre modelos de pago en internet, bajo el pinkfloidiano título de Another Brick in the Wall. La pieza abre una ventana de esperanza para aquellos que han optado por este modelo de ingresos, de partida, adicionales, y finalmente, únicos en caso de cumplirse los escenarios más sombríos para la prensa de papel. Si en abril de 2010 eran 26 los diarios y revistas de Estados Unidos que obligaban a pagar a los lectores por el acceso a su contenido, el número se ha multiplicado varias veces en los últimos dieciocho meses. Sistemas puros o mixtos, da igual. Como en el chiste, ésta es la parte buena del asunto.

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