Es noticia
Siete días críticos: ¡salvad al soldado España!
  1. Mercados
  2. Valor Añadido
Alberto Artero

Valor Añadido

Por

Siete días críticos: ¡salvad al soldado España!

Se cierra la semana más crítica desde que el Partido Popular aterrizara en el poder tras las elecciones del 20 de noviembre del año pasado. Siete

Se cierra la semana más crítica desde que el Partido Popular aterrizara en el poder tras las elecciones del 20 de noviembre del año pasado. Siete días que, si algo han puesto de manifiesto, es el afán de España y su gobierno por suicidarse. Las bolsas, la prima de riesgo y los seguros de riesgo de crédito o CDS han sido buen reflejo de ello. La una por los suelos, la otra por los cielos y el coste de protegerse de una quiebra de nuestro país en máximos históricos. No ayudan los acontecimientos griegos, ni la búsqueda desesperada por parte de los inversores del protector puerto alemán, refugio en medio de la tormenta financiera europea. Pero aún así. Se cumplen dos años desde la intervención de facto de nuestra economía que terminó sacando del poder a Rodríguez Zapatero. Al calor de los errores propios y ajenos, muchos se preguntan si lo estaremos también de iure en la primera legislatura de Mariano Rajoy. Pese al pesimismo generalizado, ¡salvad al soldado España!, no es un accidente a punto de ocurrir… salvo que nos empeñemos en ello.

Y en eso estamos, echando alegres leña al fuego de la hoguera de nuestro rescate. Si la caída de Grecia se debió a la escasa fiabilidad de su estadística oficial, ofrezcamos a acreedores e inversores revisiones sucesivas al alza del déficit público, la última este mismo viernes; si la entrada de la troika comunitaria en Irlanda fue provocada por los problemas con su sistema financiero, dediquémonos a procrastinar en la solución de los del nuestro; si sabemos que Portugal ha sido víctima de un modelo burocratizado y poco competitivo que ha conducido a su colapso, mantengamos intacta la redundancia de la estructura administrativa nacional. No será que no estábamos avisados. Si añadimos a tan explosivo cóctel el caos normativo que ha supuesto el plasmar en forma de decreto ley la última y voluble ocurrencia de cada gobernante en materias tan sensibles como las relaciones laborales, los tributos, las prestaciones sociales o la solvencia de la banca, por citar solo unos ejemplos, no es de extrañar que los de dentro estén desconcertados y los de fuera nos hayan puesto la cruz.

Sin embargo, aún hay esperanza. No estamos muertos todavía.

Hay una condición previa: vencer el fatalismo que se ha instalado en buena parte de nuestra sociedad, ese que lleva a tomar como actos de fe las malas noticias y a sospechar de las buenas. No importa que la contracción del PIB hasta ahora haya sido marginal, no estamos en recesión sino en depresión; el colapso de los ingresos fiscales determinará el impago de los intereses y el principal de nuestra deuda, pese a que su coste medio es aún muy soportable; la mejora de la productividad se debe a una destrucción masiva de empleo sin que exista catalizador alguno para su recuperación; a ver por cuánto tiempo disfrutamos del saldo positivo de la balanza comercial ex energía, la ralentización económica mundial convertirá este hecho en un espejismo. Y así sucesivamente. Ver el vaso medio vacío se ha convertido en una costumbre. Y la actitud individual importa tanto como la aptitud conjunta para garantizar nuestra viabilidad como nación (actualización a las 12.15: este párrafo y la frase siguiente se había perdido en el abismo de los misterios informáticos, las rescato).

No podemos, no debemos, renunciar u olvidar esa insoslayable cuota individual de responsabilidad. Nadie es imprescindible y, a la vez, todos lo somos

Sigo. Tres son los elementos sobre los que España ha de actuar si no quiere acabar como los estados antes citados. Primero. Recuperación de la credibilidad hacia el exterior y la confianza interna, lo que requiere tomar como escenario central el peor de los posibles y ejercer, sobre esa base, un liderazgo efectivo sobre la ciudadanía. Mejor pecar por exceso que por defecto, sorprender con buenas noticias y no con malas. Segundo. Contener la espiral alcista de la rentabilidad de nuestros bonos, condición fundamental para que el gobierno recupere la iniciativa y no gestione al país a trompicones, en función de cómo cotiza la prima de riesgo. Sin la cooperación efectiva, directa o indirecta, del BCE es un imposible. Tercero. Establecer un calendario realista de reducción del desequilibrio de las cuentas públicas, con base en el compromiso constitucional de estabilidad presupuestaria, que permita corregir las desviaciones sin condenar a una o varias generaciones de españoles. Algo que,sin duda, se tendría que hacer en el marco de un acuerdo comunitario.

En definitiva, tiempo, el bien más escaso en los tiempos que corren.

Nos lo darán. No queda otro remedio. La caída de España son palabras mayores. Supondría la voladura de los cimientos del sueño europeo, abriría la espita para que otros países de los considerados invulnerables corrieran la misma suerte y llevaría aparejado un coste económico y social inasumible para muchos de nuestros socios europeos. Un apoyo, sin duda, que exigirá su correspondiente contrapartida en forma de un programa de actuaciones firme que actúe de una vez por todas sobre las causas y no sobre las consecuencias, que sea realista en las estimaciones y realizable en las concreciones, que sirva para solventar el corto plazo pero con la mirada puesta en el mañana. El Ejecutivo debería plantearse sus políticas desde esta óptica y actuar aún con mayor radicalidad. A nadie le interesa que España caiga formalmente. Hace tiempo que perdió su soberanía financiera, se trata de salvar al menos la política a través de un do ut des en el que no haya vencedores y vencidos. La lección griega pesa, y de qué modo, en el ánimo colectivo.

La reciente negativa del BCE a intervenir en el mercado secundario de deuda soberana, da una buena pista de por dónde van a ir los tiros. Con esta actitud de indiferencia pretende probar cuál es el grado de compromiso de los estados más vulnerables para reformar su realidad y forzar la adopción de esas medidas radicales a las que acabamos de aludir. En ese sentido la respuesta que le ha llegado desde España no ha podido ser más explícita: “de acuerdo, estamos en ello, pero ayúdenos”. Sin embargo, esperar una acción directa por parte del banco central es en vano.La época de sus apoyos gratuitos ha llegado a su fin, entre otras cosas, por el miedo alemán a los desequilibrios acumulados en su balance. A partir de la entrada en funcionamiento del Fondo de Rescate Permanente el próximo uno de julio, en cuya configuración ha primado dotarle de carácter disuasorio, su actividad quedará subyugada a las decisiones de éste, único capaz de aunar auxilio y contrapartida. Draghi respira aliviado. ¿Me necesitas? Retrátate y recuerda: mejor un mal estigma que un inexistente futuro.

Mientras, y como no podía ser de otra manera, se impone en el seno de la Unión Europea la corriente que aboga por un aplazamiento temporal del límite del 3% de déficit fijado para cierre del ejercicio 2013. Hay poca tendencia entre la clase dirigente al suicidio político gratuito y el establecimiento de este tope está causando graves inconvenientes a los gobernantes de algunos de los miembros menos cuestionados de la Eurozona. Con el core hemos topado. En el norte y en el sur, a este y oeste, se cuestiona el porqué de una urgencia que solo beneficia a Alemania y desestabiliza al resto de sus socios comunitarios. Existe un desfase temporal entre las medidas de austeridad, que son inmediatas, y las de crecimiento que, por definición, tardan en mostrar sus frutos. La urgencia, derivada de una absurda y autoimpuesta ortodoxia disciplinaria, amenaza con cargar tanto la mano con unas que no haya opción para las otras. El retraso a 2015, empujado por el francés Hollande, tiene todos los visos de adoptarse finalmente.

Estas circunstancias pueden salvar a España por la campana, permitiéndole afrontar al titánica tarea que tiene por delante de forma más ordenada gracias al alargamiento de los plazos de cumplimiento de las obligaciones contraídas y a mantener bajo su potestad la decisión de contar o no con esa línea condicional y extraordinaria de financiación europea que está a punto de estrenarse. Abundan, no obstante, los riesgos. Cuando se camina por el filo de la navaja, la más mínima distracción o el menor imprevisto pueden causar severas heridas. Bastaría, por ejemplo, un aumento significativo en las garantías exigidas por las Cámaras de Compensación a la renta fija española que seque su demanda. O una resolución abrupta y unilateral de la crisis griega con la consecuente estampida inversora en todas las naciones periféricas. Vivamos mejor el presente. Y este no ofrece suficientes argumentos a día de hoy para pensar en un rescate. El grito ¡Salvad al soldado España! es alarmista e infundado. Creámonoslo, luchemos para así sea. Claro que, si insistimos en exponernos al fuego cruzado del frente, podemos acabar, esa vez sí, heridos de muerte. En nuestras manos está el evitarlo.

Banco de España