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Polonia, la última damnificada del ladrillo español
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Alberto Artero

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Polonia, la última damnificada del ladrillo español

No sé si ustedes lo recordarán, pero, en el auge de la burbuja inmobiliaria, buena parte de nuestras águilas empresariales del ladrillo pusieron sus ojos en Europa

No sé si ustedes lo recordarán, pero, en el auge de la burbuja inmobiliaria, buena parte de nuestras águilas empresariales del ladrillo pusieron sus ojos en Europa del Este, fundamentalmente Polonia y Rumanía, como una extensión natural de sus negocios españoles. Se trataba de un potencial Eldorado en el que la convergencia económica y de tipos de interés hacia los estándares occidentales, la previsible llegada de fondos estructurales y de cohesión, y la mejora de las condiciones sociales de los ciudadanos, que facilitaría la creación de una boyante clase media, se utilizaban como argumentos recurrentes para legitimar el desembarco de nuestra Armada, más allá de los problemas de propiedad-seguridad jurídica, tramitación administrativa o falta de demanda real existentes y por todos conocidos.

Fueron de hecho nuestros compatriotas los que, en gran medida, crearon un mercado inexistente a través de continuas operaciones cruzadas en las que los suelos pasaban de unas manos a otras al más puro estilo Costa del Sol del gilismo. Los viajes se multiplicaban, muchos de ellos en los obligatorios aviones privados; las voluntades se engrasaban, tanto más cuanto más faraónico era el proyecto residencial; y las proyecciones crecían en las hojas Excel de manera exponencial creando una cierta sensación de ‘empresario el último’. En 2006, era bajarse del avión en Varsovia y Bucarest y encontrarse con carteles de inmobiliarias españolas e irlandesas. Los paisanos se frotaban los ojos ante el desmesurado interés por unos secarrales que apenas servían para alimentar a su ganadería de subsistencia. Allá ellos.

El dinero procedía al 100% de la avispada banca patria y, en un lugar donde la mayoría de los hogares no sobrepasan los 40 metros cuadrados, ni las promociones las 60/90 viviendas, y en el que prima el interés por el núcleo urbano de las mayores capitales, la oferta se basó en megaurbanizaciones con pisos de 100 metros cuadrados de media a las afueras de las urbes principales. Receta para el fracaso. El tiempo ha demostrado la imposibilidad de darles salida pese a que, especialmente en el caso polaco, la financiación hipotecaria local se ha mantenido en el tiempo y ha seguido habiendo transacciones, aún en la fase contractiva actual (más 16,5% interanual 2012 sobre 2011, 152.527 operaciones). Querían exportar el modelo nacional, y a fe que lo consiguieron. El final, de hecho, ha sido más o menos el mismo.

En efecto, han pasado casi siete años desde entonces y las desgracias que afectan al conjunto de la industria en España han dejado en segundo plano el desenlace de tales aventuras. Pero no por ello es menos dramático, no tanto para los impulsores –que apenas pusieron un euro- como para las entidades financieras que sustentaron su locura. Buena parte de los solares han terminado en el balance de unas instituciones financieras que vagan sin pena ni gloria por los páramos polacos y rumanos tratando de identificar sus nuevas posesiones, dada la limitación de traspaso de activos internacionales a la Sareb. Eso sí, al más puro más vale rústico sin euros que euros sin rústico, se muestran incapaces de aceptar ofertas por debajo del precio de coste. Como si la mancha de mora de su primigenio error no se pudiera quitar con otra, la de su reconocimiento, palme y oportuna provisión. Procrastinación, una vez más. Al menos en estos lares, esperar que escampe más antes que después es su íntimo deseo.

Pero caen chuzos de punta hasta para las constructoras con filiales locales. Centrándonos en el caso polaco, los últimos datos ponen de manifiesto que, desde 2008, el precio del residencial en Varsovia ha caído un 13,8%. Una contracción que se multiplica por dos y hasta tres veces en ciudades como Lodz o Cracovia, esas que iban a converger en tamaño y bonanza económica con la capital. Polonia encara el 2013 con las menores perspectivas de crecimiento de su PIB desde 2002 (por debajo del 2%) y con el paro en máximos de los últimos seis años (13,3%), por lo que la cosa no pinta demasiado bien. Como en el caso español, 2007 fue el último año de gloria de un mercado que ofreció entonces una rentabilidad teórica del 27% a quien hubiera comprado el día 1 de enero y vendido el 31 de diciembre. Tardará en volverse a ver esas subidas de precios.

La antología del  disparate que supuso el boom inmobiliario español tiene curiosas y olvidadas derivadas que, sin embargo, pueden hacer aún mucho daño tanto a aquellos que lo propiciaron como a los que indirectamente se beneficiaron de él. No estamos hablando, en contra de lo que pudiera parecer, de cuantías menores. Antes o después aflorarán, como los cadáveres, con toda su carga de putrefacción. Es tal la sucesión de acontecimientos de los últimos años que determinados fenómenos siguen escondidos en el armario de la memoria. Y, sin embargo, existieron. Vaya que si existieron. Y están detrás del previsible colapso adicional del mercado polaco de la vivienda, legado que les hemos dejado (con amigos como estos...). Y de nuevas y desagradables sorpresas por venir en los números de nuestro ‘saneado’ sistema financiero. Si no, al tiempo.

No sé si ustedes lo recordarán, pero, en el auge de la burbuja inmobiliaria, buena parte de nuestras águilas empresariales del ladrillo pusieron sus ojos en Europa del Este, fundamentalmente Polonia y Rumanía, como una extensión natural de sus negocios españoles. Se trataba de un potencial Eldorado en el que la convergencia económica y de tipos de interés hacia los estándares occidentales, la previsible llegada de fondos estructurales y de cohesión, y la mejora de las condiciones sociales de los ciudadanos, que facilitaría la creación de una boyante clase media, se utilizaban como argumentos recurrentes para legitimar el desembarco de nuestra Armada, más allá de los problemas de propiedad-seguridad jurídica, tramitación administrativa o falta de demanda real existentes y por todos conocidos.