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Dios mío, ¿un nuevo agujero de 10 billones de dólares?
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Alberto Artero

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Dios mío, ¿un nuevo agujero de 10 billones de dólares?

Lo escribía Ralph Atkins en Financial Times el pasado seis de febrero: el mundo se enfrenta a una etapa de escasez de activos sin riesgo aún

Lo escribía Ralph Atkins en Financial Times el pasado seis de febrero: el mundo se enfrenta a una etapa de escasez de activos sin riesgo aún mayor que la vivida en el cuasi credit crunch del verano pasado. Y determinados cambios regulatorios amenazan con volver la situación aún peor.

En la génesis del asunto se encuentra no solo una crítica realidad económica y financiera sino, cómo no, la acción de los supervisores a través de un doble proceso:

Aquellas naciones que veían espantadas cómo su moneda se apreciaba llevaron a cabo, a través de sus bancos centrales, compras masivas de activos en moneda extranjera de la mejor calidad, limitando de esta manera su circulación. Es el caso tanto del Banco Central suizo cuando fijó a 1,20 la paridad del franco con el euro, como de las autoridades japonesas en el momento en que la apreciación del yen se hizo insoportable para sus cada vez menos competitivas exportadoras. Este fenómeno afectó a las economías refugio.

Por el contrario, muchos países desarrollados trataron de reanimar su actividad a través de distintos programas de expansión monetaria mediante la adquisición en el mercado primario y secundario de deuda soberana a fin de mantener artificialmente bajos los tipos de interés y facilitar la circulación del crédito. Aunque algunas de estas acciones vinieron acompañadas de operaciones de esterilización, lo cierto es que el volumen final disponible para el público se restringió notablemente. Estados Unidos o Reino Unido serían los ejemplos perfectos de esta mecánica.

Si a eso añadimos los elevados niveles de incertidumbre, y la necesidad, por tanto, de ofrecer como aval bienes con un margen razonable de liquidez y seguridad, y el acopio por parte de los bancos para cumplir con los requisitos de Basilea III y de las compañías de seguros y fondos de pensiones para no defraudar los compromisos con sus clientes, lo cierto es que los vehículos asimilados a la tesorería y los bonos soberanos de los estados percibidos como solventes se convirtieron en un tesoro para sus propietarios a la hora de cerrar operaciones comerciales y financieras. Una situación que aún perdura en estos días. No hay un problema de acopio, sino de necesidad.

Una necesidad que se puede ver incrementada, paradójicamente, a resultas de una medida imprescindible: la ordenación de buena parte de ese mercado over-the-counter, no regulado y basado en pactos privados entre empresas, que supone en términos conceptuales más de nueve veces el PIB mundial, 650 billones de dólares. 

Canalizar ese flujo de operaciones financieras a un entorno regulado, con las correspondientes garantías, implicaría un agujero de colateral sin riesgo cercano a los 10 billones de dólares de acuerdo con la ISDA, International Swaps and Derivatives Association. Aunque otros analistas rebajan sustancialmente esa cifra hasta un importe entre el 20% y el 40% de esa cantidad, no dejamos de hablar de cantidades absolutamente estratosféricas que, una vez puestas sobre la mesa, han espantado hasta a los propios reguladores, que no han dudado en pensárselo un poquito más (sobre este particular: Financial Times, "Regulation: collateral damage", 24-10-2012).

Hay, sin embargo, un error de bulto en el cálculo, desde mi modesto punto de vista. Presupone una demanda creciente, innegable, y una oferta estática. Sin embargo,

- puede ocurrir que activos ahora considerados inseguros, pero que hasta hace poco no participaban de tal condición, recuperen su valor pasado a ojos de los inversores. De hecho, si no fuera así conforme van transcurriendo los meses, malo;

-  podría darse el caso de que se ampliara el espectro hacia otros activos menos usados hasta ahora como los bonos corporativos de la mejor calidad o instrumentos de tesorería de empresas solventes;

- sucede además que, al ritmo en que los bancos centrales han multiplicado su balance en los últimos cinco años -sólo falta ahora que el dinero circule- y al que muchas naciones han de seguir emitiendo para no incurrir en default, buena parte de esa necesidad puede ser cubierta de manera natural por los agentes públicos o semipúblicos ya citados en este post. ¿En qué porcentaje? Difícil decirlo de antemano, pero es más que factible.

De hecho, la buena noticia, como ocurría en el caso anterior, no deja de tener su lado oscuro y tenebroso. Y es que si ocurre así, y es esta la causa por la que se evita el collateral crunch, será porque este mundo loco que nos ha tocado vivir sigue cavando la tumba de su propia autodestrucción financiera a través de la asunción de compromisos futuros de pago que ya en los importes actuales son imposibles. Visto así, ya no sabe uno si es mejor morir de muerte dulce, como la rana en la olla, o de un golpe definitivo que nos turulate para siempre.

Buen fin de semana a todos.

P.S. La competencia de mis amigos Carlos Herrera y Luis Castroverde me obliga a volver con mis 'Alimentos para el cuerpo'. Desde la semana que viene, todos los viernes, en esta su columna de El Confidencial.

Lo escribía Ralph Atkins en Financial Times el pasado seis de febrero: el mundo se enfrenta a una etapa de escasez de activos sin riesgo aún mayor que la vivida en el cuasi credit crunch del verano pasado. Y determinados cambios regulatorios amenazan con volver la situación aún peor.