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¡Despierten! El crédito barato y abundante nunca va a volver
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Alberto Artero

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¡Despierten! El crédito barato y abundante nunca va a volver

Miren una cosa. La banca no va a prestar como antes. Pero no ahora, tampoco dentro de un mes o de un año. Nunca. Lo anormal

Miren una cosa. La banca no va a prestar como antes. Pero no ahora, tampoco dentro de un mes o de un año. Nunca. Lo anormal es lo que sucedió con el crédito en la primera mitad de la década pasada. Una extravagancia. Al contrario: lo corriente históricamente es que el dinero sea escaso y caro, por ese orden. O sea, que ya se pueden apear de sus fantasías animadas de ayer y hoy que, en la medida en que el Euribor más diferencial irrisorio vaya venciendo, se nos harán familiares costes de financiación en vigor en España, como quien dice, hasta hace dos días. Disfruten mientras puedan.

Sé que a muchos de ustedes les gustaría leer lo contrario, y a mí escribirlo, pero va a ser que no. Adiós, burbuja, adiós. Factores de oferta, realidades de demanda y un poco de perspectiva histórica servirán como argumentario para legitimar tan estricta aseveración.

Partamos de la situación de la banca, que está sometida a dos tipos de fuerzas, unas externas y otras internas.

Las primeras hacen referencia a la necesidad de vender activos y/o aumentar recursos propios para mejorar sus coeficientes de solvencia. Como saben, estos se calculan como un cociente entre el balance ponderado por el riesgo y el patrimonio neto en cualquiera de las acepciones que los veleidosos reguladores fijan. Las reglas sobre numerador y denominador son cada vez más estrictas, lo que obliga a las entidades financieras a aquilatar la financiación para que cumpla el doble criterio de un menor consumo de capital y una mayor rentabilidad que faculte su capitalización de beneficios. Eso implica mayores garantías y diferenciales.

Además, se ha impuesto en el sector una realidad, y es que el uso como punto de partida de una referencia temporal a corto plazo, caso del Euribor, para financiar proyectos a medio y largo plazo es suicida. Más aún en un entorno en el que el coste del pasivo, hasta ahora irrisorio, pesa de manera cada vez más estructural en las cuentas de resultados. La sola mención de la palabra legacy pone los pelos de punta a los gestores de muchas firmas. La única manera de solventar el absurdo uso de tan manipulado tipo, y de no incurrir en los mismos errores que en el pasado reciente, es acortar los plazos temporales y aplicar mayores intereses a los préstamos concedidos. Algo que, desgraciadamente, perdurará aun cuando escampe el factor país.

Ocurre por el lado de los solicitantes de fondos que,

- por una parte, el conjunto de la sociedad se ha dado cuenta de que el vivir de prestado supone, en contra de lo que pensó mucho tiempo, que alguien en algún momento te puede exigir que devuelvas lo que no es tuyo. Porque, no lo olvidemos, no lo es. No se cumple aquí el precioso concepto de la usucapión, esto es: llegar a la propiedad por el disfrute continuado y no reivindicado de un bien. Hay que pagar lo debido. Por tanto, la alegría del pasado a la hora de endeudarse parece que va a quedar en el recuerdo durante una temporada más bien larga. Las tragedias se multiplican y, desde ese punto de vista, la industria puede tener razón a la hora de señalar que la demanda de crédito en España es más bien rala.

- se da, además, la circunstancia de que los perfiles de riesgo se han deteriorado drásticamente, debido no sólo a una incierta coyuntura económica que ha arrastrado a mucha gente al paro, sino también por la pérdida de valor de los avales, en su gran mayoría inmobiliarios. Es precisamente este hecho el que justifica una mayor prevención de la banca a la hora de prestar. Experiencias pasadas con colectivos difícilmente cualificados que recibieron liquidez a espuertas han llevado a las entidades a reforzar los mecanismos de concesión y control, estableciendo un filtro preliminar tan salvaje como, probablemente, necesario.

Por último, y volvemos de este modo al inicio del post, hay que recordar que en España el dinero procedente de bancos y cajas ha sido, con carácter general, oneroso y limitado. Basta con tener un poco de memoria histórica. Hasta hace un par de décadas, tipos hipotecarios cercanos al 20% a devolver a un máximo de 15 años y por el 50% del valor del inmueble eran la norma. LA NORMA. Efectivamente, estoy con ustedes. Ni tanto ni tan calvo, que para eso hemos entrado a formar parte de la moneda única. Pero ahora que el sueño europeo se desvanece y que hemos despertado de él constatando que Spain is not Germany, ni lo va a ser en mucho tiempo, probablemente la realidad estable de nuestra financiación bancaria sea más cercana a lo que vivimos ahora que a lo que imaginamos cándidamente en el pasado reciente.

O sea, que ya saben: metan cuanto antes este parámetro en la ecuación de sus finanzas personales o corporativas y dejen de esperar en vano que la banca preste como antes. Ni lo va a hacer ni lo puede hacer. Salvo que, una vez más, el contribuyente demuestre que es el animal que tropieza dos veces con el mismo rescate. Denle tiempo. Por su bien y el mío, aunque nos duela, lo deberíamos impedir. Pero, llegado el momento, ¿nos acordaremos y nos ataremos ipso facto al mástil de la sensatez o acudiremos presurosos a la llamada de esa fantasía crediticia que conduce inevitablemente al naufragio? Seguro que…

Miren una cosa. La banca no va a prestar como antes. Pero no ahora, tampoco dentro de un mes o de un año. Nunca. Lo anormal es lo que sucedió con el crédito en la primera mitad de la década pasada. Una extravagancia. Al contrario: lo corriente históricamente es que el dinero sea escaso y caro, por ese orden. O sea, que ya se pueden apear de sus fantasías animadas de ayer y hoy que, en la medida en que el Euribor más diferencial irrisorio vaya venciendo, se nos harán familiares costes de financiación en vigor en España, como quien dice, hasta hace dos días. Disfruten mientras puedan.