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Rivera y el riesgo de la desmesura
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José Antonio Zarzalejos

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Rivera y el riesgo de la desmesura

El lenguaje no verbal de Rivera fue desastroso, y en televisión eso es un hándicap tan insalvable que le ha restado muchos puntos. Sobre todo porque su mensaje fue el más propositivo y prospectivo

Foto: Pedro Sánchez (i) saluda a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, en presencia de Albert Rivera. EFE
Pedro Sánchez (i) saluda a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, en presencia de Albert Rivera. EFE

Estresaba contemplarle. Albert Rivera fue durante casi todo el debate del lunes un auténtico manojo de nervios. Se estrujaba las manos, se agarraba a la abotonadura de una chaqueta opresiva por un entallado excesivo, se balanceaba de izquierda a derecha y se movía de continuo un paso adelante y otro atrás. Luego, sus manos batientes como palas de aerogenerador mareaban.

El lenguaje no verbal de Albert Rivera fue desastroso, y en televisión eso es un hándicap tan insalvable que le ha restado muchos puntos. Sobre todo porque su mensaje fue el más propositivo y, con diferencia, el más prospectivo. La “democracia de las audiencias” -relativamente nuevo concepto en politología- ha sentenciado al líder de Ciudadanos con una nota muy por debajo de sus merecimientos políticos.

Rivera, durante ese insufrible baile de San Vito, no cometió errores de discurso y fue coherente con su programa, incluso en asuntos muy delicados como el contrato único o la forma de afrontar la lucha contra el terrorismo yihadista. No se confundió cuando se refirió a Albert Camus como “francés”. Lo era porque en 1913, fecha de su nacimiento en Argelia, aquel territorio se consideraba jurídicamente como parte de Francia. Su problema no estuvo en el decir sino en el estar.

La “democracia de las audiencias” –relativamente nuevo concepto en politología- ha sentenciado al líder de C's con una nota por debajo de sus merecimientos

Rivera no es un “naranjito”, ni el “niño”, ni es de “plástico” (como declaró ayer Homs en 'La Vanguardia'). Es un tipo bregado en muchas derrotas y fracasos, en tensiones y conflictos, como con buen ritmo periodístico relatan en 'Alternativa naranja' (Editorial Debate 2015) los periodistas Iñaki Ellakuría y José M. Albert de Paco. Su éxito ahora ha desatado el vicio nacional de la envidia y de la insidia.

Ciudadanos tiene ya trayectoria. Una década larga. En el origen del partido hay mucho talento y una gran profundidad de análisis intelectual. Nació en Cataluña para contrarrestar el nacionalismo pero a través de una España diferente y ciudadana, contemporánea. Por eso, el partido garantiza la integridad territorial del Estado, el cumplimiento de los compromisos internacionales, un modelo de democracia liberal bien corregido en algunos de sus excesos y un laicismo saludable.

Rivera necesita calma, sosiego, hablar con un ritmo menos acelerado, darse a sí mismo cierta sobriedad gestual y, seguramente, también reflexionar sobre si su éxito tan fulgurante en la autonómicas y municipales de mayo pasado y en las catalanas de septiembre no le ha procurado un mal de altura que le ha ensoberbecido. El líder de Ciudadanos tiene un reto político y personal: evitar la sensación de ansiedad y de desmesura activista.

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Estresaba contemplarle. Albert Rivera fue durante casi todo el debate del lunes un auténtico manojo de nervios. Se estrujaba las manos, se agarraba a la abotonadura de una chaqueta opresiva por un entallado excesivo, se balanceaba de izquierda a derecha y se movía de continuo un paso adelante y otro atrás. Luego, sus manos batientes como palas de aerogenerador mareaban.