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El micrófono chivato y la renuncia de la juez Murillo
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Antonio Casado

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El micrófono chivato y la renuncia de la juez Murillo

No es un tema menor el caso de la juez que ante un micrófono chivato tildó de cabrones a unos asesinos. Y no me refiero al

No es un tema menor el caso de la juez que ante un micrófono chivato tildó de cabrones a unos asesinos. Y no me refiero al desahogo, que es reacción propia de un ser humano normalmente constituido. Solidario y compasivo, como tantos millones de seres humanos que aprendieron el secreto de la filantropía de Antonio Machado. Nada de eso. 

Reaccionar así ante las risas de unos seres humanos deformes, mentalmente contrahechos, como García Gaztelu y compañía, no tiene ningún mérito. En su lugar hubiéramos dicho lo mismo (o con palabras de mayor calibre) porque gente bien nacida es la inmensa mayoría. El caso del tal Txapote y otros de su cuadrilla del crimen, con grados de minusvalía emocional superiores al 98%, son excepciones que vienen a confirmar la regla.

Así que vamos a dejarnos de aplaudir a la juez Murillo y vamos a empezar a preguntarnos por qué un testimonio verbal no autorizado sirve para exculpar a un delincuente pero no sirve para exculpar a un juez. Me explico. Si un policía practica una escucha ilegal nunca podrá utilizarlo ante un tribunal como prueba contra un asesino, aunque la escucha obtenida lo ponga en evidencia. Pero la reacción espontánea de una juez ante un micrófono chivato, indebidamente abierto, se convierte en prueba indiscutible de su “parcialidad”.

 Véase que planteo una cuestión técnica y no emocional. Aún por encima, o al margen, de la renuncia unilateral decidida  ayer por la propia juez de la Audiencia Nacional, Ángela Murillo. Eso demuestra que, además de ser persona normal, tiene decencia profesional y, sin que nadie se lo haya pedido, deja el caso sin esperar a una muy probable recusación por parte de los etarras acusados de asesinar hace diez años a José Javier Múgica, concejal de UPN.

Pero ¿dónde queda la prueba de la imparcialidad perdida si aplicamos al micrófono chivato la condición de escucha no autorizada?

Dice la juez que su expresión no fue afortunada y por ello decide abstenerse “en aras de no causar perjuicio alguno al procedimiento, a las partes procesales, a los acusados en situación de prisión y a las víctimas”.Una especie de autoinculpación. Por razones técnicas. Por imperativo legal, si se quiere, pero sólo a título preventivo, pues ella considera que su sentido de la  imparcialidad objetiva se mantiene inalterado. Pero ¿dónde queda la prueba de la imparcialidad perdida si aplicamos al micrófono chivato la condición de escucha no autorizada?

Por experiencia sabemos que un testimonio autoinculpatorio no serviría para empapelar a un asesino si hubiera sido obtenido mediante un micrófono oculto. En el garantismo se reconocen los sistemas judiciales avanzados, como el nuestro. Está muy bien. Pero no entiendo porque no es extensible también a una jueza puesta bajo sospecha de parcialidad por un micrófono chivato. Y lo peor de todo es que su renuncia (el juicio debe empezar de nuevo con un tribunal recompuesto) encima les hará reír a esos cabrones.

No es un tema menor el caso de la juez que ante un micrófono chivato tildó de cabrones a unos asesinos. Y no me refiero al desahogo, que es reacción propia de un ser humano normalmente constituido. Solidario y compasivo, como tantos millones de seres humanos que aprendieron el secreto de la filantropía de Antonio Machado. Nada de eso.