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Suárez y el terrorismo
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Antonio Casado

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Suárez y el terrorismo

Deben ser cosas de la memoria selectiva. No entiendo la amnesia sobre el terrorismo como uno de los factores que pudieron arruinar el proyecto democratizador de

Deben ser cosas de la memoria selectiva. No entiendo la amnesia sobre el terrorismo como uno de los factores que pudieron arruinar el proyecto democratizador de Adolfo Suárez. Hablamos mucho estos días del “búnker”, los militares y los compañeros de partido, pero muy poco de los años de plomo. Si apuntamos hacia los cuervos que sobrevolaron la cabeza de la obra de Suárez desde el minuto uno de su nombramiento (3 julio 1976), nos olvidamos del terrorismo o lo mencionamos de pasada. Sin embargo, este fue el periodo más negro de nuestra reciente historia, si exceptuamos la masacre del 11-M.

El nuevo presidente se estrenó pidiendo al rey Juan Carlos una amnistía “aplicable a delitos y faltas de motivación política o de opinión tipificados en el Código Penal”, con el fin de “aunar voluntades y lograr una armonía y colaboración de todos los españoles al servicio de la comunidad nacional”, según referencia oficial del Consejo de Ministros (viernes 16 de julio).

Todos los terrorismos posibles, menos el islamista, se dieron cita durante los cinco años que duró el paso de Suárez por Moncloa, pero nunca consiguieron que decretase el estado de excepción

Unas horas después, alguien decidió celebrar el primer 18 de julio sin Franco con una cadena de explosiones sincronizadas en todos los puntos cardinales de la geografía española. Una declaración de intenciones desestabilizadoras en toda regla. Más allá de la reivindicación firmada por el PCE(r), pariente del GRAPO, cuya génesis sigue siendo un misterio, quedaba claro que los autores intelectuales de aquella treintena de bombazos no estaban por la libertad ni eran partidarios de aquella tímida amnistía impulsada por el nuevo presidente del Gobierno.

En su libro Puedo prometer y prometo, escribe Fernando Ónega, compañero y amigo, que “todos los terrorismos posibles, menos el islamista, se dieron cita” durante los cinco años que duró el paso de Suárez por Moncloa. El de extrema derecha, causante de la matanza de Atocha; el de ETA, con 250 asesinatos entre 1976 y 1981, y el de los GRAPO, de supuesta extrema izquierda aunque siempre fue un enigma, amén de los grupos vinculados a las cañerías del Estado, que entonces respondían a las siglas ATE (Antiterrorismo ETA) y con el tiempo encajaron en las de GAL. Todos ellos trataron de crear las condiciones desestabilizadoras que hicieran imposible la democracia. Pero nunca consiguieron que Suárez decretase un estado de excepción que hubiera dañado la apuesta por las libertades.

Por cierto, Suárez también negoció con ETA. Y también envió a colaboradores suyos a sentarse con dirigentes de la banda terrorista. Como luego hicieron Felipe González, José María Aznar y Rodríguez Zapatero. Hasta en cinco ocasiones pasaron por eso los emisarios de Suárez. Una a finales de en 1976 y cuatro más en 1977. Se ofrecía conmutar cárcel por extrañamientos a cambio de una campaña electoral sin atentados (primavera del 77). Compromiso incumplido con el asesinato de Javier Ybarra, que había sido secuestrado. ETA dio la misma explicación que ofrecería treinta años después tras el atentado de la T-4: “Han sido los incontrolados”.

Como González, Aznar y Zapatero, cuyo reencuentro ha sido posible en la capilla ardiente de Suárez, éste también marcó las consabidas rayas rojas que impedían el pago de un precio político. Y, por encima de todo, la dignidad del Estado.

Deben ser cosas de la memoria selectiva. No entiendo la amnesia sobre el terrorismo como uno de los factores que pudieron arruinar el proyecto democratizador de Adolfo Suárez. Hablamos mucho estos días del “búnker”, los militares y los compañeros de partido, pero muy poco de los años de plomo. Si apuntamos hacia los cuervos que sobrevolaron la cabeza de la obra de Suárez desde el minuto uno de su nombramiento (3 julio 1976), nos olvidamos del terrorismo o lo mencionamos de pasada. Sin embargo, este fue el periodo más negro de nuestra reciente historia, si exceptuamos la masacre del 11-M.

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