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Podemos, a la conquista de la Moncloa
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Antonio Casado

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Podemos, a la conquista de la Moncloa

No es extraño que muchos observadores vean a Podemos como una criatura engendrada en sus noches de crapuleo por los partidos pilares del régimen de 1978:

Superada la fase de la indignación ampliamente compartida por la gente, se multiplica la curiosidad por saber cómo se las arreglará este movimiento invertebrado para convertirse en un partido político con vocación de centralidad, impaciente por desembarcar en las instituciones, capaz de pasar de la protesta a la propuesta y de competir en igualdad de condiciones con los demás.

De todo eso se trata en esta especie de congreso fundacional que, a modo de “asamblea ciudadana” abierta hasta mediados de noviembre, celebró su primer “encuentro” este fin de semana en el madrileño Palacio de Vistalegre (escenario de las grandes efusiones socialistas del reinado de Zapatero), con asistencia de unas 7.000 personas. Nada de afiliados, sino “simpatizantes”, “seguidores”, “gente”, en su jerga ordinaria.

A partir de hoy se votan resoluciones extraídas de las cincuenta y tantas ponencias presentadas (modelo de organización, vivienda, corrupción, educación, igualdad, jóvenes, etc). Los resultados se conocerán el lunes que viene. Sin embargo, por lo ocurrido dentro y fuera del Palacio de Vistalegre, el debate dominante es el mismo debate dominante en todos los congresos de partido que en España y que en el mundo han sido: el poder. Es decir, quién manda, incluso antes de decidir para qué se manda.

Es la foto fija del weekend madrileño de Podemos: el pulso entre dos eurodiputados. Por un lado, los de Iglesias en nombre de la eficacia (líder único). Por otro, los de Echenique en nombre del pluralismo (liderazgo colegiado). Apuesten por el primero, el mediático. Su barrida está garantizada, pero reparen ustedes en su discurso por la conquista de la Moncloa. El mismo de cualquier político cuya misión en la vida es conquistar el poder y retenerlo. Si la pugna es democrática, primero en su partido y luego en las instituciones. Incluida la noble disposición a “echarse a un lado” si pierde la votación. Y, por supuesto, el propósito de sacrificarse por nosotros gracias a su inmensa generosidad: “Ya me gustaría a mí descargarme de responsabilidades pero creo que, aunque sea duro en lo personal, y reconocerlo en términos políticos, tres secretarios generales no le ganan las elecciones a Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, y uno sí”.

En la tarea de “asaltar los cielos”, inscrita en un subconsciente amueblado de referencias marxistas, Pablo Iglesias no quiere que le ocurra lo que a los de la Comuna de Paris, al Ejército de Pancho Villa o a los milicianos del Madrid asediado antes de que Vicente Miaja tratase de poner orden. Está claro.

Superada la fase de la indignación ampliamente compartida por la gente, se multiplica la curiosidad por saber cómo se las arreglará este movimiento invertebrado para convertirse en un partido político con vocación de centralidad, impaciente por desembarcar en las instituciones, capaz de pasar de la protesta a la propuesta y de competir en igualdad de condiciones con los demás.

Pedro Sánchez Mariano Rajoy Jordi Pujol