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Cuba, que empieza a respirar
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Antonio Casado

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Cuba, que empieza a respirar

Hoy, más que nunca, Cuba vuelve a ser un asunto interno de España, colgado en la parte más emocional de nuestra memoria colectiva, por encima de diferencias

Foto: Cubanos tras un póster de Fidel Castro y el Ché Guevara (Reuters)
Cubanos tras un póster de Fidel Castro y el Ché Guevara (Reuters)

Hoy, más que nunca, Cuba vuelve a ser un asunto interno de España, colgado en la parte más emocional de nuestra memoria colectiva, por encima de diferencias políticas. Siempre sonaron artificiales los debates domésticos sobre el castrismo porque la afinidad histórica y la cercanía sentimental acababan desbordando la frontera derecha-izquierda. Recuerdo que, a la muerte por huelga de hambre del disidente Orlando Zapata (febrero de 2010), el hoy jefe del gabinete de Rajoy, Jorge Moragas, acusó al entonces presidente Zapatero de estar “cerca de la dictadura cubana y lejos de sus víctimas”. Un exceso verbal ocasionalmente rentable en la tensión PSOE-PP, pero con escaso recorrido en el sentir de la mayoría de los españoles que, por encima de la común aversión a la dictadura castrista, siempre creyeron que el embargo no era la solución.

Un verdadero regalo de Navidad. El Gobierno debería estar dando saltos de alegría (España es el primer inversor europeo en la isla), pero guarda las formas mirando a Bruselas, a la espera de sumarse a la reacción de la UE. Por boca del ministro García-Margallo, anoche se limitó a saludar la “noticia esperanzadora” del reencuentro de Cuba con EE UU y de EE UU con Cuba, decidido ayer por Obama y Raúl Castro, después de haber vivido de espaldas durante más de medio siglo. Aunque el ministro da la bienvenida a la nueva etapa, qué menos, se muestra parco en la celebración de una de las mejores noticias que podíamos recibir los españoles.

Estamos ante el principio del fin del aislamiento impuesto a Cuba, y contagiado a la comunidad internacional por su poderoso vecino norteamericano. Los invasores de Cochinos, los misiles de San Cristóbal, las ocurrencias intimidatorias de Helms y Barton, los balseros, las restricciones, los embargos, la posición común europea del 96, las tomas de temperatura, las condenas al régimen comunista, los tira y afloja respecto a los disidentes, sus huelgas de hambre, la inclusión de Cuba en la listas de países gamberros, etc., etc., etc., no pudieron acabar con Castro. La única víctima del embargo fue el pueblo cubano. Sin novedad en la eterna moraleja en las relaciones de poder.

Los pueblos siempre pagan las partidas de ajedrez de sus dirigentes a escala nacional e internacional. Más de medio siglo necesitaron los gobernantes estadounidenses para descubrir que “el aislamiento no ha funcionado”. Y no fue por falta de voces contra las alambradas diplomáticas, financieras, comerciales y migratorias, que nunca sirvieron para devolver a los cubanos el reino de la democracia. Al revés. Según la ‘doctrina Moratinos’, el embargo norteamericano y la política de confrontación apadrinada por Aznar forzaron el enroque del castrismo. Y durante aquellos últimos años la clase política española se divirtió haciendo estúpidas carreras de sacos por ver quién condenaba y quién dejaba de condenar el régimen cubano.

No funcionó aquello. Lo único que no dejaba de funcionar era la maquinaria represiva y el sufrimiento de los cubanos, víctimas de los delirios de un enano y la arrogancia de un gigante. Ahora, a buenas horas, descubre Obama que es bueno “poner el interés de los pueblos en el corazón de nuestras políticas”. Todo un reconocimiento de que el corazón de sus respectivas políticas estaba ocupado por intereses ajenos a los de los cubanos y a los de los norteamericanos.

Había coartadas: democracia, derechos humanos y libertades públicas. Pero estoy convencido de que esos valores prenderán y florecerán mucho mejor en los nuevos marcos de relación apadrinados por el presidente Obama y sobre los que se basará el aprendizaje de “la convivencia civilizada por encima de nuestras diferencias”, como señalaba ayer Raúl Castro.

(Casi nada lo que había detrás de un intercambio de prisioneros).

Hoy, más que nunca, Cuba vuelve a ser un asunto interno de España, colgado en la parte más emocional de nuestra memoria colectiva, por encima de diferencias políticas. Siempre sonaron artificiales los debates domésticos sobre el castrismo porque la afinidad histórica y la cercanía sentimental acababan desbordando la frontera derecha-izquierda. Recuerdo que, a la muerte por huelga de hambre del disidente Orlando Zapata (febrero de 2010), el hoy jefe del gabinete de Rajoy, Jorge Moragas, acusó al entonces presidente Zapatero de estar “cerca de la dictadura cubana y lejos de sus víctimas”. Un exceso verbal ocasionalmente rentable en la tensión PSOE-PP, pero con escaso recorrido en el sentir de la mayoría de los españoles que, por encima de la común aversión a la dictadura castrista, siempre creyeron que el embargo no era la solución.

Raúl Castro Barack Obama José María Aznar José Manuel García Margallo