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Cataluña y Madrid, empate a mierda
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Juan Soto Ivars

Un murciano en la corte del rey Artur

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Cataluña y Madrid, empate a mierda

Lo que hacen esta Generalitat errática y este Gobierno manejado por los congresos internos del PP es cabrear al personal, endurecer a los adversarios y dificultar, a la larga, cualquier salida pactada

Foto: El presidente de la Generalitat, Artur Mas (d) observa al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a los mandos de un Citroen Cactus, durante la inauguración del Salón del Automóvil en mayo en Barcelona. EFE
El presidente de la Generalitat, Artur Mas (d) observa al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a los mandos de un Citroen Cactus, durante la inauguración del Salón del Automóvil en mayo en Barcelona. EFE

Para dar a España una lección de democracia, Artur Mas se apropia con partidismo del día nacional de Cataluña, interviene ideológicamente TV3, convoca tres elecciones en cinco años intentando espolear el voto independentista, anuncia un referéndum pero admite que lo hará vinculante sólo cuando perciba una mayoría que votará lo que quiere él; de momento, gasta dinero público en una consulta sin garantías democráticas para usar el resultado como propaganda, da carácter plebiscitario a los escaños y no a los votos, manifiesta su derecho a saltarse las leyes constitucionales y, después de años de políticas de austeridad y corrupción de su partido, proclama que la izquierda catalana no nacionalista es una traición a la patria.

En fin. Yo diría que, en este Madrid-Barça de las lecciones de democracia, como mucho, empate a mierda. Porque lo que hacen esta Generalitat errática y este Gobierno manejado por los congresos internos del PP es cabrear al personal, agitar las pasiones, endurecer a los adversarios y dificultar, a la larga, cualquier salida pactada. Para muestra, las reacciones a estos artículos míos de opinión:

Durante el último mes he tratado por igual a interlocutores independentistas, anti-independentistas y a los descontentos con ambas opciones. Pues bien: cada texto ha generado la furia de unos, de otros y a veces de todos a la vez. Han suscitado debates en que se formaban irreconciliables, charlas de cantina bucanera donde casi nadie se preocupaba por hacerse entender, donde lo importante era que la posición quedara muy clara, no fueran a pensar los del bando propio que uno estaba poniéndose en el lugar del adversario.

Si nos alejamos del mapa de partidos veo dos grandes beneficiados de este clima de radicalismo al que nos enfrentamos: la austeridad y la corrupción

Es la victoria resplandeciente del nacionalismo. ¿De cuál? De los dos. El PP juega confiadamente con las cartas que reparte Artur Mas. Si nos alejamos del mapa de partidos veo dos grandes beneficiados de este clima de desmesura y radicalismo al que nos enfrentamos: la austeridad y la corrupción. En una palabra: han ganado mucha impunidad.

Mas y Rajoy se van de rositas de sus políticas de recorte social y de los casos de corrupción de sus partidos. Muchos ciudadanos siguen con expresión idiotizada los duelos y piruetas de estos dos bailarines, mientras adelgaza a nuestro alrededor el estado social.

En este sentido, ha sido Mas quien se ha atrevido con el riesgo, y para sorpresa mía le ha salido bien. Esta especie de vendedor de El Corte Inglés ha sacado al mercado de subasta un bulto tapado con una bandera, ha dicho que es el bienestar social y un montón de gente se ha decidido a pujar. ¿Cómo saben que ahí debajo hay realmente bienestar social? ¿Es que han olvidado que Mas ha ido a la vanguardia en los recortes, por delante incluso de su alma mater Rajoy? Pues bien: si alguien osa desconfiar del vendedor y le pregunta qué hay realmente debajo de la bandera, la maquinaria propagandística desacredita al escéptico y lo pone inmediatamente del otro lado.

¿Cómo saben que ahí debajo hay realmente bienestar social? ¿Han olvidado que Mas ha ido a la vanguardia en los recortes, por delante incluso de Rajoy?

La prueba: un grupo de exaltados trataron de chafar los actos de Podemos en Cataluña llamándolos botiflers, tratamiento que emplean día sí, día también con Ada Colau, sólo porque se atrevió a no incluir Barcelona en la lista de municipios por la independencia.

En cuanto a Rajoy, con menos beneficios a corto plazo, será el gran premiado en el long way. Su numantinismo, que a veces relacionamos frívolamente con no enterarse de la misa la media, es en realidad astucia. Su aparente inmovilismo es un movimiento sostenido y hacia delante. Rajoy deja que los adversarios se estrellen solos contra la pared: sabe que el estado tiene herramientas de sobra para impedir una independencia de Cataluña, sabe que habrá un pacto a largo plazo, posiblemente con el mismísimo Artur Mas al otro lado de la mesa. Como Cataluña no trae votos a su partido, Rajoy se permite un discurso de blanco y negro, una disolución de los matices políticos internos de la región que el resto de España tiende a comprar.

Rajoy deja que los adversarios se estrellen solos contra la pared: sabe que el estado tiene herramientas de sobra para impedir una independencia de Cataluña

Ambos se aprovechan del desconocimiento, de la caricatura y del cansancio. Rajoy apela a las mismas pasiones que Mas, sólo que del otro lado. Y entre los dos, están consiguiendo lo que querían: un país (o dos) donde los votantes están pendientes de un símbolo mientras les roban la cartera.

Para dar a España una lección de democracia, Artur Mas se apropia con partidismo del día nacional de Cataluña, interviene ideológicamente TV3, convoca tres elecciones en cinco años intentando espolear el voto independentista, anuncia un referéndum pero admite que lo hará vinculante sólo cuando perciba una mayoría que votará lo que quiere él; de momento, gasta dinero público en una consulta sin garantías democráticas para usar el resultado como propaganda, da carácter plebiscitario a los escaños y no a los votos, manifiesta su derecho a saltarse las leyes constitucionales y, después de años de políticas de austeridad y corrupción de su partido, proclama que la izquierda catalana no nacionalista es una traición a la patria.

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