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Unas europeas muy españolas
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Jesús Cacho

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Unas europeas muy españolas

Dice el candidato Mayor Oreja que nunca ha visto una campaña electoral tan sucia como esta, y debe ser que el hombre tiene poca memoria o

Dice el candidato Mayor Oreja que nunca ha visto una campaña electoral tan sucia como esta, y debe ser que el hombre tiene poca memoria o es víctima de ese síndrome tan humano que enfatiza hasta el gigantismo lo actual, mientras empequeñece lo pasado, incluso reciente, como material propicio a perderse pronto por los recovecos de la memoria. Las campañas electorales españolas suelen ser duras, crispadas, nada civilizadas, porque al sentimiento guerracivilista que sigue latiendo bajo la epidermis de tantos españoles que todavía viven de la política y que conocieron el franquismo, hay que añadirle el envilecimiento experimentado por una democracia sin demócratas al servicio de una clase política en el fondo solo interesada en el usufructo del Poder, más que en el llamado bien común.

La paradoja implícita en las elecciones del próximo domingo, sin embargo, no puede ser más llamativa. Estamos ante unos comicios europeos que se van a dirimir exclusivamente en clave española. El grado de postración por el que atraviesa el proyecto europeo importa poco por estos pagos. España, que vivía de espaldas a Portugal de acuerdo con el tópico, vive ahora también de espaldas a los Pirineos, a pesar de haber sido Europa y la Unión responsable en gran medida de “la repentina riqueza de los pobres de Kombach”, en parodia del título de la conocida película de Schlöndorff. Los problemas españoles son tan graves, tan acuciantes, el cainismo que se ha apoderado de nuestra vida política tan obvio, que cualquier cosa que no tenga que ver con el futuro inmediato deja de tener interés e incluso sentido. Estamos ante unas elecciones cuyos resultados habrá que leer en clave española. Unas elecciones de las que pasa una amplia mayoría de ciudadanos, pero que, sin embargo, tienen una importancia capital tanto para el PP como para el PSOE.       

A pesar de los brillantes resultados de Galicia y de haber conseguido salvar los muebles en el País Vasco, da la impresión de que Mariano Rajoy sigue sometido a estrecho escrutinio en el seno de su propio partido. Como ocurre a menudo, los peores enemigos están dentro o pacen en el patio trasero. ¡A tierra, que vienen los nuestros! Muchos de los barones de la era Aznar siguen conspirando en los cenáculos contra él, imaginando toda suerte de revoluciones en la cúspide en caso de derrota del gallego el próximo domingo. Pero la necesidad de victoria no es menos acuciante en el caso de Rodríguez Zapatero. Me atrevería a decir que es incluso mayor. Con cuatro millones y pico de parados y los que están por llegar, una nueva derrota electoral tras lo ocurrido en Galicia, incluso en el País Vasco, dejaría al Presidente en una situación de extrema debilidad para afrontar los tres años que restan de Legislatura. Un equilibrista a punto de perder pie sobre el alambre. Y con un partido que está lejos de ser el bloque monolítico que aparenta, como demuestra la división interna provocada por la reforma de la Ley del Aborto y la polémica generada por el “seres vivos” versus “seres humanos” de Aído y compañía.

La importancia del envite para ambos partidos mayoritarios explica en última instancia la dureza del argumentario electoral esgrimido, la permanente descalificación del contrario y el descarte del trazo fino en beneficio de la brocha gorda del “y tú más”. Vamos a acabar de mierda hasta las orejas, porque la democracia española es hoy un filón inagotable de casos de corrupción a uno y otro lado. Se dirá que la campaña electoral pasa y que las aguas volverán pronto a su cauce, una afirmación voluntarista que nada puede frente al poso de animadversión que en España dejan las confrontaciones electorales. Zapatero ha heredado todos los vicios de Aznar en cuanto al grado de arrogancia que un Presidente puede desplegar frente al líder de la oposición en una democracia a medio cocinar como la española. Quienes recordamos el desprecio con que Franquito retrataba a Zapatero en los días de su mayoría absoluta, no podemos dejar de admirarnos ahora al comprobar cómo el socialista proyecta los mismos tics autoritarios en su trato con Rajoy.   

Si, en la acera de enfrente, nos encontramos con un Rajoy situado en las antípodas de Zapatero en la forma de ver el mundo y la política, llegaremos pronto a la conclusión de que estas campañas electorales cargadas de rencor, donde los partidos sacan a relucir lo peor del libreto para tratar de reducir a cenizas al contrario, son una auténtica desgracia colectiva en tanto en cuanto hacen muy difícil, si no imposible, lograr el clima de consenso mínimo que sería imprescindible para alcanzar ese Gran Acuerdo Nacional, Pacto de Estado o como se le quiera llamar, que la crítica situación española está demandando a gritos. En el clima de crispación en que viven instalados los dos grandes partidos, resulta ilusorio pensar en hincarle el diente a esa serie de reformas estructurales consensuadas que sería necesario abordar para salir bien de la crisis. Esta y no otra debería ser la gran tarea nacional del momento.

Poner coto al gasto público

Por desgracia, cuanto más se habla con los líderes empresariales estos días, más profunda es la impresión de desánimo y más oscuro el futuro. España saldrá más tarde y más empobrecida de la crisis que cualquiera de sus socios europeos. Los nuevos ricos de Kombach volverán a ser pobres. La preocupación echa raíces en la falta de confianza en un Gobierno que, superado por los acontecimientos, sigue empeñado en tergiversar la realidad y desviar la atención con polémicas artificiales de todo tipo. El imaginario socialista se ha enriquecido ahora con los green shoots importados de los USA, algo que en español hay que traducir por 'tomates verdes fritos', es decir, nada con gaseosa. Olmo viejo hendido por el rayo, que decía Machado, y mucho gasto público. Eso es todo. El Gobierno ZP ha vuelto a sorprendernos con otra de sus geniales iniciativas: una beca para estudiantes holgazanes que no quieren estudiar. De la legislación contra “vagos y maleantes” del franquismo vamos a pasar a la “Ley de Exaltación de Vagos y Farsantes con Financiación Incorporada” del zapaterismo, vivo ejemplo del tradicional péndulo español. Un auténtico dislate, propio de alguien que desprecia los valores del esfuerzo y el trabajo bien hecho. 

Un Gobierno, pues, que no da la talla y una oposición que, aún denunciando muchas cosas, sigue sin hacer el gran discurso reformista que la situación española reclama, discurso de vuelo alto que elude el PP porque, en el fondo, su objetivo sigue centrado en la reconquista del Poder a toda costa y no es eso, no es eso, Mariano, que no está España para juegos de partidos, sino para propuestas de regeneración capaces anteponer los intereses generales a los particulares. Enfangados en la pelea de la lucha partidaria y en una democracia que hace agua por los cuatro costados, ¿cómo encontrar la luz para salir del túnel? Es el misterio del momento. Un importante banquero aseguraba en privado esta semana que una de las tareas esenciales, inaplazables, consiste ahora mismo en alcanzar un amplio consenso sobre el nivel de gasto público, ergo déficit público, que una economía como la española es capaz de soportar sin hipotecar gravemente el futuro de las nuevas generaciones, porque las deudas hay que pagarlas antes o después. El gasto público no es ese pozo sin fondo que imagina Rodríguez Zapatero. Poner coto al gasto y proyectar algún rayo de esperanza en el futuro. Esa es la cuestión.

Dice el candidato Mayor Oreja que nunca ha visto una campaña electoral tan sucia como esta, y debe ser que el hombre tiene poca memoria o es víctima de ese síndrome tan humano que enfatiza hasta el gigantismo lo actual, mientras empequeñece lo pasado, incluso reciente, como material propicio a perderse pronto por los recovecos de la memoria. Las campañas electorales españolas suelen ser duras, crispadas, nada civilizadas, porque al sentimiento guerracivilista que sigue latiendo bajo la epidermis de tantos españoles que todavía viven de la política y que conocieron el franquismo, hay que añadirle el envilecimiento experimentado por una democracia sin demócratas al servicio de una clase política en el fondo solo interesada en el usufructo del Poder, más que en el llamado bien común.

Jaime Mayor Oreja Mariano Rajoy