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¿Es Rajoy una moderna Penélope?
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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¿Es Rajoy una moderna Penélope?

 Tras las elecciones catalanas de noviembre –cuando la apuesta por la mayoría absoluta (68 diputados) se tradujo en una pérdida de 12 (50 contra 62 en

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Tras las elecciones catalanas de noviembre –cuando la apuesta por la mayoría absoluta (68 diputados) se tradujo en una pérdida de 12 (50 contra 62 en la legislatura anterior)-, Artur Mas estaba descolocado. Entonces, con un gran sentido de la oportunidad, salió el ministro Wert a decir que había que “españolizar” a los niños catalanes. En Cataluña hubo irritación, la consellera de Educación, Irene Rigau, que al mismo tiempo es la presidenta del Consell Nacional de CDC, saltó a la palestra y denunció una muestra más de que España no quería entender a Cataluña, y Artur Mas orquestó la protesta unitaria contra Madrid. El resultado electoral –que sigue ahí- pasó por unos días a segundo plano. Wert le dio a Artur Mas un precioso respiro.

Luego han pasado muchas cosas. Mas no renuncia a una consulta orientada a la independencia –de ahí la creación del Consejo de Transición Nacional-, pero gobierna una sociedad angustiada por la crisis y poco deseosa de aventuras al margen de la legalidad. Y la situación financiera de la Generalitat le obliga a acuerdos con Madrid. Por su parte, Rajoy se niega a cualquier reforma de la Constitución (y a la consulta independentista), pero ha abierto el diálogo sobre el déficit de la Generalitat del 2013. Y Cristobal Montoro ha acabado asumiendo parte de las tesis principales de Mas-Colell, el conseller de Economía. El objetivo de déficit de las CCAA no puede ser el mismo porque la deuda acumulada por cada una es muy diferente, y los intereses de la deuda son parte sustancial del gasto público. Rajoy y Montoro estuvieron en Barcelona en la inauguración del Salón del Automóvil y la sensación de los empresarios –mayoritariamente catalanistas, pero muy reticentes al independentismo- fue que se avanzaba en un acuerdo sobre el déficit del 2013. Y que el apaño podía implicar el inicio de un diálogo serio. ¿Podría la negociación ganar la partida a la confrontación?

Negarse a una reforma constitucional sin cerrar la puerta a otros diálogos es lógico de un conservador algo rígido, que desconfía de todo el que huela a una España plurinacional. Querer alterar el 'statu quo' de la inmersión lingüística sin negociarlo con los tres primeros partidos catalanes, es menos razonable.

Lo que sucede es que el efecto balsámico de la visita de Rajoy amenaza naufragio. En Cataluña no gusta, pero se entiende, la rebelión de algunos barones autonómicos del PP contra la asimetría del déficit. Puede ser el punto de partida para un cambio del modelo de financiación y chirría con el duro discurso en la oposición contra las demandas catalanas. En todo caso, que Rajoy tenga contestación interna quizás pruebe que quiere negociar. Pero estos días han sucedido cosas que reavivan en el catalanismo (no en toda Catalunya pero muy mayoritario, unos 104 diputados sobre 135) la desafección con la España actual, que se agudizó con el proceso del Estatut en el Constitucional. Así, ha sorprendido desagradablemente que Llanos de Luna, la delegada del Gobierno, haya entregado un diploma a la Hermandad de Combatientes de la División Azul en un acto de homenaje a la Guardia Civil. Puede tratarse de un error de la delegada y, aunque compromete al Gobierno, se tiende a creer que es más fruto de la improvisación que de una voluntad provocadora. Pero no ayuda.

Más difícil de explicar es que al nuevo Gobierno aragonés, presidido por una mujer como María Fernanda Rudi, de imagen moderada, le haya faltado tiempo para promulgar una ley de lenguas, que dice que el idioma que se habla en algunos pueblos limítrofes con Cataluña (conocidos como la franja de poniente) no es el catalán, sino el lapao(Lengua Aragonesa Propia del Area Oriental). Es absurdo y desacertado en un momento de difícil relación. La sensación unánime en Cataluña (el PPC ha hecho mutis por  el foro) es que se trata de un desprecio (infantil o malvado) al catalán. Ya se sabe que algunas mayorías van contra la racionalidad e, incluso, se afirman ofendiendo al vecino (o al enemigo). Pero hacerlo ahora es un dislate que alimenta la tensión e inflama sentimientos.

Se puede argumentar –aunque es poco creíble- que el Parlamento aragonés actúa al margen de Madrid. Lo que es incomprensible es que el Gobierno apruebe ahora –cuando interesa bajar la crispación- una nueva ley de educación que contradice la normativa lingüística de la escuela catalana, no alterada ni en los cuatro años de la mayoría absoluta de Aznar. No se trata de defender la bondad del sistema de inmersión lingüística, que tiene escasa contestación. Puede haber (y hay) argumentos para todos los gustos. Pero querer alterar este punto cuando una parte importante de la opinión catalana (empezando por el partido que ha ganado las últimas elecciones legislativas y autonómicas) ha pasado del catalanismo al independentismo, es poco sensato. Se entiende que sectores relevantes de la opinión pública española desaprueben el modelo de la escuela catalana. Es un hecho. Y quizás esa actitud sea mayoritaria en la dirección del PP. Pero que el Gobierno de España haga suyo el guión del ministro Wert, el que mete la pata al hablar de “españolizar” a los niños catalanes (como si fueran negritos a cristianizar) es peor que un crimen, es un grave error.

Se tenga la opinión que se tenga sobre el fondo del asunto (los problemas de convivencia lingüística siempre son complicados), querer modificar ahora el statu quo sin previa negociación –y nulo consenso- con los tres principales partidos catalanes (CiU, PSC y ERC), sólo incrementará la desafección que denunció ya hace años José Montilla. Prueba de ello: Artur Mas ya ha prometido una “cumbre” de partidos y entidades (parece que le gusta mas ir de 'cumbres' que gobernar) contra otra agresión de Madrid.

¿Qué le pasa a Rajoy? Mantener la firmeza constitucional y abrir caminos de diálogo quizás no guste a una parte de la sociedad catalana, pero es la actitud lógica de alguien que mira con gran desconfianza todo lo que huele a una España plurinacional. Es lo propio de un conservador algo rígido al que no le gustan ciertas realidades, pero que sabe que no las puede ignorar. Azuzar al catalanismo cuando una parte se ha convertido al independentismo es menos razonable y tiene bastante de irresponsable. Puede que el lenguaje simplista contra el catalanismo de los tiempos de oposición haga difícil que ahora Rajoy convenza a su partido de que la realidad es compleja (no sólo respecto a Cataluña, también con los impuestos). Rajoy estaría así condenado a ser una desgraciada Penélope obligada a destejer por la noche (con Wert y el lapao) todos los pactos y complicidades trabajosamente tejidos durante el día (con Cristóbal Montoro, Jorge Fernández, Joan Rosell, Isidre Fainé y Duran Lleida). Que así no sea.

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Tras las elecciones catalanas de noviembre –cuando la apuesta por la mayoría absoluta (68 diputados) se tradujo en una pérdida de 12 (50 contra 62 en la legislatura anterior)-, Artur Mas estaba descolocado. Entonces, con un gran sentido de la oportunidad, salió el ministro Wert a decir que había que “españolizar” a los niños catalanes. En Cataluña hubo irritación, la consellera de Educación, Irene Rigau, que al mismo tiempo es la presidenta del Consell Nacional de CDC, saltó a la palestra y denunció una muestra más de que España no quería entender a Cataluña, y Artur Mas orquestó la protesta unitaria contra Madrid. El resultado electoral –que sigue ahí- pasó por unos días a segundo plano. Wert le dio a Artur Mas un precioso respiro.

Mariano Rajoy