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Artur Mas deshoja la margarita
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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Artur Mas deshoja la margarita

El jueves pasado Escocia votó con holgura contra la independencia (55% a 45%). Fue una mala noticia para Artur Mas pero peor fue todavía el hondo

Foto: El presidente de la Generalitat, Artur Mas, junto a la vicepresidenta Joana Ortega. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Artur Mas, junto a la vicepresidenta Joana Ortega. (EFE)

El jueves pasado Escocia votó con holgura contra la independencia (55% a 45%). Fue una mala noticia para Artur Mas, pero peor fue todavía el hondo suspiro de satisfacción que resonó en todas las capitales europeas. Es lógico que en una UE de 28 países que tiene serias dificultades para articular políticas internacionales y económicas comunes y eficientes, abrir el melón de la subdivisión de los Estados actuales (Gran Bretaña, España, Italia…), y de la pesadísima digestión que ello conllevaría, no entusiasme a nadie.

Ahí están las declaraciones del presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata alemán Martin Schulz, manifestando alivio y las de la canciller alemana, Angela Merkel, diciendo que había aceptado el referéndum porque fue la decisión de Gran Bretaña y que acogía el resultado con una gran sonrisa. Schulz incluso afirmó que lo sucedido en Escocia –la aceptación final por Cameron de una tercera vía de “devolution max” a la que antes se había negado– podía ser una pista para otros países. ¿Cuáles? Bueno, Schulz es un antiguo librero muy aficionado a la literatura catalana, que conoce bien. En esto –la seria reticencia al independentismo de las capitales europeas– Mariano Rajoy tiene razón y una parte del catalanismo se equivoca al no asumirlo porque “quien al cielo escupe, en la cara le cae”.

Pero Artur Mas no ha visto en Escocia la derrota del SNP que causó la inmediata dimisión de Alex Salmond. El día siguiente del referéndum salió por la mañana con una declaración –en catalán, castellano, inglés y francés– en la que subrayó la gran lección de democracia dada por Gran Bretaña. Y por la tarde el Parlamento catalán aprobó una ley catalana “de consultas no referendarias y participación ciudadana” en la que pretende ampararse para convocar legalmente –hasta que el recurso del Gobierno ante el Tribunal Constitucional la paralice– la consulta del 9-N en la que se pregunta sobre un asunto tan propio de un referéndum como la independencia de Cataluña.

Se diría que Artur Mas está incluso desafiante porque ha retrasado la firma de la ley con "astucia e inteligencia" para descolocar a Rajoy. Además la mayoría de municipios catalanes están aprobando mociones de apoyo a la consulta que le entregarán en la Generalitat el próximo sábado 4 de octubre, el Palau se ha convertido en un gran plató de televisión para el momento de la firma, que se espera sea seguida por varias televisiones mundiales, y la fiel TV3 tiene todo preparado para emitir una histórica entrevista con el president tras la firma de la convocatoria…

¿Y qué pasará luego? Nadie del entorno de Artur Mas cree posible que se salte las normas del Estado de derecho e intente hacer una consulta ilegal, aunque ahora para suavizar el acatamiento –y no complicar el pacto de gobernabilidad con la más radical ERC– insiste en que el Estado español hará todo lo posible para que la consulta no se pueda hacer “con todas las garantías democráticas necesarias”, como debería ser para que el mundo se tomara en serio las demandas de Cataluña.

Así pues, lo más lógico –lo ha insinuado alguna vez– sería convocar unas elecciones ‘plebiscitarias’ inmediatas con una lista única de los dos principales partidos de la consulta, CiU y ERC, que buscara el voto de todos los partidarios del Sí-Sí a la doble pregunta sobre la independencia.

Luego, con el mandato conseguido –si obtuvieran la mayoría absoluta, cosa posible pero no segura– iniciar negociaciones con el Estado desde una posición sólida. Como Salmond hizo con Cameron tras la mayoría absoluta conseguida en las elecciones escocesas del 2011, cosa que en Cataluña nunca ha sucedido porque CiU nunca se presentó con un programa independentista y los líderes de Unió han dejado claro que no lo son.

Esta hipótesis de disolución rápida y nuevas elecciones a finales de noviembre –o en febrero– para poder tener como cartel electoral el respeto a lo prometido –dije que los catalanes votarían sobre la relación que quieren con España y como el Estado lo ha impedido, ahora lo van a hacer en unas elecciones plebiscitarias– tiene ventajas claras pero también inconvenientes.

La primera ventaja es la consecuencia y la coherencia con la consulta prometida. Mas sabe cumplir su palabra pese a la prohibición del Estado. La segunda es que evitaría tener que continuar gobernando en una situación política muy complicada: relaciones con ERC degradadas por la no consulta y gestión presupuestaria endiablada. La tercera, que evitaría a CDC la incomodidad (por ser suaves) de una comisión de investigación sobre el caso de la familia Pujol como prólogo a las municipales de mayo.

Pero también presenta problemas. El primero es que unas elecciones plebiscitarias exigirían hoy una lista conjunta CiU-ERC para que los independentistas tengan una opción única (o casi única) y clara. Y esta exigencia es superior porque en caso contrario –listas separadas– lo más probable (lo dicen todas las encuestas) es que CiU llegara en segundo lugar y fuera distanciada por ERC. ¿Adelantar elecciones para que el partido del president salga derrotado?

El segundo inconveniente es que las plebiscitarias con programa independentista (más todavía con lista única con ERC) comportarían con casi total seguridad la ruptura con Duran i Lleida y con Unió. ¿Lista única con ERC y ruptura de la coalición tradicional con CiU que durante 34 años ha dado tan buenos resultados?

El tercer problema –quizás el principal, pero que puede que Mas espere inflexionar– es que Junqueras no es partidario. Unos dicen que porque las bases de su partido son totalmente refractarias a una alianza electoral con la conservadora CDC (no digamos CiU) y más cuando las encuestas les son favorables. Otros que Junqueras desea consolidar antes el papel de ERC en la política catalana con una victoria clara en las municipales de mayo.

O sea, que lo que sería más lógico –en la ilógica en la que se ha metido Artur Mas de querer hacer un referéndum independentista cuando el PP tiene mayoría absoluta en Madrid y a los pocos meses de dos decisivas elecciones en España– no es nada seguro.

El lenguaje corporal de Mas indica que va hacia ahí, pero transitar por ese camino implica la probable ruptura con Unió y Duran (todo cisma previo a una cita electoral es negativo) y que su estrategia coincida o sea aceptada por Junqueras.

Y además hay un dato que parece descartar este escenario. Ayer el diario El Mundo anunció que Mas quería hacer coincidir el 9 de noviembre con las elecciones anticipadas. Técnicamente no es posible porque ya lo debería haber convocado (54 días antes), pero si Mas hubiera acelerado la aprobación de la ley de consultas a principios de septiembre, habría sido posible. Y alguien muy próximo al president me asegura –quizás porque no quiere elecciones anticipadas– que esa opción se contempló y se descartó. ¿Entonces?

Entonces Artur Mas también puede ir alargando la legislatura sin que se note demasiado que la quiere alargar. Junqueras no quiere elecciones anticipadas antes de las municipales y no querrá entrar en el gobierno para asumir una gestión presupuestaria complicadísima, pero tampoco querrá derribarle. Y ni el PSC ni el PPC tienen tampoco nada que ganar con un anticipo electoral. Iceta quiere reconstruir el PSC y que Pedro Sánchez, con el que tiene sintonía, se vaya consolidando. Y al PP a lo suyo, a ganar las municipales y las generales y que Cataluña se encrespe lo menos posible.

Aunque a Rajoy puede que le gusten los líos. Así hemos pasado del lío de la ley de aborto al de la dimisión de Gallardón. Eso sí, resuelta con rapidez con el ascenso de un colaborador de Ana Pastor. Volviendo al tema, a ninguno de los actores principales de la política catalana –CiU, ERC, PSC, PPC e ICV– les conviene ahora un anticipo electoral. El problema es que la estrategia y la grandilocuencia de Mas le han colocado en un lío tan grande que la disolución parece ya la única salida. Pero puede que a Artur Mas –aunque lo disimule– también le guste –como parece que le pasa a Rajoy– surfear en medio del lío. Y durar.

Conclusión. Es difícil hacer una apuesta seria sobre la decisión final de Artur Mas. Consejeros de la Generalitat y personas muy próximas no se atreven. E incluso es posible que él tampoco lo tenga totalmente decidido. Quizás espera a ver lo que sucede en las próximas horas para ver si alguien comete un error (o hace un gesto) que le facilite la decisión.

Pero con independencia de lo que los próximos días decida Artur Mas, lo que nos dicen todas las encuestas es que tras cuatro años de Gobierno Mas en Cataluña y tres años de Gobierno Rajoy en España, la tensión nunca había sido tan alta. Y que una coalición claramente independentista podría obtener la mayoría absoluta o quedarse muy cerca de ella. Y la inestabilidad territorial es algo que no es bueno ni para la convivencia ni para superar la crisis política y económica que vive España. Un político inteligente (retirado) me dice que teme que la enfermedad de la desafección mutua entre España y Cataluña se convierta en crónica.

Quizás la traducción española de la tercera vía que Cameron ha acabado ofreciendo a Escocia fue el pacto del Estatut del 2006 que no fue aprobado (ni de lejos) como salió de Catalunya pero cuyo redactado final tampoco gustó en Madrid. Entonces el PP y otros muchos españoles (lean el artículo de José Bono en El País del sábado 13) creían que el Estatut era una barbaridad inadmisible. Lo mismo que pensaba Cameron y muchos conservadores ingleses de la devolution max que Salmond quiso introducir como tercera opción en el referéndum.

El jueves pasado Escocia votó con holgura contra la independencia (55% a 45%). Fue una mala noticia para Artur Mas, pero peor fue todavía el hondo suspiro de satisfacción que resonó en todas las capitales europeas. Es lógico que en una UE de 28 países que tiene serias dificultades para articular políticas internacionales y económicas comunes y eficientes, abrir el melón de la subdivisión de los Estados actuales (Gran Bretaña, España, Italia…), y de la pesadísima digestión que ello conllevaría, no entusiasme a nadie.

Cataluña Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Alex Salmond Oriol Junqueras