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Rajoy, ante el rechazo catalán
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Joan Tapia

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Rajoy, ante el rechazo catalán

El líder del PP necesita un Alberto Ullastres que inflexione su política catalana como el exministro de Comercio cambió la política económica de Franco y puso fin a la autarquía

Foto: El portavoz del Partit Demòcrata Català, Francesc Homs (d), pasa ante el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)
El portavoz del Partit Demòcrata Català, Francesc Homs (d), pasa ante el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)

Desengañémonos, una vez Pablo Iglesias decidió votar contra la investidura de Pedro Sánchez el pasado 4 de marzo, y mucho más tras la defenestración del líder socialista por el comité federal del PSOE el pasado 1 de octubre, Rajoy no solo tiene la investidura asegurada sino que únicamente tiene un problema grave y relevante a corto y medio plazo —a largo, como decía Keynes, todos estaremos muertos—, que es Cataluña. En política económica, España —país sin moneda propia (pese a que Pablo Iglesias no se haya enterado todavía) y con una deuda superior al 100% del PIB— tiene un escaso margen de maniobra. La gestora socialista —si se gobierna sin chulería— lo tendrá que entender. En política general, Rajoy tendrá que variar su forma de actuar. Caso contrario, no solo chocará con el PSOE sino con C's. Se quedaría solo y compuesto con sus 137 diputados y, como ha demostrado que no tiene vocación de suicida sino de superviviente, cederá. Es lo que se infiere además de sus invocaciones desde el pasado 20-D a la gran coalició”, en las que es posible que haya un porcentaje (el cuánto es un misterio) de sinceridad y voluntad de rectificación de la práctica de su primera legislatura.

El problema auténtico para el que no se visualiza un inicio de solución es la incardinación satisfactoria de Cataluña en España. Pocas sorpresas deparará la actitud de Francesc Homs tras la ronda de consultas con el Rey y en la votación de investidura. Las muy recientes iniciativas judiciales contra Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau por la consulta de 2014, contra la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, y contra el propio Homs, dejan al nuevo Partit Demòcrata Català (PDC) sin margen de maniobra para otra cosa que no sea votar no. Pero quizá lo más relevantes es que aunque Artur Mas y el propio Homs busquen algún terreno de entente —diputados de la antigua CDC votaron a favor de la mesa del Cogreso de Ana Pastor, y se decía que estaban a favor de un pacto con Pedro Sánchez—, la mayoría de la dirección del nuevo Partido Demócrata Catalán no está por la labor. Alguno de sus máximos dirigentes elegidos en el congreso de julio no se ha cansado de repetir a periodistas partidarios del 'procés' que, caso de nuevas elecciones, no habrían apoyado la candidatura de Homs, al que en privado juzgan demasiado moderado y un hombre del pasado, como primero de lista.

Fíjense lo que esto representa. El partido que siempre ha facilitado la gobernabilidad de España cuando no ha habido mayoría absoluta, con Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar y Zapatero, va a votar contra Rajoy no por consideraciones tácticas —ya lo hizo en 2011— sino porque quiere irse de España. Mas y Homs creían que Roca Junyent era demasiado pactista y moderado. Los que mandan hoy desconfían de Homs por lo mismo, por ser sospechoso de 'pactismo'.

Hasta hace poco, CiU era siempre el grupo que garantizaba la gobernabilidad de España

Rajoy será investido esta semana, pues, con el voto en contra del nuevo Partido Demócrata Catalán, algo que el comportamiento de Rajoy y de Artur Mas desde 2012 hacía inevitable. Será elegido con solo 11 diputados catalanes a favor (los seis del PP y los cinco de C's) sobre 47. O sea, por menos de la cuarta parte de los diputados catalanes. Es cierto que ya pasó lo mismo en 2011, pero entonces las circunstancias fueron muy diferentes.

En primer lugar, porque los diputados de CiU —Duran i Lleida era su portavoz— lo hicieron por motivos tácticos, como demuestra el hecho que luego colaboraran en muchas cosas, desde el Presupuesto de Mas hasta la reforma laboral de Rajoy. En segundo lugar, porque el PSC votó junto al PSOE, mientras que ahora sus siete diputados van a romper la disciplina de voto socialista básicamente por dos motivos. Porque no creen que Rajoy sea la persona adecuada para bajar la tensión en un asunto —el del referéndum catalán— que amenaza con conducir a un peligroso y aparatoso choque de trenes en 2017, y porque no creen que puedan presentarse ante su electorado como cómplices del actual líder del PP. Por primera vez desde el 77, el PSC ha llegado a la conclusión de que diferenciarse del PSOE puede ocasionarle muchos problemas, pero que no hacerlo podría implicar la desaparición. Iceta es todo lo contrario a un filoindependentista o un aventurero, es un socialista catalanista que ha plantado cara no solo al independentismo sino a los 'maragallistas' que abandonaron el PSC por considerarlo demasiado ligado al PSOE.

Con todo, lo más relevante es que CiU y PSC, que votaron en contra de Rajoy en 2011, pero “dentro de un orden” (la prueba es que CiU y PP colaboraron después y que el PSOE se abstendrá ahora en la investidura), tenían entonces 30 diputados frente a 11 del PP. Ahora la situación es totalmente diferente y está más radicalizada. Los 11 diputados del PP de entonces están compartidos con C´s, pero lo más grave es que los 30 de CiU y PSC se han reducido justo a la mitad, 15. Los primeros grupos son Podemos y ERC, con 12 y nueve diputados respectivamente.

De los 47 diputados catalanes, solo 11 —los seis del PP y los cinco de Ciudadanos— votarán a favor de la investidura de Rajoy

Es evidente que el 'españolismo' estricto está estancado en Cataluña, mientras que los partidarios de una recomposición de la situación a través de la reforma constitucional, que eran 30 en 2011, han quedado reducidos a los siete del PSC, mientras que los que abogan por la ruptura con España o un cambio radical del sistema (el derecho a la autodeterminación) ascienden a nada menos que 29 diputados: 12 de Podemos, nueve de ERC y ocho del nuevo Partido Demócrata Catalán, nada menos que el 61,7% del total.

Así, el choque de trenes de 2017, cuando el Gobierno catalán quiera hacer el referéndum y el Gobierno español lo impida, puede ser total y acarrear funestas consecuencias para ambas partes. A no ser… que el PSC se equivoque y que Rajoy, con su nuevo Gobierno, sepa hacer una política diferente para Cataluña en la que el verbo negociar sea una pieza fundamental. En Cataluña, la mayoría de los analistas creen que es algo imposible y una parte de ellos (algunos nacionalistas, pero no todos) tampoco lo desea. Y en España hay muchos en la prensa próxima al PP que tampoco lo desean e incluso atacarían a Rajoy si lúcidamente intentara variar su política e hiciera un giro importante en su actitud hacia Cataluña.

Si Rajoy quiere evitar el choque de trenes, o salir airoso de algo menos grave, necesita modular su actitud de los últimos años, desde el macrorrecurso de inconstitucionalidad contra el Estatut de 2006. Es posible porque Zapatero ya está políticamente muerto (lo que el PP pretendía entonces) y los zapateristas —como Pepiño Blanco— solo resucitan para asesinar a Pedro Sánchez. Pero ¿es capaz Rajoy de llevar al PP a una 'perestroika' respecto a Cataluña similar a la que Gorbachov impuso al PCUS, el Partido Comunista de la Unión Sovietica?

29 de los 47 diputados catalanes defienden la independencia o el derecho a la autodeterminación

Claro que no es necesario ir geográficamente tan lejos. Bastaría —sin ningún ánimo de comparar tiempos y regímenes políticos ni de ofender— con dar un giro respecto a Cataluña similar al que Franco hizo con cuidado —no porque lo quisiera sino porque lo impusieron las circunstancias y fundamentalmente el fracaso de la autarquía— de política económica, cuando quitó poder a los azules y llamó a los tecnócratas que —con el asesoramiento del FMI— hicieron el plan de estabilización del 59.

Los optimistas dirán que ambos son gallegos, que sabían o saben administrar los tiempos y dar paso a lo inevitable, aunque sea contra su íntima voluntad, en el último momento y con meses o años de retraso. Los pesimistas sostendrán que los dictadores pueden modificar su política con más libertad que los gobernantes que ganan elecciones, quienes, a veces, quedan prisioneros de su discurso y de las facciones más recalcitrantes de su electorado y de la prensa amiga.

Esperemos que acierten los optimistas. Pero, para ello, Rajoy tendrá que hacer de Gorbachov o como mínimo encontrar un nuevo Alberto Ullastres que sepa inflexionar su política respecto a Cataluña como el ministro de Comercio de finales de los cincuenta supo recurrir al FMI, calificado hasta entonces de instrumento del capitalismo anglosajón anticatólico y antiespañol.

Desengañémonos, una vez Pablo Iglesias decidió votar contra la investidura de Pedro Sánchez el pasado 4 de marzo, y mucho más tras la defenestración del líder socialista por el comité federal del PSOE el pasado 1 de octubre, Rajoy no solo tiene la investidura asegurada sino que únicamente tiene un problema grave y relevante a corto y medio plazo —a largo, como decía Keynes, todos estaremos muertos—, que es Cataluña. En política económica, España —país sin moneda propia (pese a que Pablo Iglesias no se haya enterado todavía) y con una deuda superior al 100% del PIB— tiene un escaso margen de maniobra. La gestora socialista —si se gobierna sin chulería— lo tendrá que entender. En política general, Rajoy tendrá que variar su forma de actuar. Caso contrario, no solo chocará con el PSOE sino con C's. Se quedaría solo y compuesto con sus 137 diputados y, como ha demostrado que no tiene vocación de suicida sino de superviviente, cederá. Es lo que se infiere además de sus invocaciones desde el pasado 20-D a la gran coalició”, en las que es posible que haya un porcentaje (el cuánto es un misterio) de sinceridad y voluntad de rectificación de la práctica de su primera legislatura.

Mariano Rajoy Artur Mas