Es noticia
León Salvador y Barto
  1. España
  2. Desde San Quirico
Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

Por

León Salvador y Barto

Barto era un amigo mío. Ingeniero, muy competente, había vivido muchos años en Venezuela, donde montó una empresa textil. Se llamaba Bartolomé, pero en Caracas decidió

Barto era un amigo mío. Ingeniero, muy competente, había vivido muchos años en Venezuela, donde montó una empresa textil. Se llamaba Bartolomé, pero en Caracas decidió quedarse en Barto.

 

Era  un hombre bueno, amable, cariñoso, seco. Porque se puede  ser seco y cariñoso. Por lo menos, Barto  lo demostraba continuamente.

No hablaba mucho. Escuchaba de maravilla. De él es la frase “Hacen falta menos charlatanes, y más escuchatanes”. Escuchaba muy bien. Además,  ponía cara de que le interesaba lo que le contaban. Pero lo mejor es que, realmente, le interesaba. Era su manera más palpable de darse a los demás.

Todo lo veía desde un punto de vista positivo. Un día vino a cenar a mi casa. Estábamos tomando un aperitivo y los niños venían a despedirse. Yo les daba un beso y les decía: “A la cama”. Y ellos, muy obedientes, se iban.

Dos minutos más tarde, volvían a aparecer. Ya sabéis: querían agua, pis, les picaba un pie, un hermano les molestaba…

Yo, entonces, les volvía a  decir, en un tono ligeramente más alto: “¡A  la cama!”  Volvían a irse. Volvían a volver: el del agua ahora quería pis, el que le picaba un pie ahora quería agua, etc. “¡¡A la cama!!” (esta vez  con dos admiraciones.) Y se volvían a ir.

A  la cuarta vez que volvieron,  dije: “¡Qué niños más desobedientes!” Y Barto dio: “No son desobedientes. Obedecen muchas veces”.

 

Barto me enseñó mucho en la vida. Un día, en el que le dije que todo lo que yo sabía se lo debía a una determinada persona, Barto dijo en voz muy baja: “Hombre, algo habremos hecho los demás”. Y era verdad.  Algo habían hecho los  demás. Y, en primera línea de los demás, él.

Cuando estaba escribiendo esto, me acordé de León Salvador. Era un Charlatán de Feria. No es  un insulto. Su profesión se llamaba así. Por eso he escrito Charlatán y Feria con mayúscula. Otros son Abogados, Ingenieros, Economistas. Él era un gran Charlatán de Feria.

Montaba un tenderete en las fiestas del Pilar, en Zaragoza, en la calle Costa, esquina Correos. Y allí se arremolinaba la gente y él hablaba, hablaba y hablaba, vendiendo entre otras  cosas  las célebres hojas de afeitar Piel Roja, de las que nunca he vuelto oír hablar y cuyo nombre no me parecía el más adecuado para unas hojas de afeitar.

La gente -30 o 40 personas, yo entre ellos, y mis amigos, también- le atendíamos  extasiados, mientras nos aseguraba que el paquete  de hojas de afeitar no costaba ni 4 ni 3 ni 2 pesetas, sino ¡solamente 1!, precio que estaba dispuesto a rebajar a 0,80 en el momento en que alguien se decidiese a comprar un paquete.

León Salvador hablaba y los demás, escuchábamos.

En el caso de Barto, el que escuchaba era él. Lo que pasa es que nosotros nos embobábamos ante la labia de aquel señor que tenía el oficio de  Charlatán de Feria, oficio en el que era el número 1 (que eso es lo que hay que ser en cualquier oficio, alto o bajo, que se tenga) y Barto escuchaba con ganas de ayudar. ¡Y vaya si ayudaba!

¡Cuánta necesidad tenemos todos de soltar nuestro rollo!  Es necesidad, no capricho. Porque la sociedad de hoy está compuesta de millones de personas solas, que llevan un MP3 mientras se cruzan contigo por la calle. El otro día, un señor mayor que iba a mi lado en la jardinera del aeropuerto, bailaba sólo. Pensé que estaba chalao, pero no, estaba solo, que es peor, y el pobre, algo tenía que hacer para animarse a sí mismo.

Que sí, que hay que escuchar. Y cuando alguien escucha a alguien, es frecuente eso que se oye de vez en cuando: “¡Pero si es  un tío majísimo!  Yo pensaba que era bobo”.

¿No será que no le habías escuchado nunca?

¿Os imagináis un país en el que la gente se escuche? ¿Os imagináis un país en el que haya gente dispuesta a escuchar a los demás? ¡Si sólo sacando lo que uno lleva dentro ya se encuentra mejor!

Tenemos que tener la ventanilla siempre abierta. Hemos de ser funcionarios ayudantes de los demás. Las tiendas tienen que estar abiertas, para  dar servicio a la gente. Y hay muchos tipos de tiendas. Desde las ópticas hasta los bares, hasta las librerías jurídicas, hasta las parroquias, hasta las personas individuales, hasta los  que mandan. (No pongo “los  que gobiernan” porque no gobiernan.)

Ya sé que eso es cansado, que uno se  aburre, que las preocupaciones de los amigos, de los clientes -o los pecados de los penitentes-  son bastante rollo. Supongo que, para un señor que llega acusándose  de que es un asesino en serie debe haber centenares que se confiesan de que no han sido suficientemente amables  con el que les ha pedido limosna por la calle.

Tengo un libro antiguo en la biblioteca de San Quirico que se titula “No me cuente usted su caso”. A  Barto no le hubiera gustado el título. Pero lo hubiera hojeado, para ver si lo de dentro estaba bien. Nunca se quedaba en la superficie.

Necesitamos muchos Bartos, porque todos llevamos un León Salvador dentro. Y necesitamos alguien que nos escuche. La diferencia es que a esa persona que nos escucha no le ofrecemos hojas de afeitar Piel Roja al increíble precio de 0,80 pesetas. Le pedimos algo más difícil: que se pare, que se quite el MP3, que no baile sólo en el autobús y que, sonriendo, nos diga: “Cuénteme usted su caso, por favor”.

P. S.

 

1.Así como de pasada, he  dicho que todos tenemos que luchar por  ser el número 1 en nuestro oficio. Lo repito ahora, porque no quiero que lo leáis así como de pasada. Tenemos que luchar honradamente por  ser los números 1. A nuestros hijos hay que animarles para  que, estudien lo que estudien y trabajen en lo que trabajen, no se limiten a ser un digno penúltimo, empatado a puntos con el último. Han de ir a por el primer puesto. Luego, ya veremos adónde llegan. Pero hay que ir a por el primer puesto, que mediocres ya tenemos, y en abundancia. Y, como parte importante de la revolución civil, debemos empezar la revolución de los números 1, para echar de sus sillones y de sus empleos y de todas partes a tantos y tantos y tantos y tantos mediocres como estamos aguantando.

 

2.También como de pasada, he dicho en el párrafo anterior que esto hay que hacerlo honradamente. Esto es algo que doy por supuesto. Nunca se me ocurriría hacer un elogio del trepa.

 

3.Lo que digo sobre la soledad de las personas sucede, sobre todo, en las  ciudades. En San Quirico la gente no lleva MP3, no se oyen móviles en Misa y, como todos vamos lentos, hablamos, nos escuchamos…o sea, vivimos.

Barto era un amigo mío. Ingeniero, muy competente, había vivido muchos años en Venezuela, donde montó una empresa textil. Se llamaba Bartolomé, pero en Caracas decidió quedarse en Barto.