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El día que hablé con Elizabeth Taylor
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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El día que hablé con Elizabeth Taylor

Hace muchos años, mi familia y yo vivimos durante un curso académico en Boston. Un año fenomenal, repleto de buenos recuerdos, de cosas divertidas, de descubrimientos,

Hace muchos años, mi familia y yo vivimos durante un curso académico en Boston. Un año fenomenal, repleto de buenos recuerdos, de cosas divertidas, de descubrimientos, de mucho trabajo. Porque había que preparar el Master del IESE, el primero que iba a haber en España. (En aquellos tiempos, la palabra Master no existía. Bueno, sí que existía, pero nadie, en España, sabía lo que quería decir).

Una noche, mi mujer y fuimos al teatro, a ver “Alguien voló sobre el nido del cuco”. El protagonista era Kirk Douglas. Nos apetecía verle en persona. Era un gran actor. Lo pasamos de miedo.

A la salida, nos encontramos con que, en el aparcamiento, un coche grande nos tapaba la salida. El bloqueo duró muy poco, porque inmediatamente apareció una pareja. Ella venía por mi lado, y, al pasar, dijo: “perdón”. Se  metieron en el coche, Richard Burton se puso al volante y ella, Elizabeth Taylor, a su lado.

En casa, siempre se ha hablado del día en que papá habló con Elizabeth Taylor. La verdad es que la que habló fue ella. Alguno puede pensar que la verdad es que no hubo conversación. Pero las leyendas familiares se crean así y es muy posible que, de aquí a muchos años, un chaval que se llame Abadía presuma en el colegio de las amistades que tenía su tatarabuelo, que en paz descanse.

Y, sin que tenga nada que ver con mi amiga Elizabeth, leo que un señor que llevaba en la cárcel más de 30 años, ha salido en libertad. Y me ha gustado mucho que, al salir, ha dicho: “empieza mi primera oportunidad”.

Lo estamos pasando mal. Los ajustes son dolorosos, pero esta es nuestra primera oportunidad. Porque, en la vida normal de una persona, todo es comenzar y recomenzar, con algunos éxitos, con muchos fracasos, pidiendo perdón cuando hay que pedirlo, olvidando cuando haya que olvidar (y eso cuesta), tirando para adelante cuando hay que tirar. O sea, ahora.

El famoso déficit del 6% que luego fue del 8% y que los de Bruselas se empeñan en que sea del 4,4 %, nos va a hacer pupa.

Yo suelo entender mejor las cosas cuando me hablan en euros que cuando me hablan en porcentajes. Lo del 6% quiere decir que, entre lo que gastamos y lo que ingresamos al año hay una diferencia -a favor de los gastos- de 60.000 millones de euros. Si es el 8%, 80.000. Y lo del 4,4%, quiere decir que esos 60.000 o esos 80.000 hay que convertirlos en 44.000, en un año. Y para eso, solo se pueden hacer dos cosas: ingresar más y gastar menos. Y a todos nos molesta una cosa y otra.

Me pasan unas cosas rarísimas. En un restaurante, un camarero me preguntó si yo era keynesiano, lo cual no dejó de sorprenderme, porque pensaba que me iba a tomar la comanda. Un amigo le había dicho que me lo preguntase. Por lo que parece, él era partidario de echar dinero a la economía para animarla. Le pregunté de dónde lo iba a sacar y, con gesto displicente, me dijo: “de deuda”.

No sé si soy keynesiano o hayekiano. Por lo que dicen, Hayek era partidario de eliminar las inversiones equivocadas y fomentar la disposición a ahorrar.

O sea, que según leo, “Hayek exige más austeridad mientras que Keynes exige más gasto”. (Esto lo copio de un artículo que ha escrito Robert Skidelsky, del que no había oído hablar nunca, pero que dicen que es miembro de la Cámara de los Lores y profesor emérito de Economía Política de la Universidad de Warwick. De ahí deduzco que sabe mucho).

A mí nunca me ha gustado ser una cosa u otra. No me ha gustado ser de derechas o de izquierdas, porque la riqueza interna de una persona no se puede encasillar en una palabra. Admito ser del Barça o del Madrid, o incluso ser del Zaragoza, como yo, porque eso son cosas muy secundarias. Pero, en lo importante, uno es de derechas teñido de izquierdas con algo de centro, o al revés. (Claro que para eso hay que determinar qué es ser de derechas o ser de izquierdas, y esto nos llevaría un poco lejos.)

Que hace falta austeridad, por supuesto. Que los estados han hecho el idiota, por supuesto. Que las autonomías y los ayuntamientos han despilfarrado el dinero, por supuesto. Que los bancos han hecho el ceporro, por supuesto. Que nosotros, los tonticos que vamos por la calle, nos habíamos creído que éramos ricos y resulta que no lo éramos, por supuesto. Que ahora, que se acabó el dinero que nos sostenía artificialmente hay que pasarlo peor, mucho peor, clarísimo.

Veo que, si acabo aquí el artículo, mi amigo el camarero dirá que soy hayekiano.

Pues no voy a darle el gusto. Porque creo que a una familia, a la que se le ha ido la olla y ha gastado excesivamente, hay que decirle que, partir de ahora, tienen que vivir de otra manera, pero no se les puede quitar el pan de la noche a la mañana, porque se mueren.

O sea, que hay que ser un poco keynesianos, también.

Ya estamos empezando a ser keynesianos cuando el Banco Central Europeo, que lo inventaron para controlar la  inflación, da mucho dinero (“barra libre”, le llaman) a los bancos, porque no puede darlo a los Estados. Se lo da  al 1%. Como es natural, en vez  de darnos créditos, los bancos se lo prestan a los Estados al interés vigente. Y resulta que, como el interés vigente lo fija la prima de riesgo, los mal pensados pensamos que, cuando sube la prima de riesgo, algún banquero descorcha cuidadosamente una botella de champan francés, del caro, y se la bebe entera con su mujer, con un lata de caviar beluga iraní que tenían guardada para las grandes ocasiones. (La descorcha cuidadosamente para no hacer mucho ruido y que el vecino de abajo, al que le ha negado un crédito, no se entere de que al banquero lo de la prima de riesgo le va a ayudar a cobrar un bono muy majo a final de año, “debido a su buena gestión”).

Es momento de reformas. Me parece que este Gobierno lo está haciendo bien. Yo no hubiera nombrado a algún ministro en concreto porque no me gusta su procedencia. Tampoco hubiera nombrado a algún embajador, en concreto, porque para eso están los que saben. Pero nadie es perfecto y yo creo que estamos en el buen canino.

Los bancos no acaban de estar en el buen camino. El ministro de Guindos ha dicho que la gestión de activos inmobiliarios está despistando a la banca de lo que es su labor fundamental, que es “captar pasivo y dar, dar y dar crédito”. Lo de dar, dar y dar me ha impresionado. Y lo del despiste, también.

Siempre digo que en esta época -y siempre- una cosa fundamental es no distraerse. Y estos mozos se han distraído tanto y durante tanto tiempo que hacer que trabajen en serio es dificilísimo. Se pasan el día intentando vender o alquilar pisos y viendo qué partidas del Pasivo pueden computar como Capital para aparecer guapos ante Bruselas. Pero creo que ahí está todo. Que la reforma laboral es importante, por supuesto.

(Por cierto, no acabo de entender que, después de años de negociaciones -por llamarle de alguna manera- entre la patronal y los sindicatos, y después de  haberle pasado el toro al Gobierno para que remate la faena, que me parece que casi no estaba ni empezada, cuando el Gobierno saca su reforma, los tres –patronal, UGT y CCOO-, le critiquen. ¡Amos, anda! ¡a ver si os tomáis en serio las cosas! Menos mal que lo de la huelga general no lo ven muy claro –uno de mis nietos dice que es una vacilada-, porque no acabo de imaginarme al señor Rosell, al señor Méndez y al señor Fernández Toxo -los tres sin corbata, claro-, encabezando la manifestación y echando gritos subversivos).

Me he ido por las ramas con esto del paréntesis. Decía que la reforma laboral es fundamental y que, a mí me interesa que ayude a crear empleo o a mantener el existente. Cuando me dicen que facilitará el despido, pienso que con 5.273.600 personas que están sin empleo, tampoco debía ser tan difícil antes.

Lo financiero, por favor. Que es muy urgente. Que si se hunde un banco, que se hunda. Que Dios quiera que no me pille a mí. Pero que si me pilla, me ha pillado.

P.S.

Hace muchos años, mi familia y yo vivimos durante un curso académico en Boston. Un año fenomenal, repleto de buenos recuerdos, de cosas divertidas, de descubrimientos, de mucho trabajo. Porque había que preparar el Master del IESE, el primero que iba a haber en España. (En aquellos tiempos, la palabra Master no existía. Bueno, sí que existía, pero nadie, en España, sabía lo que quería decir).