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Un camí: Quina cosa mes curta! Quina cosa més llarga!
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Un camí: Quina cosa mes curta! Quina cosa més llarga!

No suelo leer en catalán. Pero, de vez en cuando, me encuentro con una frase dicha por alguien, y, como la dijo en ese idioma, la

No suelo leer en catalán. Pero, de vez en cuando, me encuentro con una frase dicha por alguien, y, como la dijo en ese idioma, la apunto tal cual, por si acaso algún día me sirve.

Josep Maria de Sagarra, escritor catalán, dramaturgo, novelista, periodista, y, según su biografía, “sobre todo, poeta”, en el Poema de Nadal (de Navidad) de 1931, escribió:

“Un camí! Quina cosa més curta de dir! Quina cosa més llarga de seguir!” O sea: “¡Un camino! ¡Qué cosa más corta de decir! ¡Qué cosa más larga de seguir!”

Y como tengo la costumbre -el vicio- de irme de lo más fino a lo más basto, me acuerdo -y no sé por qué-, de Hermenegildo, el chófer de un amigo mío, que nos llevó un día. El trayecto era largo. Hermenegildo no conducía demasiado bien, pero tampoco ponía nuestras vidas en peligro. Lo curioso sucedió cuando tuvimos que subir un puerto bastante alto (no había autopista). Para subir, rápidamente pasó de 1ª a 2ª, luego a 3ª y luego puso la cuarta. El pobre coche no podía con su alma, el motor rateaba, y Hermenegildo seguía impávido. Yo iba a su lado. Al cabo de bastante rato, me dijo: “¿se da cuenta usted de lo que hace la falta de oxígeno? A medida que subimos, el coche se va ahogando”.

Me quedé bastante cortado, con ganas de decirle: “¿y si pusiera una marcha más corta?”. Pero pensé que los especialistas son los especialistas y que quizá era verdad que faltaba el oxígeno.

Cuando, a duras penas, llegamos arriba y empezamos a bajar, y el coche empezó a tirar mejor, Hermenegildo, muy sonriente y con cara de triunfo, me dijo: “¿ve? En cuanto vamos hacia abajo y hay más oxígeno, el motor funciona mejor”. Al llegar al llano, sin haber cambiado ni una vez de marcha, el coche iba muy bien y el tío sonreía satisfecho.

Y por lo de mis costumbres y mis vicios, se me ha ocurrido que ya nos dijo Josep Maria de Sagarra que es muy fácil hablar del camino que hay que seguir, pero que lo difícil es seguirlo. Porque el camino, que en el GPS parece muy simple, está lleno de piedras, y como estamos mal acostumbrados, en cuanto nos quitan el asfalto, nos empiezan a doler los pies. Y, además, no llevamos calzado adecuado, que sirva para ese camino, que, según Sagarra, es “llarg”.

Me suele pasar con bastante frecuencia: empiezo a hablar en parábolas, luego paso a las metáforas y, al final, no sé de qué hablo. Pero dejadme que lo complique un poco más, que luego intentaré ponerme en orden. Fina es una íntima amiga nuestra. Guapa, simpática, elegante, culta. Lo que podíamos llamar un modelo de señora.

Hasta los modelos de señora tienen sus errores. El error de Fina consistió en llevar dos veranos seguidos el mismo vestido. Como estábamos en San Quirico, que es un pueblo fenomenal, pero que no es el último grito de la elegancia, porque los Hermès, Gucci, Ferragano y Valentino no han abierto tienda todavía allí, a Fina le pareció que, por repetir el vestido dos años seguidos, no pasaría nada.

Pero -siempre hay un pero-, Fina no contaba con la maldad humana. Llamarle maldad quizá es demasiado. Llamémosle ganas ligeras de molestar al prójimo. Porque apareció una señora, se dirigió a ella, le dio dos besos muy sonoros y le dijo, delante de todos nosotros: “Fina, cada año te sienta mejor este traje”.

Esto nos fue muy bien, porque, años después, cuando nos encontramos con Fina, que no ha vuelto a repetir traje desde entonces, le felicitamos, diciéndole que cada año aquello que lleva le sienta mejor.

Fin de las parábolas y resumen, porque si no, seguiré contando tontadicas y no llegaremos a ningún sitio:

Que el camino es largo. Ya lo sabemos. Y duro. Y cuesta arriba, como el  puerto al que subió Hermenegildo. Y no hace falta que estemos quejándonos todo el día. Y que salgamos a la calle a decir que no hay derecho. Porque es verdad que no hay derecho. Que no hay derecho a todas las cosas  que se han hecho últimamente. Y no me refiero solo al pobre Zapatero, que, a pesar de lo que me metía con él cuando estaba vivo (políticamente, claro, porque vivo vivo deseo que esté muchos muchos años), no tiene la culpa de todo. Y si me apuras, la tiene de muchas menos cosas que otros muchos que pululan por ahí. (Por cierto, ¡vaya artículo de Fernando Ónega en la Vanguardia de ayer, con el título “No provoquen,  por favor”!)

Pero mientras decimos que no hay derecho, lo único que se nos ocurre es romper escaparates o enfrentarnos a un empleado de un Banco que está trabajando honradamente (también en los bancos hay gente -mucha- que trabaja honradamente) o decir que vamos a organizar una huelga general porque como fuimos absolutamente incapaces de llegar a un acuerdo sobre la reforma laboral, ahora nos quejamos de la que, por nuestra radical incompetencia, ha hecho el Gobierno.

Hermenegildo, buena persona él, solo tenía un problema: era chófer y no sabía conducir. Solo eso.

Es que hay que saber conducir. Y eso no es responsabilidad únicamente del Gobierno. Es responsabilidad nuestra. Ya vale de que seamos un país en el que los borregos -que no son muchos- pero que borreguean todo lo que pueden- sean los que lleven la voz cantante. Los no borregos, que hay muchos, tienen que saber que:

Estamos en el buen camino. Estoy convencido. Camino que pasa por enderezar todo lo torcido. Y además, nosotros (yo, por lo menos) nos habíamos acostumbrado a vivir bien con lo torcido. Y cuando nos lo destuercen, nos duele. Y nos apetece salir a la calle y quemar papeleras. Quema que, por supuesto, no sirve para nada, excepto si se queman en la Plaza de España, de Barcelona, durante el World Mobile Congress, que así conseguiremos que no vengan.

Camino que pasa por que el BCE, incumpliendo su mandato, eche euros a la calle. Que los está echando. Que ayer echó 500.000 millones. Lo que pasa es que Expansión dice que “está por ver que su efecto sea significativo sobre los canales tradicionales del crédito a empresas y particulares”, porque hay una cosa que se llama Sarkotrade, que consiste en que tú, BCE, me prestas dinero al 1 % y yo, Caja de Ahorros de San Quirico, lo coloco en Deuda Pública a intereses del 3 %, del 4 %, del 5 % y hasta del 6 %, con menos riesgo que si se lo presto al amigo de San Quirico para un negocio que quiere montar, que puede no irle tan bien como él dice que le irá.

Camino que pasa por que -siguiendo la argumentación de Fernando Ónega- los que cobren entre 2,6 y 11,6 millones de euros se lo callen, se lleven el dinero a su casa y le digan a su mujer: “guárdalo en algún sitio seguro, o sea, en ninguna entidad financiera, pero no se lo digas ni a tu madre”:

Camino que pasa por que los bancos no cobren el 9 % de intereses por el pago retrasado -retrasadísimo- de las deudas de las Administraciones públicas a sus proveedores, intereses que, en caso de existir, no se pueden cargar a los proveedores, porque hasta ahí podíamos llegar.

El camino pasa por más sitios, pero si los pongo ahora, me quedo sin tema para  otros artículos.

Pero ese es el camino: corto de decir, largo de seguir.

No suelo leer en catalán. Pero, de vez en cuando, me encuentro con una frase dicha por alguien, y, como la dijo en ese idioma, la apunto tal cual, por si acaso algún día me sirve.