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Leopoldo Abadía

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Necesito las vacaciones

Estoy en Cataluña, admirado por los efectos de la ola de calor en estos mozos que están en puestos oficiales y a los que se les ha reblandecido el seso por las altas temperaturas

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y el presidente de la Generalitat, Artur Mas. (EFE)
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y el presidente de la Generalitat, Artur Mas. (EFE)

Estoy un poco cansado. Las vacaciones llegan y noto que las necesito. Una de las señales es que empiezo a pensar que todos con los que me encuentro son tontos. Eso me suele suceder a finales de julio y es el indicador que me acusa: "Leopoldo, que antes eran más listos que tú y no puede ser que de repente hayan perdido la listeza. Háztelo mirar".

Voy al CAP a que me hagan la revisión de verano. La doctora, que me conoce bien, dice: "Descanse. Que sí, que ya sé que se divierte usted mucho, pero no olvide que tiene su edad". Casi le contesto que ella tiene la suya –por cierto, mucho más joven que la mía–, pero me callo, porque tiene razón.

Estoy en San Quirico, rodeado por muchos hijos y muchos nietos. La casa, que la hicimos grande hace 40 años, se ha quedado pequeña. Las cosas de Barcelona, aquel piso que se quemó hace más de un año y en el que todavía seguimos discutiendo con las compañías de seguros, esas cosas se amontonan aquí, aportando el olor a chamusquina que no acaba de irse.

Ayer noche celebramos el cumpleaños de la hija mayor, porque en casa hay una norma: se celebra todo. Santos, cumpleaños, aniversarios de boda, aniversarios del día que me declaré, del día que mi novia, hoy mi mujer, me dijo que sí... Todo. Porque, quieras o no quieras, la vida es un poquico monótona y si no le echas algo de gracia, puede ser aburridísima. Y una familia aburridísima es una familia peligrosísima. Se come –se deglute– con el televisor puesto, mientras cada uno de los presentes mira en el móvil los mensajes, saliendo disparado cuando acaba de comer, sin esperar a que los demás acaben de ver el telediario que se acabó hace rato y ahora están en el culebrón.

Veo la tele. Barajas, lleno de gente. Una señora, que no tiene pinta de ser la millonaria de Hollywood, dice que se va a pasar unos días a Katmandú

Pues lo celebramos. Pastel, velas, cantos, aplausos. Estoy cansado y no me apetece hablar. Intento sonreír y casi lo consigo. Hablan todos a la vez, como siempre. El tema de hoy es el intercambio interno de ropa que a unos ya no les viene bien, pero que otros esperan con ilusión porque la van a estrenar. De este modo, hay prendas que han sido estrenadas seis o siete veces, siempre con gran alegría por parte de la que ha recibido la falda y con no menos alegría de la que estaba cansada de llevarla y ahora la ve en su hermana más pequeña, a la que, además, le sienta muy bien.

Nadie dice que eso es austeridad. Y yo tampoco lo digo, porque les podría hundir la noche hablando en serio cuando ellos están hablando en broma de cosas muy serias. Veo la tele. Barajas, lleno de gente. Una señora, que no tiene pinta de ser la millonaria de Hollywood, dice que se va a pasar unos días a Katmandú, a un monasterio budista. El dinero es suyo, pero no deja de llamarme la atención el contraste entre los intercambios de camisetas, faldas y hasta un vestido de novia con el viaje a Katmandú, que, entre unas cosas y otras, le costará a esa señora unos cuantos euros.

Estoy en Cataluña, admirado por los efectos de la ola de calor en estos mozos que están en puestos oficiales y a los que se les ha reblandecido el seso por las altas temperaturas.

Artur se reúne con Ada y llegan a un acuerdo para gastarse 200 millones empalmando dos líneas de tranvía, tarea en la que, como dice un periodista, habrá que volver a despanzurrar la Diagonal, que todavía se está reponiendo del último despanzurramiento.

Al día siguiente, Artur dice que no es verdad. Que sí, que hablaron de unir las dos líneas, pero no hablaron de por dónde.

Ada detiene las licencias para la construcción de 30 hoteles.

Los dueños de la torre Agbar dicen que, como no tienen licencia para construir el hotel, apagarán las luces de la torre.

Al cabo de dos días, el hotel de la torre Agbar ya tiene licencia.

Un día después, Ada afirma que no tiene licencia.

Artur dice que, cuando su socio Oriol J. le dijo que estaba de acuerdo en ir juntos en una lista para las elecciones, "se quedó a cuadros", porque supongo que lo normal es que los socios estén en desacuerdo.

Artur y algunos más inventan una lista en la que el cuarto es Artur y el primero, Raül, con el acuerdo de que, si ganan, el president de la Generalitat será Artur.

Al cabo de unos días, Raül dice que ese acuerdo no existe.

¡Qué calor, Dios mío! ¿No habrá manera de mandar a todos estos chicos hay más a Katmandú, a un monasterio budista, o a varios, y que allí se vistan de naranja, se rapen la cabeza y se queden para siempre, subvencionados por la ciudadanía española?

Es más importante eliminar de la escena política a Artur, Ada, Teresa, Oriol J., Raül, etc. que lo de Burkina Faso

En casa hemos puesto una hucha para las bicis de Rimkietá, una fundación de unos amigos míos que trabajan en serio en Burkina Faso, o sea, ahí al lado, en un lugar en el que, cuando hace fresquito, están a 38º. La hucha se va llenando poco a poco. Muchas familias estarían dispuestas a poner huchas con el título "Katmandú". Estoy seguro de que se llenarían antes que la de Rimkietá, porque, desde el punto de vista del sentido común, es más importante eliminar de la escena política a Artur, Ada, Teresa, Oriol J., Raül, etc. que lo de Burkina Faso.

Mensaje para María y Juan Carlos, los de Burkina: perdonad por el retraso, pero lo primero es lo primero, y, siguiendo una frase de Artur, la hucha de Katmandú es legítima defensa ante todos estos personajes que pululan por Cataluña.

Miquel Valls, el presidente de la Cámara de Comercio, solo pregunta una cosa: ¿cuánto nos va a costar el viaje a Ítaca? Nadie le contesta, porque no se han puesto todavía a la venta los billetes y Transmediterránea no ha fijado los precios. No sé si Ítaca tiene aeropuerto ni si Ryanair se ha planteado llevar allí a los 7 millones y medio de personas que vivimos aquí. Algunos queremos quedarnos, lo que aligerará las aglomeraciones.

Realmente, una familia que prepare pronto el presupuesto del próximo año demuestra que quiere hacer las cosas bien

Leo a Antonio Argandoña, un economista de los que saben, muy amigo mío. Fuimos colegas en el IESE. Habla de los Presupuestos Generales del Estado. Dice que no merece la pena llevarse el borrador para leerlo estas vacaciones, porque son aburridos y no son relevantes.

A mí me ha gustado que se hayan preparado ya los presupuestos. Realmente, una familia que prepare pronto el presupuesto del próximo año demuestra que quiere hacer las cosas bien.

No le voy a hacer caso a Antonio, y espero que no se moleste. Los voy a estudiar, porque aburridos, lo son, pero relevantes, algo serán. No hay más que ver las críticas. Que si son ideológicos, que si no son sociales..., esas cosas.

Los estudiaré despacio, sin prisas, para entenderlos más o menos. Y para poder decir que son ideológicos o no y que van contra Cataluña, como ya se sabe. Hoy he leído una carta que dice que también van contra Aragón. Es posible que aparezcan 17 cartas más, 15 de las restantes comunidades y dos de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, quejándose. Según el número de cartas que vaya viendo, me volveré a plantear el modelo de Estado, porque supongo que lidiar con 17 jefes de Estado dentro de España antes de salir de viaje a Europa debe ser muy cansado.

Cansado. Como yo, en estas fechas.

Pero noto que me voy arreglando, porque el otro día inauguré las vacaciones desayunando con mi amigo de San Quirico, y, al cabo de dos minutos, estaba pensando: "¡Qué tío más inteligente!, ¡ya me gustaría ser como él!". Luego me fui a la farmacia y me pasó lo mismo con el matrimonio joven que la lleva y con una empleada majísima.

Y pensé: "Leopoldo, esto marcha; en 20 días, vuelves a ser tú y te empieza a caer bien todo el mundo".

Necesitaba las vacaciones.

Estoy un poco cansado. Las vacaciones llegan y noto que las necesito. Una de las señales es que empiezo a pensar que todos con los que me encuentro son tontos. Eso me suele suceder a finales de julio y es el indicador que me acusa: "Leopoldo, que antes eran más listos que tú y no puede ser que de repente hayan perdido la listeza. Háztelo mirar".

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