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El Gobierno declara la guerra a un veraneante mallorquín
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Matías Vallés

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El Gobierno declara la guerra a un veraneante mallorquín

Mitt Romney atribuyó a Churchill una cita de Keynes, por lo que perdió las elecciones a la Casa Blanca. En cambio, Rajoy es un maestro en

David Cameron con su mujer Samantha y sus hijos durante unas vacaciones en Mallorca. (I.C.)

Ahora bien, el fervor guerrero del Gobierno chocará con la realidad demográfica de algunas regiones. Con ocho mil residentes británicos, Mallorca es más inglesa que Gibraltar y, desde luego, más alemana que Múnich gracias a once mil teutones, tantos como en la suma de otras trece comunidades. Por si esta declaración de cosmopolitismo no convence a Rajoy, deberá sopesar el quebranto que un conflicto armado supondrá para los cinco millones de turistas británicos que se emborrachan anualmente en la costa mallorquina, más el doble de alemanes.

Rajoy deberá sopesar el quebranto que un conflicto armado supondrá para los cinco millones de turistas británicos que se emborrachan anualmente en la costa mallorquina

Montoro no ha rechazado hasta ahora sus contribuciones fiscales, quizás los brotes verdes se han consolidado de tal manera que la economía española ya no necesita turismo, sólo poner en marcha la maquinaria de guerra para salir de la crisis del PP. Por supuesto, ya hay parlamentarios británicos que han solicitado a sus turistas que no vuelen al sur, con lo que se está dinamitando la frágil Marca España. Es curioso quejarse de que toda mención a Bárcenas desestabiliza al país, y declarar a continuación la guerra al principal proveedor de la economía española.

Ahora que Rajoy se ha vuelto churchilliano para mejor derrotar a los británicos, nos endilgará del discurso literal de que “lucharemos en las playas”. Aunque los nativos mallorquines nos hallamos en franca inferioridad frente a la nube de invasores bárbaros del norte, les envenenaremos la crema solar antes de que se tiendan sobre la arena, cargaremos la paella de calorías vacías y abarataremos todavía más el alcohol -precio de saldo actual, dos pintas de cerveza a dos euros- para embrutecer a los ‘yobs’ o gandules ingleses en edad de guerrear. Esta labor de retaguardia decidirá la suerte de la guerra pero empobrecerá al país entero.

Gibraltar ocupa siete kilómetros cuadrados. En Mallorca hay una docena de fincas de mayor superficie en manos extranjeras, y también británicas. ¿Piensa Rajoy declarar la guerra a cada una de ellas? Los mallorquines somos los últimos fenicios, por lo que aplacamos a Rajoy con el sanchopancesco “mire vuesa merced” que no son gigantes, y que aquí no se dirime la importación de productos ingleses sino la importación de ingleses, y que no están en juego las exportaciones inglesas sino las exportaciones de inglesas.

Es curioso quejarse de que toda mención a Bárcenas desestabiliza al país, y declarar a continuación la guerra al principal proveedor de la economía española

Curiosamente, un financiero mallorquín ya tuvo que convencer hace setenta años a un gobernante español de que no tomara y artillara Gibraltar para controlar el Estrecho. En efecto, Juan March fue el encargado de disuadir a Franco de entrar en guerra junto a Hitler, por el método infalible de sobornar con sobresueldos -otra ironía superpuesta- a los generales franquistas. ¿Quién pagaba? El mismo Churchill que se ha convertido en protagonista involuntario de este artículo, porque además descansó y pintó acuarelas en Mallorca, donde el sol, el mar y el vino le curaban del “perro negro” de la depresión que le acosaba.

Y dado que las generalizaciones esterilizan, los movimientos prebélicos del Gobierno han amenazado a un fiel turista balear, que responde por David Cameron. Hace un año se movió como un turista más por la costa mallorquina de Alcúdia consagrada al turismo familia, si bien con una flagrante ruptura de etiqueta por unos mocasines más apropiados para Downing Street que para una playa. Y este año ya ha descansado en la ibicenca Benirràs, promocionando el agreste enclave entre sus compatriotas. Si Rajoy insiste le envenenaremos el protector solar, pero tal vez haya soluciones menos drásticas.

David Cameron con su mujer Samantha y sus hijos durante unas vacaciones en Mallorca. (I.C.)

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