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Estamos en guerra, pero no tenemos comandante en jefe
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Estamos en guerra, pero no tenemos comandante en jefe

Historiadores y economistas están bastante de acuerdo en señalar como a lo largo de la historia de la humanidad los ciclos de crecimiento y de depresión

Historiadores y economistas están bastante de acuerdo en señalar como a lo largo de la historia de la humanidad los ciclos de crecimiento y de depresión han estado intercalados por conflictos bélicos. Esto ha venido siendo así hasta hace muy poco tiempo. Bien, si abstraemos de las guerras el componente de crueldad que conllevan, y permítanme hacer este ejercicio de abstracción -siendo consciente de que es una barbaridad- para poder explicar lo que quiero explicar, y nos limitamos a analizar su componente socio-político, sin duda coincidiremos en que una guerra implica una tremenda convulsión social que provoca enormes cambios que en ocasiones afectan a toda la estructura de organización política, social y económica de las sociedades que sufren los conflictos. De hecho, es tal el terremoto que en ese orden provoca una guerra que a su fin el proceso de reconstrucción suele conducir a una etapa de crecimiento y progreso, al menos en lo económico -en lo político no siempre es así, como se demostró tras la Guerra Civil española-, y de profundos cambios sociales y de modelo de convivencia.

Todas son necesarias y todavía harán falta más reformas y más medidas de ajuste que permitan sanear tanto nuestras cuentas públicas como nuestro modelo de convivencia

A nadie se le escapa que no estamos en guerra, a pesar de lo que dice el título de este post, no al menos en el concepto clásico que incorpora el componente de crueldad sin el cual una guerra no sería tal, pero no es menos cierto que podemos afirmar que sí lo estamos si nos atenemos a la profundidad de los cambios socio-políticos que estamos viviendo, y a las enormes tensiones que la actual situación está provocando en casi todos los órdenes de nuestra convivencia. Esta guerra, que es puramente económica, también provoca daños, y daños muy elevados en términos de paro, destrucción de tejido empresarial, falta de expectativas, dureza del ajuste, pérdida de riqueza y de derechos adquiridos… Hasta el punto de que podemos afirmar que la crisis se ha convertido en un auténtico drama social de proporciones casi inalcanzables.

Esa es la realidad, y la gente, la sociedad, es plenamente consciente de ello, y lo es también de que para salir de esta situación van a hacer falta sacrificios y que una vez que esta guerra llegue a su fin, nada, o casi nada, será igual que antes. Basta salir a la calle y hablar con la gente o simplemente escuchar los temas de conversación en bares y restaurantes, o en las tiendas o en los transportes públicos. La gente no es tonta, sabe lo que hay y sabe a lo que tiene que atenerse. ¿Dónde está el problema? Como en toda guerra, cada ejército tiene su comandante en jefe, la persona elegida para dirigir los destinos de miles, millones de personas que confían en él/ella y esperan que les guíe y les transmita esa necesaria dosis de tranquilidad y confianza que en situaciones excepcionales como ésta todo pueblo necesita. Y es que una situación excepcional, además de requerir medidas excepcionales, requiere también comportamientos excepcionales por parte de sus dirigentes, y es aquí donde quería llegar –perdonen la extensión del prólogo-,  porque a fecha de hoy es bastante evidente que estando como estamos en guerra, sin embargo existe una sensación cada vez más agobiante en la opinión pública de que no tenemos comandante en jefe.

A nadie se le escapa que no estamos en guerra, a pesar de lo que dice el título de este post, no al menos en el concepto clásico que incorpora el componente de crueldad sin el cual una guerra no sería tal, pero no es menos cierto que podemos afirmar que sí lo estamos si nos atenemos a la profundidad de los cambios socio-políticos que estamos viviendo

Hechos como los ocurridos esta semana a cuenta de la nacionalización de Bankia ponen de manifiesto las enormes carencias en términos de planificación y estrategia con las que cuenta este Gobierno, hasta el punto de haberle permitido a su principal adversario, al PSOE y a su propio líder Alfredo Pérez Rubalcaba, ocupar un espacio de cercanía con el ciudadano que debía de estar reservado para quienes estaban llevando a cabo una de las operaciones de mayor calado político-económico que se hayan producido en este país en los últimos veinte años, y a lo mejor me quedo corto. Ha sido un verdadero desastre, que incluso ha puesto en riesgo la estabilidad de todo nuestro sistema financiero, precisamente por esa falta de previsión y de planificación estratégica, y por supuesto por la ausencia absoluta de explicación y de pedagogía.

Miren, este Gobierno esta haciendo todo lo que tiene que hacer para sacar a este país de la crisis. Sé que a muchos les parece que no es así, pero nada de lo hecho hasta ahora, ninguna de las medidas adoptadas, sobra. Todas son necesarias y todavía harán falta más reformas y más medidas de ajuste que permitan sanear tanto nuestras cuentas públicas como nuestro modelo de convivencia, para que España vuelva a recuperar el camino del crecimiento. Pero nada de todo esto se puede hacer sin una explicación coherente, sin una necesaria labor pedagógica, sin la elemental argumentación por la que se le hace llegar al ciudadano no solo el contenido de las decisiones que adopta el Gobierno, sino las razones, los motivos por los que las toma. Y en una situación excepcional como la actual, quien tiene la mayor responsabilidad de cara a la opinión pública para asumir ese papel no es otro que el comandante en jefe, es decir, Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno.

Y en una situación excepcional no basta con una rueda de prensa aprovechando que viene un líder extranjero o que se va de visita a otro país, no basta con una sesión de control en el Congreso… No, en una situación como esta Mariano Rajoy tiene la obligación moral de dirigirse a los ciudadanos de manera constante y explicarles todos y cada uno de los pasos que esta dando el Gobierno para sacarnos de esta situación, para acabar con esta guerra. “El problema es que no se lo cree, es que no se lo ha creído nunca”, me dicen fuentes del propio Ejecutivo. Pero alguna vez tendrá que darse cuenta de su error, porque de lo contrario se puede ver conducido a una crisis social que quizás sea imposible contener cuando quiera enmendarlo. 

Historiadores y economistas están bastante de acuerdo en señalar como a lo largo de la historia de la humanidad los ciclos de crecimiento y de depresión han estado intercalados por conflictos bélicos. Esto ha venido siendo así hasta hace muy poco tiempo. Bien, si abstraemos de las guerras el componente de crueldad que conllevan, y permítanme hacer este ejercicio de abstracción -siendo consciente de que es una barbaridad- para poder explicar lo que quiero explicar, y nos limitamos a analizar su componente socio-político, sin duda coincidiremos en que una guerra implica una tremenda convulsión social que provoca enormes cambios que en ocasiones afectan a toda la estructura de organización política, social y económica de las sociedades que sufren los conflictos. De hecho, es tal el terremoto que en ese orden provoca una guerra que a su fin el proceso de reconstrucción suele conducir a una etapa de crecimiento y progreso, al menos en lo económico -en lo político no siempre es así, como se demostró tras la Guerra Civil española-, y de profundos cambios sociales y de modelo de convivencia.