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Aguirre y la libertad
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Aguirre y la libertad

Ayer, un destacado dirigente socialista me decía sobre Esperanza Aguirre que “de no haber existido, habría que haberla inventado”. Y añadía: “No se que hubiéramos hecho

Ayer, un destacado dirigente socialista me decía sobre Esperanza Aguirre que “de no haber existido, habría que haberla inventado”. Y añadía: “No se que hubiéramos hecho sin ella”. Mi interlocutor, en un tono evidentemente autocrítico, me reconocía que, de alguna manera, la izquierda española había encontrado tanto en Aguirre como en José María Aznar a sus bestias negras, y la razón no era otra, añadía, que “su empeño, casi diría que obsesivo, en darnos la batalla ideológica”. Asumía también que, de alguna manera, Aguirre había conseguido desarmar algunos de los tópicos clásicos de la izquierda y asumir como propia la bandera de la libertad, tradicionalmente en manos de la izquierda porque durante mucho tiempo a la derecha se la vinculó con el franquismo.

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Es verdad que para conseguir eso el PP, de la mano de Aznar, tuvo que reinventarse como un partido de centro-reformista, lo que le llevó en algunos casos a hacer gestos hacia el centro-izquierda. Aznar abandonó ese camino en su segunda legislatura y, tras un periodo de transición después de perder las elecciones de 2004 y las de 2008, Mariano Rajoy lo retomó; eso le permitió volver al poder hace un año. Pero no se trata de juzgar ahora esa trayectoria. Lo cierto es que durante todo este tiempo, desde esa segunda legislatura de Aznar hasta nuestros días, Aguirre siempre mostró una gran independencia de criterio, que se hizo más palpable cuando las riendas del partido cayeron en manos de Rajoy.

Una vez separado el polvo de la paja, lo que realmente representa la Esperanza Aguirre que dijo, convencida, que ella nunca hubiera puesto un recurso ante el Constitucional contra el matrimonio gay es la fe en la libertad del individuo, en sus derechosLa trayectoria de los desencuentros, desde aquella famosa escena del ascensor en Génova 13 con ella y Alberto Ruiz-Gallardón como protagonistas hasta su última desavenencia a cuenta del ‘caso Bolinaga’, es larga y considerable. Es de suponer que el desgaste que ha supuesto para una persona que, en los últimos tiempos, ha sufrido más de lo normal desde el punto de vista personal, también habrá influido a la hora de inclinar la balanza del lado del abandono de la primera línea. Aguirre ha dado muchas batallas, dentro y fuera de su partido, ha perdido unas cuantas, ha ganado otras. Pero hay una que, estoy convencido, seguirá dando, desde donde le toque estar, y esa es la batalla de la libertad.

Miren, en estos días son más quienes de un modo elegante la despiden sin aspavientos y reconociendo sus méritos por encima de sus errores, pero también los hay que aprovechan la ocasión para señalarla como un referente de la derecha más conservadora, y eso no es exactamente así. Digo exactamente, porque, sin embargo, reconozco que Aguirre ha jugado al equívoco conscientemente con esa parte del electorado del PP, lisonjeando y dejándose lisonjear por sus ‘líderes mediáticos’, porque eso le convenía en términos de votos en un Madrid que en algunos casos es, en efecto, muy conservador. Pero una vez separado el polvo de la paja, lo que realmente representa la Esperanza Aguirre que dijo, convencida, que ella nunca hubiera puesto un recurso ante el Constitucional contra el matrimonio gay es la fe en la libertad del individuo, en sus derechos.

Por eso durante todo este tiempo ha dado una batalla constante por la defensa de la persona frente a la colectividad, por los derechos del individuo frente a la presión de las ideologías igualitaristas, por la fe en la iniciativa privada frente a la sobredimensión de lo público. Y ha demostrado que la defensa de esos principios es incluso más democrática y respetuosa con la pluralidad y la diversidad que lo contrario.

También en esto ha habido borrones, no vamos a negarlo: es difícil comprender el ‘ser liberal’ con el mantenimiento de un control férreo de la información en la cadena pública de televisión e incluso con la existencia misma de dicha cadena, o con la voluntad de imponer a alguien de confianza al frente de la primera entidad financiera de la región. Pero, en términos generales, en el balance de su acción política ha primado siempre esa defensa de la libertad individual, el derecho del ciudadano a escoger: a escoger colegio, a escoger su sanidad, a escoger cómo y dónde emprender un negocio… En eso consiste la esencia de la libertad, en la capacidad de elección, algo que la izquierda sin embargo niega en demasiadas ocasiones al individuo aunque, cierto es, se lo reconoce a la colectividad. Es ahí donde, por ejemplo, yo tengo mi particular discrepancia con Esperanza Aguirre: mi ‘liberalismo’ me lleva a la convicción de que todos los ciudadanos deben tener derecho a elegir hasta las últimas consecuencias, siempre dentro del marco de lo humanamente razonable.

Y esos que se llaman ‘liberales’ y difaman todas las mañanas en algunas cadenas de radio o en las páginas de algunos periódicos solo entienden esa libertad cuando afecta a quienes piensan como ellos; se la niegan al resto, y siento que a veces Esperanza Aguirre se haya visto tan estrechamente relacionada con quienes pervierten la idea de la libertad. Pero no es el momento de los reproches, sino el de los reconocimientos. Dos días después del anuncio de su dimisión me tocaba escribir unas palabras que, más allá de la interpretación política que hemos hecho ya hasta la saciedad en todo tipo de programas y columnas, alcanzaran ese aspecto de su persona que, en mi opinión, resulta más apasionante. Creo que a ella le sucede lo mismo, y por eso dudo de que este abandono, que tiene mucho que ver con hartazgo y hastío personal así como con el cansancio, sea también un abandono de esa lucha que, estoy seguro, Aguirre seguirá dando, porque la batalla por la libertad nunca tendrá fin. 

P.D.: Ayer falleció Santiago Carrillo y las redes sociales echaron fuego de nuevo, con una palabra que, sin duda, sobresalió sobre las demás: Paracuellos. En Paracuellos murió fusilado un tío abuelo mío, pero no hay ninguna clase de rencor por lo que pasó en unos momentos especialmente convulsos de la historia de España. Es eso, historia. Y para la historia quedará también la aportación de Carrillo a la Transición y a la democracia española. Eso es lo que cuenta. Descanse en paz.

Ayer, un destacado dirigente socialista me decía sobre Esperanza Aguirre que “de no haber existido, habría que haberla inventado”. Y añadía: “No se que hubiéramos hecho sin ella”. Mi interlocutor, en un tono evidentemente autocrítico, me reconocía que, de alguna manera, la izquierda española había encontrado tanto en Aguirre como en José María Aznar a sus bestias negras, y la razón no era otra, añadía, que “su empeño, casi diría que obsesivo, en darnos la batalla ideológica”. Asumía también que, de alguna manera, Aguirre había conseguido desarmar algunos de los tópicos clásicos de la izquierda y asumir como propia la bandera de la libertad, tradicionalmente en manos de la izquierda porque durante mucho tiempo a la derecha se la vinculó con el franquismo.