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Felipe y Letizia: ya nada volverá a ser lo mismo
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Felipe y Letizia: ya nada volverá a ser lo mismo

El franquismo tiene, sin duda alguna, una evidente responsabilidad en buena parte de los problemas que atraviesa este país. Al menos la tiene en origen. Me

El franquismo tiene, sin duda alguna, una evidente responsabilidad en buena parte de los problemas que atraviesa este país. Al menos la tiene en origen. Me explico: después de cuarenta años de dictadura, los padres de nuestra Constitución creyeron oportuno blindar las instituciones para evitar cualquier tentación de ir contra ellas, fuera esta o no involucionista. Ya he dicho en algún post anterior que en el origen de la corrupción que afecta a los partidos políticos está el hecho de que se les ha otorgado un enorme poder que, sin embargo, ha estado fuera de cualquier control durante mucho tiempo.

¿Por qué? Pues porque en la Transición se entendió que, después de haber estado proscritos durante cuatro décadas, los partidos políticos necesitaban reforzarse para poder ser el anclaje sobre el que se asentaba el Estado de derecho. Ese exceso de confianza en su papel se volvió en nuestra contra años más tarde, cuando, a medida que crecía su presencia política, los partidos aumentaban sus necesidades de financiación y, en fin, el resto ya lo conocen ustedes.

Con la Monarquía se fue, incluso, más lejos. Siendo conscientes los padres de la Constitución de que el sentimiento monárquico en España no goza del fervor que sí tiene en otros países, y también de que en este caso la credibilidad de la Institución iba estrechamente ligada a la figura de quien la ocupaba, es decir, del rey Juan Carlos I, optaron por mantener tanto a la Monarquía como al monarca totalmente alejados de cualquier debate político; eso se tradujo en la garantía de inviolabilidad del Rey consagrada en la Constitución y en la absoluta opacidad en cuanto a todo lo concerniente a la Casa Real.

Durante mucho tiempo se respetó ese acuerdo no escrito que iba más allá del simple no comment sobre cualquier cosa que afectara al Rey y a su familia, y que realmente suponía una férrea autocensura mediática que, en mucho casos, llegó a ser censura previa como en los mejores tiempos de la dictadura, todo ello por el bien de la democracia. Un bien, sin embargo, mal entendido, porque, casi otros cuarenta años después, con lo que nos encontramos es con una Monarquía que ha entrado en una profunda crisis de credibilidad y de respaldo social, precisamente porque esa opacidad le ha provocado un daño irreparable al mismo tiempo que en los medios de comunicación se ha levantado el veto para tratar los asuntos de la Casa Real, incluidos los más escabrosos.

Los padres de la Constitución optaron por mantener a la Monarquía y al Rey totalmente alejados de cualquier debate político; eso se tradujo en la garantía de inviolabilidad y en la absoluta opacidad en todo lo concerniente a la Casa RealNo vamos a hacer un recuento de todo lo ocurrido hasta la fecha porque es de sobra conocido, y, obviamente, ese cóctel de asuntos, que van desde la corrupción más evidente a lo sentimental, ha minado la imagen del Rey y la confianza que la sociedad tenía en la Institución, lo cual se ha unido al descrédito general de la clase dirigente entre la ciudadanía. Si a este escenario añadimos el inusitado interés de algunos sectores por acabar con el modelo que nos dimos en la Transición, la situación resulta explosiva. No es ninguna casualidad que algunas cosas que están pasando coincidan en el tiempo. Hay un objetivo claro de acabar con la Monarquía por parte de unos, incluso con el propio sistema político por parte de otros.

Más de una vez he dicho que yo no soy monárquico, pero me pasa como a Arturo Pérez Reverte: viendo los rostros de algunos republicanos, de esos que conciben la república no como una forma de Estado, sino como una cuestión ideológica, se me quitan las ganas de defenderla… Además, no creo que la solución a los problemas del país sea abrir un debate de esas características; dudo de que traiga nada bueno porque no se produciría con la suficiente serenidad… No, sinceramente, creo que la solución pasaría por algo que ya se ha venido barruntando en estas últimas semanas, y que no es otra cosa que la abdicación del Rey en favor de su hijo Felipe.

Estoy seguro, además, de que el príncipe Felipe será un buen monarca, más cercano a los ciudadanos de lo que hoy es su padre, más próximo a los jóvenes que hoy se sienten distanciados de la Institución -y de casi todas las instituciones, para qué nos vamos a engañar-, y perfectamente capaz de recoger el testigo de don Juan Carlos y seguirle dando a la Monarquía la dignidad que ahora parece que ha perdido a pesar de todo lo positivo que ha aportado al país, y que no debe olvidarse.

Pero tanto el príncipe Felipe como su esposa, la princesa Letizia, que es plenamente consciente de que su reinado está más cerca de lo que podía imaginar cuando se casó con él, deben tener en cuenta que para volver a recuperar la credibilidad que la Institución ha perdido nada puede ser igual. Eso significa que debería ser el propio Príncipe, que está actuando con mucho sentido común y serenidad, el que enarbolara la bandera de la transparencia y propusiera a los partidos políticos la elaboración de un Estatuto de la Casa Real que regulara sus actividades y evitara que volvieran a ocurrir cosas como las que hemos vivido.

De esa manera es más que seguro que la Institución volvería a recuperar el favor de la calle y no tendría éxito lo que ya es evidente: se trata de una conspiración en toda regla contra la Monarquía y contra el reinado de Felipe y Letizia, una conspiración de la que participan no sólo quienes siempre se han manifestado antimonárquicos, sino también algunos cuyos nombres sorprenderían si se vieran publicados negro sobre blanco. 

El franquismo tiene, sin duda alguna, una evidente responsabilidad en buena parte de los problemas que atraviesa este país. Al menos la tiene en origen. Me explico: después de cuarenta años de dictadura, los padres de nuestra Constitución creyeron oportuno blindar las instituciones para evitar cualquier tentación de ir contra ellas, fuera esta o no involucionista. Ya he dicho en algún post anterior que en el origen de la corrupción que afecta a los partidos políticos está el hecho de que se les ha otorgado un enorme poder que, sin embargo, ha estado fuera de cualquier control durante mucho tiempo.