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El hombre que amaba la libertad
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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El hombre que amaba la libertad

Conocí a Adolfo Suárez a mediados de la década de los ochenta, poco antes de las elecciones generales de 1986 en las que el CDS tuvo

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Conocí a Adolfo Suárez a mediados de la década de los ochenta, poco antes de las elecciones generales de 1986 en las que el CDS tuvo un resultado que lo convirtió en la tercera fuerza política del país. Fue en una especie de charla coloquio, no recuerdo si en el Ritz o en el Palace, y aunque ya sentía cierta admiración por el político que había traído la democracia a España, aquel encuentro en el que me lo presentaron personalmente, hizo aumentar mi admiración hacia él y su manera de entender la política y de practicarla.

Creo que fue entonces cuando ya me propuse escribir algo sobre quién había sido el primer presidente de la democracia, pero tardé veinte años en hacerlo y hasta el año 2006 no se publicó Pasión por la libertad. El pensamiento político de Adolfo Suárez. ¿Por qué un libro sobre el pensamiento político de Suárez? Mucha gente me hizo esa pregunta. La respuesta está en un frase de su hijo, Adolfo Suárez Illana, en el prólogo del libro: “El centrismo no es simplemente una palabra bonita, un atractivo caladero de votos moderados o un determinado modo de comportamiento en la vida pública; por encima de todo ello, el centro constituye un planteamiento político con una carga ideológica claramente definida”.

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Y me propuse desmenuzarla a lo largo de más de trescientas páginas. Para ello eché mano de la totalidad de sus discursos y de sus intervenciones, o casi –me puede haber faltado alguno, pero no lo creo–, y fui engarzando cada una de sus palabras, cada uno de sus asertos con los principios y los valores que alumbraron el liberalismo y con los presupuestos de algunos de sus más principales pensadores: John Stuart Mill, Hayek, Isaiah Berlin, Raymond Aron, Sartori, Adam Smith, Tocqueville, Rousseau… A medida que iba avanzando el sustrato ideológico del pensamiento político de Suárez se hacía más visible y al igual que ocurría con cada uno de los mencionados una idea latía con fuerza en el fondo de su alma política: la libertad.

Esa idea de libertad es la que impregna y llena de sentido el trabajo de la Transición y la elaboración de una Constitución que reconocía expresamente los derechos y libertades individuales, un trabajo que podría resumirse, en palabras del propio Suárez, en “elevar a la categoría política y normal lo que, a nivel de calle, era ya, simplemente, normal”. Y lo que ya era normal en la calle después de cuarenta años de dictadura era el acuerdo, el pacto… El consenso. La idea liberal del consenso es muy específica porque “no trata de forzar unanimidades, sino de lograr acuerdos libres y responsablemente asumidos por las fuerzas políticas y por las instituciones representativas”, decía Suárez, para quien “no era la dialéctica del enfrentamiento, resuelta por la imposición de la mayoría numérica, sino la práctica del consenso sobre las cuestiones fundamentales del Estado, la que podía asentar con firmeza las bases de una democracia moderna”.

La gran aportación ideológica de Adolfo Suárez puede resumirse en dos palabras: centro progresista. El centro como inspirador de la reforma y el progresismo como expresión máxima del liberalismo

Solo era posible alcanzar el ideal de libertad sobre la base de un consenso que permitiera el primer gran paso de la Reforma política que era la Constitución Española de 1978, una Constitución que bebía de los orígenes de aquella otra de 1812, la gran Constitución Liberal que dio España al mundo. Pero el camino no acababa ahí y el propio Suárez explicaba que “España es en el presente un país democrático –primer objetivo del centrismo–, pero está aún lejos de ser un país moderno –segundo gran objetivo–, cuya consecución comporta un conjunto de reformas profundas sólo realizables con sentido abierto e integrador”, un sentido abierto e integrador que conformaba una de las características más esenciales del liberalismo y, como un servidor escribía a continuación, “esa apuesta por una sociedad abierta, profundamente tolerante, forzosamente democrática y apasionadamente libre, solo podía contenerse en la raíz y en el cuerpo de un partido reformista, liberal y progresista”.

La gran aportación ideológica de Adolfo Suárez puede resumirse en dos palabras: centro progresista. El centro como inspirador de la reforma y el progresismo como expresión máxima del liberalismo, única ideología que de verdad ha aportado progreso a la sociedad y al ser humano al tiempo que lo dotaba de la más absoluta libertad. El centro es “el lugar de concordia y esperanza” que siempre buscó Suárez para todos aquellos que creen en la libertad “como valor supremo” y añadía que “es progresista todo lo que contribuye a que haya más libertad, a que los derechos humanos estén mejor garantizados y sean más efectivos, a que las instituciones sean más democráticas y más participativas, a que el pluralismo se desarrolle, a que el poder esté más distribuido y descentralizado, y a que la igualdad de oportunidades y la igualdad en el bienestar social estén cada vez más universal e íntegramente asegurados”.

Esta es la gran aportación ideológica de Suárez a la España moderna, y no se ha perdido. Está ahí, en sus escritos y en sus discursos, y nos sigue sirviendo como referente para todos aquellos que creemos en la libertad y en una sociedad democrática abierta y tolerante. Esto es, para mi, lo esencial de su legado, una enseñanza que marcó su vida, en la que por supuesto hubo muchos aciertos y algunos errores, pero que fue un ejercicio constante de entrega y de servicio al bien común y de amor a su país y a la libertad de todos y cada uno de sus ciudadanos.

Conocí a Adolfo Suárez a mediados de la década de los ochenta, poco antes de las elecciones generales de 1986 en las que el CDS tuvo un resultado que lo convirtió en la tercera fuerza política del país. Fue en una especie de charla coloquio, no recuerdo si en el Ritz o en el Palace, y aunque ya sentía cierta admiración por el político que había traído la democracia a España, aquel encuentro en el que me lo presentaron personalmente, hizo aumentar mi admiración hacia él y su manera de entender la política y de practicarla.

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