Loading

Loading

Rajoy, más solo que la una
  1. España
  2. Dos Palabras
Federico Quevedo

Dos Palabras

Por

Rajoy, más solo que la una

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, había empeñado su palabra en que no se votaría el día 9 de noviembre en Cataluña, y se ha votado.

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (EFE)

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, había empeñado su palabra en que no se votaría el día 9 de noviembre en Cataluña, y se ha votado. Es cierto que lo que vimos el domingo ha sido una farsa incalificable, y que de hecho ha tenido una escasa repercusión internacional, entre otras cosas porque estaba todavía muy próxima la experiencia escocesa, que sí fue seria. De no haber existido ese antecedente, a lo mejor el paripé del domingo habría tenido algo más de eco fuera de nuestras fronteras, pero para cualquier observador serio lo que ocurrió en Cataluña se asemeja más a una de esas patochadas típicas de las repúblicas bananeras que a una votación democrática.

Pero se votó, y en definitiva eso era lo que querían conseguir los partidarios de la consulta y de la independencia. De hecho, el resultado –solo lo ha hecho un tercio de los catalanes con derecho a ello, teniendo en cuenta que se había ampliado la edad para ir a las urnas a los 16 años, y el resultado final deja en un exiguo 25% el porcentaje de independentistas, o sea, lo que ha habido siempre– les ha dado igual a pesar de que en sí mismo supone un fracaso de las tesis soberanistas. Lo que importaba era votar y alimentar con ello la farsa sentimental de la independencia.

¿Se podía haber evitado? Es probable, pero hacerlo desde la soledad en la que se encuentra el presidente del Gobierno suponía un riesgo demasiado elevado. Con esto no quiero decir que hacer cumplir la ley sea un riesgo: el problema no está en hacer cumplir la ley, sino en la proporcionalidad de los medios que se utilicen para ello. Rajoy estaba solo el domingo. Lo lleva estando en este asunto desde hace tiempo, porque las demás fuerzas políticas o han renunciado a la defensa de la cordura o utilizan el enfrentamiento con el nacionalismo como forma de crecer electoralmente. Pero el presidente del Gobierno no puede hacer ni eso ni lo contrario: está obligado a hacer cumplir la ley y, al mismo tiempo, a no poner en riesgo la convivencia en una Cataluña ya de por sí fracturada por culpa del delirio de Artur Mas.

Es cierto, no vamos a negarlo, que el Estado de derecho falló el domingo en Cataluña, pero también lo es que el Estado de derecho lleva fracasando en Cataluña desde hace muchos años: falló con Suárez, falló con González, falló con Aznar, falló con Zapatero y ahora falla con Rajoy. Solo un amplio acuerdo de todas las fuerzas políticas, al menos de las dos principales, podría hacer que el Estado de derecho recuperara el terreno que lleva perdiendo durante décadas en aquella comunidad autónoma, y ese pacto hoy por hoy parece imposible.

Pero si Rajoy, que es el presidente del Gobierno que ha tenido que enfrentarse probablemente a los mayores desafíos políticos de estos ya cerca de cuarenta años de democracia –la peor crisis económica, a punto de colapsar el país y de llevarlo al rescate, el desafío independentista catalán y el clima insoportable de desafección política por culpa de la corrupción–, ha estado solo durante este tiempo, el domingo lo estuvo más que nunca porque ya no es que ni contaba ni con el PSOE –ausente por incomparecencia– ni con el resto de las fuerzas políticas –empeñadas en obtener rédito electoral de esta crisis–, sino que además lo estaba porque incluso las instituciones que debían haber cerrado filas con el Gobierno –el Tribunal Constitucional y la Fiscalía optaron por dejar hacer. Y lo estaba incluso dentro de su propio partido, donde empieza a ser un clamor el cuestionamiento de la actitud del presidente.

¿Qué opciones tenía Rajoy? Pocas, o ninguna. Cualquier decisión de obligar a cerrar los colegios y retirar las urnas podría haber conllevado altercados, y eso sí que hubiese tenido una negativa repercusión internacional. Y al final se ha votado. ¿Hubo pacto previo? Me dicen, y lo creo, que no, y que de hecho Rajoy solo confiaba el domingo en la cordura de un Artur Mas que siempre había dicho que no haría nada fuera de la ley y, sin embargo, incumplió su palabra. ¿Qué puede hacer ahora el Gobierno? Lo que está haciendo, es decir, instar a las instituciones a que decidan si hubo delito o delitos varios tanto en la jornada del domingo como en las previas –prevaricación, malversación de caudales públicos…– y quiénes son los culpables de los mismos.

Y, al mismo tiempo, abrir una vía de diálogo para intentar dar una salida a lo que difícilmente la tiene si Artur Mas sigue enrocado en su ensoñación. Pero algo tiene que hacer Rajoy, y su Gobierno, porque lo del domingo, unido a todo lo que viene pasando desde hace varias semanas con la corrupción, está hundiendo la moral de la tropa, de su tropa, y se acercan batallas importantes en las que el PP podría perder todo el poder que ahora acumula y acabar convirtiéndose en una anécdota. Ha habido quien ha comparado la situación del PP con la del final de la UCD… Hasta ahora no veía las similitudes, pero empiezan a ser muy evidentes.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, había empeñado su palabra en que no se votaría el día 9 de noviembre en Cataluña, y se ha votado. Es cierto que lo que vimos el domingo ha sido una farsa incalificable, y que de hecho ha tenido una escasa repercusión internacional, entre otras cosas porque estaba todavía muy próxima la experiencia escocesa, que sí fue seria. De no haber existido ese antecedente, a lo mejor el paripé del domingo habría tenido algo más de eco fuera de nuestras fronteras, pero para cualquier observador serio lo que ocurrió en Cataluña se asemeja más a una de esas patochadas típicas de las repúblicas bananeras que a una votación democrática.

Mariano Rajoy Artur Mas