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Un gobierno a prueba
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Un gobierno a prueba

Como para ilustrar la verdad de que las alegrías del político son escasas y cortas, Rajoy ha pasado directamente de la exaltación congresual, tan merecida como

Como para ilustrar la verdad de que las alegrías del político son escasas y cortas, Rajoy ha pasado directamente de la exaltación congresual, tan merecida como inane, a padecer el acoso de la calle, las amenazas de unos aventureros que algunos pretenden presentar como inocentes jovenzuelos en plena edad mocosa, el acoso sindical, y una rotunda descalificación de todo lo poco que queda en pie del socialismo y de la izquierda. Si el Supremo puede ser tildado de fascista por una sentencia, se trata de poner contra las cuerdas al Gobierno, no sea que acabe creyendo que una mayoría parlamentaria signifique algo, sin ser de izquierdas.

Lo importante no es ni lo que ha pasado ni lo que se supone que pueda pasar, sino si el Gobierno va a acertar a responder inteligentemente a unos desafíos tan inadecuados, tan intemperantes, tan precipitados y tan histéricos. La regla de oro debiera ser muy sencilla: si buscan que el Gobierno pierda los nervios, habrá que mantener la calma y el ánimo impasible. Eso es lo que el Gobierno está haciendo más allá de algunos deslices verbales fruto de la bisoñez, algo que se cura con cierta rapidez a nada que se tenga un mínimo de espíritu crítico.

Llama la atención el escaso aprecio que hacen de la calidad y el peso del Gobierno los estrategas de un acoso tan prematuro como impetuoso. Lo normal será que se lleven un chasco bastante grande a no mucho tardar, porque es de esperar que el Gobierno no se mueva ni un milímetro del programa trazado, y que el público advierta con extrema rapidez el gato encerrado en esta intentona de guerra relámpago. Si el PSOE se piensa que de este modo va a recuperar algo de la prestancia perdida está en un grave error. Este es tal vez el aspecto más preocupante de los recientes episodios, la ligereza de criterios de Rubalcaba, la nueva jefa de la cocina de Ferraz o del señor Madina y la nueva portavoz parlamentaria, una Soraya, por si cuela la comparación. Desde lo del caso Blanco no se recuerda en los anales parlamentarios una exageración tamaña, y eso que aquella vez los grises le arrearon estopa a un don Jaime socialista cántabro.  

La regla de oro debiera ser muy sencilla: si buscan que el gobierno pierda los nervios, habrá que mantener la calma y el ánimo impasible. Eso es lo que el gobierno está haciendo más allá de algunos deslices verbales fruto de la bisoñez, algo que se cura con cierta rapidez a nada que se tenga un mínimo de espíritu crítico

Se ve que los dirigentes socialistas no están todavía en condiciones de pensar en lo que les ha pasado, porque bastaría un adarme de reflexión para caer en la cuenta de que si algo no necesita el futuro del socialismo es demagogia e improvisación, tratar de seguir viviendo del cuento de las perversidades de la derecha cuando, resulta que al país le da por votarla mayoritariamente y en todas partes, o casi, al menos de momento.

Es posible que esta paliza en los lomos de un Gobierno a sonrisa batiente por lo de Sevilla les haga caer en la cuenta de lo inútiles que resultan ciertas cautelas y de la urgencia de algunas cuestiones pendientes, como remozar una televisión capaz de dedicar cinco o seis veces más espacio a un funeral como el del congreso socialista que a la  exaltación rajoyana y cospedalesca, puestos a comparar.

Hay un gen sectario en la política española que habría que neutralizar para que podamos razonar con una cierta libertad y algo de sosiego y objetividad. El gen afecta a todos, pero en el caso de la izquierda su efecto se ve potenciado por la mezcla con otros cuadros patológicos, por una creciente sensación de desamparo, y por una falta de claridad respecto a los orígenes de sus males, y esa confusión siempre da en pensar que algo marcha mal en la democracia cuando resulta que gana la derecha, y más si es por mayoría, y se atreve a hacer cosas que guarden alguna relación con su programa.

Es realmente sorprendente que sin haber transcurrido ni siquiera los proverbiales cien días de gracia, se pretenda zarandear al Gobierno y que Rajoy presente su  renuncia, por radical. La izquierda parlamentaria, si pretende continuar siéndolo, debiera considerar con calma su papel en todo este proceso, y poner en cuestión el esquema según el cual cuando ella gobierna, los sindicatos se han de limitar a hacer  seguidismo, mientras que, cuando gobierne la derecha, haya de entregarse a los piquetes sindicales y antisistema, a los pelotones antigubernamentales. Si pretenden recuperar voto ciudadano con esta estrategia es que no hacen ni puñetero caso de sus sociólogos, gente competente.

La serenidad parece una de las virtudes del nuevo presidente y, por tanto, sabrá tomarse estos golpes con la debida distancia, aunque sin dejar que los aspirantes a Che se crean que todo el monte es orégano. Pero, además, deberá acelerar las reformas porque está claro que sus rivales políticos no están en condiciones de apreciar delicadezas. Si acierta, tendrá mejores soportes cuando tenga que afrontar la irritación de las gentes de bien que se desesperan por la tardanza del cambio de ciclo, por lo mucho que se demoran las vacas gordas. Justamente por eso es mejor apretar el acelerador a fondo, ahora que las protestas operan en un clima de expectación y de incredulidad.

*José Luis González Quirós es analista político

Como para ilustrar la verdad de que las alegrías del político son escasas y cortas, Rajoy ha pasado directamente de la exaltación congresual, tan merecida como inane, a padecer el acoso de la calle, las amenazas de unos aventureros que algunos pretenden presentar como inocentes jovenzuelos en plena edad mocosa, el acoso sindical, y una rotunda descalificación de todo lo poco que queda en pie del socialismo y de la izquierda. Si el Supremo puede ser tildado de fascista por una sentencia, se trata de poner contra las cuerdas al Gobierno, no sea que acabe creyendo que una mayoría parlamentaria signifique algo, sin ser de izquierdas.