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Falta ejemplaridad en la sima del desencanto
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Falta ejemplaridad en la sima del desencanto

En la transición se habló abundantemente del desencanto, término tomado de la película de Chávarri (1976) sobre Panero que describía muy bien la actitud de quienes

En la transición se habló abundantemente del desencanto, término tomado de la película de Chávarri (1976) sobre Panero que describía muy bien la actitud de quienes todavía no habían alcanzado el poder político. El dictamen fue seguramente prematuro, pero así fueron las cosas. Luego, los largos años felipistas contribuyeron a que la sensibilidad pudiese ser un poco menos estrábica, tampoco mucho, y los ocho años de Aznar, que terminaron de manera tan abrupta, dieron paso a una nueva posibilidad para las almas bellas que fue no muy hábilmente satisfecha por el lirismo zapateril, con un resultado que es difícil ignorar. El 15M fue el colofón de ese fracaso, aunque haya servido también, una vez más, para difuminar las causas del desasosiego. 

Con España en una profunda crisis, tanto desde el punto de vista de los contables como desde el de los poetas, el gobierno de Rajoy parece estar intentando una gran cirugía con pocas y confusas explicaciones, sin anestesia, o con lenitivos muy elementales, y bajo la amenaza de una pandemia poco conocida. Como es lógico, el probable resultado de la operación no es de los que conciten unanimidad y, en consecuencia, estamos en una situación que podía parodiarse recordando el chiste de los miles de gallegos, con perdón por la incorrección política, llorando por sentirse perdidos en medio de una meseta sin horizonte.

Aunque sea someramente descrito, este estado colectivo de ánimo no es cosa nueva. Se repite mucho, y por algo será, lo que escribió Ortega: lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa. A este diagnóstico, casi convertido en signo de identidad, se añade ahora una alusión, un tanto oportunista y confusa, a una supuesta crisis de valores, expresión que suena más creíble cuando la bolsa no tintinea.

No sería lógico tratar de remediar ese supuesto mal tan aparentemente extendido, y menos con un par de observaciones, pero me atreveré a ensayar un argumento que suele tener poca audiencia, entre otras cosas porque la izquierda lo viene desconsiderando desde los ya muy lejanos tiempos de Marx.

Es muy difícil que nada funcione bien si quienes proponen las fórmulas de arreglo no hacen lo que dicen, sino muy otra cosa, en español llano, sin ejemplaridad, un bien del que andamos realmente muy escasos. Distinto sería si nuestros problemas se pudieran arreglar con triquiñuelas, mas no es el caso. Pondré ejemplos, para no ir más lejos, de la semana en curso. Uno de la justicia: ¿cómo puede pretender respeto si los jueces pueden malversar ateniéndose a un fuero impresentable? ¿Cómo es posible que el ministro del ramo declare que el episodio fortalece a su lamentable protagonista?

Es cierto que el Gobierno no ha sido elegido para ejemplarizar, pero debería saber que nuestros problemas son algo más complejos que los contables, y que la confianza, sobre todo cuando se ha obtenido por contraste, por hastío hacia el poeta titular, tarda muy poco en desvanecerse

Un segundo de las haciendas: ¿cómo puede ser que la hacienda de todos, según eslogan del primer Fernández Ordóñez, sea piadosa con el más rico a la vez que estruja de forma inmisericorde a todos los demás? Se ha corrido también por la red que uno de nuestros archimillonarios solo ha pagado 49,65 euros  en su declaración de la renta; no puedo saber si es verdad, pero sí que el rumor es indicativo de un estado de ánimo general que no permite la menor esperanza en que los españoles vayan a tomarse como un deber cumplir con el fisco.

Un tercer ejemplo: la huelga de la enseñanza: ¿cómo es posible que quienes saben mejor que nadie cuáles son los defectos del sistema pretendan echarle la culpa a una supuestamente escasa financiación? Si quienes han de enseñar son catedráticos de hipocresía, es fácil imaginar cuál vaya a ser la especialidad de los discentes, ignorancia supina y  rostro de pedernal.

Por último: ¿cómo pretenden los partidos que mejoren las instituciones si ellos solo dan ejemplo del mayor secretismo, de permitir únicamente una fidelidad perruna, de defensa numantina de sus corruptos, y de mantener una opacidad total respecto a sus dineros y sus prácticas? Y todo ello por no mencionar a la Corona que, al menos, ha tenido recientemente la astucia de ensayar un gesto torero, es decir que se da cuenta del hartazgo infinito, del brutal desencanto  del pueblo soberano.

Es cierto que el Gobierno no ha sido elegido para ejemplarizar, pero debería saber que nuestros problemas son algo más complejos que los contables, y que la confianza, sobre todo cuando se ha obtenido  por contraste, por hastío hacia el poeta titular, tarda muy poco en desvanecerse. Tendrá amplio panorama de trabajo por delante si no vacila en aplicar a los suyos, a la barroca, insostenible y antinacional estructura del poder político, las medidas sanatorias, si se atreve a atacar los males allí donde se originan, y deja de aplicar emplastes a las heridas más superficiales. No muchos confían siquiera en que vaya a intentarlo, pero si no lo hiciere pasará a la historia como el gobierno que ha perdido la más alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros, con perdón de don Miguel de Cervantes y de Lepanto, que tampoco fue manca.

*José Luis González Quirós es analista político

En la transición se habló abundantemente del desencanto, término tomado de la película de Chávarri (1976) sobre Panero que describía muy bien la actitud de quienes todavía no habían alcanzado el poder político. El dictamen fue seguramente prematuro, pero así fueron las cosas. Luego, los largos años felipistas contribuyeron a que la sensibilidad pudiese ser un poco menos estrábica, tampoco mucho, y los ocho años de Aznar, que terminaron de manera tan abrupta, dieron paso a una nueva posibilidad para las almas bellas que fue no muy hábilmente satisfecha por el lirismo zapateril, con un resultado que es difícil ignorar. El 15M fue el colofón de ese fracaso, aunque haya servido también, una vez más, para difuminar las causas del desasosiego.