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Al borde del abismo, o de la solución
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Al borde del abismo, o de la solución

La situación española ha llegado a ser tan grave que hasta los más acostumbrados al eufemismo han debido reconocerlo. Con no mucha vista, el Gobierno ha

La situación española ha llegado a ser tan grave que hasta los más acostumbrados al eufemismo han debido reconocerlo. Con no mucha vista, el Gobierno ha pretendido refugiarse en el cumplimiento de las tareas encomendadas para reclamar a terceros una solución de nuestras angustias. Ahora bien, al actuar así, el Gobierno ha apretado el dogal que a todos nos oprime, y lo ha hecho sin tener garantía de que alguien vaya finalmente a liberarnos. Este empeño en jugar al borde del abismo puede tener sus méritos, pero no garantiza nada, hasta el punto de que abundan las personas bien informadas que pronostican, frente a todos los G-20, que una intervención formal y rigurosa de nuestra economía podría acabar siendo una salida airosa del callejón en que nos encontramos, porque el futuro ya no parece depender de nuestras decisiones.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Parece evidente que el Gobierno de Rajoy ha cometido un error muy de bulto, tanto a la hora de diagnosticar nuestros problemas como en lo que se refiere a la valoración de las posibilidades lógicamente existentes, esto es, a la hora de calcular lo que harían los demás, los mercados y Alemania. Desde que una auditora se negó a avalar el tipo de cosas que había venido firmando, se desencadenó un proceso que nadie parecía haber previsto. La única explicación razonable del parón al plan Bankia está en un hartazgo del BCE y de la señora Merkel que, según la prensa alemana, había advertido a Zapatero en más de una docena de ocasiones sobre la urgencia de acabar con este problema en particular. Al no hacer caso a advertencias tan rotundas, se han puesto en marcha procesos que limitan gravemente nuestra soberanía y la capacidad de maniobra de cualquier gobierno.

Solo un cambio muy hondo de política podría modificar las variables sobre que se plantean las posibles alternativas, pero no parece que esta sea la estrategia que el Gobierno está contemplando, de momento. A la espera de que no nos hunda la prima de riesgo, y de que se concreten los vaporosos planes de ayuda de nuestros socios, presuntamente preocupados por su propia salvación, el Gobierno parece apostar por una especie de quietismo inexplicable.

Si nos expulsasen de Europa, ¿habría alguien que pensase que la reforma laboral, la subida de impuestos y el recorte salarial debieran haber sido las medidas adecuadas para evitarlo?

Como un boxeador arrinconado, el Ejecutivo espera que suene el gong para perder por puntos, o que ocurra un milagro extremadamente improbable. ¿Es verdad que no hay nada que hacer, que ya se ha hecho todo? No, por cierto. Si el Gobierno tuviese información fiable sobre que, finalmente, Alemania vaya a aflojar el puño que tiene firmemente cerrado, podría entenderse, al menos en parte, la actitud de Rajoy, pero es muy de temer nadie tenga la menor de las certezas al respecto. Mucha apuesta, pues, para una probabilidad tan difícil de estimar.

Tal vez el error más de fondo de este Gobierno haya sido plantear un problema tan extraordinario, la quiebra fiscal y la amenaza de ruina de todo el sistema político, como si se tratase de un asunto ordinario, como si, en realidad, no fuese para tanto. Este error, si es que acaba por serlo de manera dramática, significaría un fracaso histórico de proporciones escandalosas. España lleva nada menos que desde mediados de la década de 1950, hace más de sesenta años, tratando de aproximarse a una Europa que ahora podría hacernos salir por la puerta de atrás, expulsarnos del paraíso prometido. Si eso acabare por suceder, ¿habría alguien que pensase que la reforma laboral, la subida de impuestos y el recorte salarial debieran haber sido las medidas adecuadas para evitarlo?

Cualquier buen español, y cualquier europeo medianamente consciente, desea fervientemente que se salve el euro, que es la fórmula piadosa para nombrar un fracaso tan estrepitoso, pero ¿hacia dónde mirará si finalmente hubiéremos de volver a la peseta? Muchos se niegan siquiera a contemplar este panorama como una posibilidad razonable, pero es porque la lógica les da casi tanta risa como le producía al poético Zapatero. Los alemanes pueden haber hecho números y estar cercanos a la certeza de que su opción mejor es acabar con algo que no muestra signos de arreglo.

Por si acaso esta posibilidad fuese mínimamente probable, y puede que no sea nada inverosímil, el Gobierno debería estar haciendo todo lo posible por evitarlo, y en esta estrategia pueden jugar un papel determinante los gestos serios y la determinación de poner orden y concierto en unas cuentas públicas disparatadas, en un Estado inviable. Pero nada de eso parece en la agenda nacional, y hasta se dice que un tipo listo anda estudiando lo que habría que hacer cuando estemos en el reino de la peseta, como si ese tal fuese a continuar en el despacho al minuto siguiente de concretarse el desastre.

Queda poco tiempo, en cualquier caso, para que esta crisis deje de serlo, y se cree un escenario completamente nuevo. Crucemos los dedos deseando que este Gobierno tan proclive a la pasividad, acierte en sus pronósticos, que haya una solución, pero el abismo está a la puerta y esperando.

*José Luis González Quirós es analista político

La situación española ha llegado a ser tan grave que hasta los más acostumbrados al eufemismo han debido reconocerlo. Con no mucha vista, el Gobierno ha pretendido refugiarse en el cumplimiento de las tareas encomendadas para reclamar a terceros una solución de nuestras angustias. Ahora bien, al actuar así, el Gobierno ha apretado el dogal que a todos nos oprime, y lo ha hecho sin tener garantía de que alguien vaya finalmente a liberarnos. Este empeño en jugar al borde del abismo puede tener sus méritos, pero no garantiza nada, hasta el punto de que abundan las personas bien informadas que pronostican, frente a todos los G-20, que una intervención formal y rigurosa de nuestra economía podría acabar siendo una salida airosa del callejón en que nos encontramos, porque el futuro ya no parece depender de nuestras decisiones.