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A propósito de Rubalcaba: una defensa indirecta
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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A propósito de Rubalcaba: una defensa indirecta

 Con motivo de los malos resultados del PSOE en las elecciones gallegas y vascas han abundado los comentarios a propósito de posible dimisión de Rubalcaba, como

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Con motivo de los malos resultados del PSOE en las elecciones gallegas y vascas han abundado los comentarios a propósito de posible dimisión de Rubalcaba, como si tal fuese el problema del PSOE, como si eso pudiera servir para algo. ¿Cuál es, pues, el problema real del PSOE? No es muy distinto del que afecta al PP, aunque ahora se esfume en un segundo plano, porque sus resultados le son menos adversos. El problema general de los partidos españoles es que no están siendo eficaces para hacer que la democracia se convierta en una atmósfera intelectual y moral que sea capaz de acabar con los peores hábitos de la sociedad española, con la hipocresía, la mediocridad, el amiguismo, la corrupción, la incompetencia, la falta de iniciativa, y el fulanismo, para no entrar en mayores.

Nuestros grandes partidos, en lugar de crear una dinámica capaz de combatir esas lacras, se han convertido en sus beneficiarios, en grandes palancas de administración y fortalecimiento de la ineficiencia, la pasividad y la inmoralidad. Los partidos, al dedicarse a decir a los españoles que no hay alternativas, que o nosotros o el caos, han minimizado el potencial de cambio social que podría haber traído la democracia, ahogándolo en el sectarismo, la pura bipolarización y el olvido de los problemas reales del la sociedad española a favor de las estrategias de muy corto plazo y exclusivo interés de los grandes partidos: los españoles se han dado cuenta de este proceso, pero no son capaces de adivinar cuál pueda ser la solución. ¡Ah! se puede decir, ¿y entonces por qué votaron al PP? La razón es bastante simple, el desastre de Zapatero estuvo a punto de enterrar al PSOE, y la sociedad tiene miedo al vacío, de manera que más que votar al PP se votó contra el PSOE, y todavía no ha pasado tiempo suficiente para entrar en una nueva fase.

La causa de la profunda postración política del PSOE reside en que todavía no se adivina si ese partido va a ser capaz de volver a representar a la mitad, por lo menos, de la sociedad española, tras el divorcio al que le ha forzado la política frívola, inconsecuente y demagógica de su anterior líder

La causa de la profunda postración política del PSOE reside en que todavía no se adivina si ese partido va a ser capaz de volver a representar a la mitad, por lo menos, de la sociedad española, tras el divorcio al que le ha forzado la política frívola, inconsecuente y demagógica de su anterior líder. Su gran prueba estará en si ese partido es capaz de convertirse en un partido del futuro y no del ayer ni del anteayer. Es claro que el intento de renovación de Zapatero ha acabado como el rosario de la aurora, y es comprensible que alguien como Rubalcaba, que recuerda tanto al felipismo como al zapaterismo, sea el encargado de poner en marcha la recuperación política, no porque el felipismo sea la solución, sino porque necesariamente hay que volver a ese punto de partida para deshacer los gravísimos errores de las últimas legislaturas, algo muy parecido a lo que le podrá pasar al PP si no aciertan a rectificar a tiempo su política social, por emplear el calificativo que no se le cae de la boca a suministro de Hacienda.

Esta vuelta sobre sus pasos para iniciar una nueva andadura es algo que tendrán que hacer, que se deben y nos deben. Tienen que reencontrarse con su historia, dejar de llevarle la contraria, sin disimular esa condición española que siempre estuvo con orgullo en su nombre, y que, al parecer, les ha arrebatado tontamente el franquismo. No pueden ser traidores a su historia, olvidándose de su origen socialmente humilde, ni a su orientación política, sin confundirla con ningún oportunismo. Zapatero se despidió del gobierno indultando a un banquero condenado por delito firme, no amnistiando a un sindicalista o a un parado, de manera que esa extraña alianza entre verborrea radical y amistades financieras debería desaparecer de su programa, para siempre, y, con ello, tal vez se pongan en condiciones de erradicar la corrupción que tan ricamente se ha encarnado en sus cuadros, a ver si con eso consiguen que les imite esa derecha tan proclive a seguirles sin mayor motivo.

Un partido socialista, es decir de izquierdas, que defienda a los más débiles, es decir, obrero y español, cosa que no debiera requerir muchas explicaciones, es realmente una necesidad, pero ahora carecemos de tal cosa. Tenemos un partido más o menos radical en cuestiones, digamos, culturales, muy propicio a convertirse en una secta clerical, estrecha y dogmática, entregado por razones del todo incomprensibles a los intereses de los enemigos históricos de la unidad de la nación española, y que no ha sabido desmarcarse de alianzas sociales sospechosas, tal vez útiles para mangonear, pero que nunca han hecho realmente nada porque nuestra patria sea políticamente libre y socialmente próspera. Tienen que ponerse a pensar en serio lo que pretenden, dejarse de repetir mantras gastados, y renunciar a las rentas fáciles por oponerse a una derecha que, en buena medida, ya no existe, para combatir con eficacia e inteligencia las amenazas reales al bienestar de los más. Si Rubalcaba se atreve con esta enorme tarea, pasará a la historia. De lo contrario, también pasará, pero con bastante menor brillo. 

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Con motivo de los malos resultados del PSOE en las elecciones gallegas y vascas han abundado los comentarios a propósito de posible dimisión de Rubalcaba, como si tal fuese el problema del PSOE, como si eso pudiera servir para algo. ¿Cuál es, pues, el problema real del PSOE? No es muy distinto del que afecta al PP, aunque ahora se esfume en un segundo plano, porque sus resultados le son menos adversos. El problema general de los partidos españoles es que no están siendo eficaces para hacer que la democracia se convierta en una atmósfera intelectual y moral que sea capaz de acabar con los peores hábitos de la sociedad española, con la hipocresía, la mediocridad, el amiguismo, la corrupción, la incompetencia, la falta de iniciativa, y el fulanismo, para no entrar en mayores.