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Plomo en las alas
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Plomo en las alas

Pocas veces se ha asistido a un desmoronamiento de las expectativas políticas tan intenso como el que afecta al PP. Aunque conserve cierta ventaja sobre el

Pocas veces se ha asistido a un desmoronamiento de las expectativas políticas tan intenso como el que afecta al PP. Aunque conserve cierta ventaja sobre el PSOE, no debería engañarse, pero ya decía Pemán que mal de muchos, consuelo de gobernantes. Rajoy ha admitido recientemente que ha incumplido el programa electoral con el que ganó las elecciones, pero se ha puesto solemne para afirmar que lo ha hecho a cambio de cumplir con su deber, una especie de exigencia moral que nace de considerar que la política nada tiene que ver con las ideas, extraña dolencia que no es nueva en España.

Esta conversión del PP en un agente oportunista puede considerarse como una novedad o, por el contrario, ser vista como consecuencia de carencias previas, porque lo que está pasando depende de decisiones muy equivocadas, pero muy claras. Desde que Rajoy decidió desprenderse de cualquier atadura que pudiera sonar a algo distinto al puro sometimiento a su voluntad, el PP empezó a separarse de sus fuentes de inspiración y a ganar esa extraña libertad de criterio de la que ha hecho gala un Gobierno que desde el primer momento, y con la debilísima excusa de un desarreglo contable, decidió que había que hacer lo contrario de lo que todo el mundo le suponía, de lo que esperaban sus votantes. Basta recordar el encontronazo con María San Gil o la baja de José Antonio Ortega Lara, y ver a esa luz lo que han hecho con Bolinaga o el batacazo electoral en el País Vasco. 

Cuando un partido emprende este camino tiene que sustituir la fidelidad a sus ideas y sus votantes por la férrea disciplina interna. Aunque no haya sido esa la intención deliberada, en la práctica se pretende construir un partido monolítico, ahuyentar el más ligero adarme de opinión libre en su interior e imponer una solidaridad cuasi mafiosa. Como esa operación es tan antinatural, hace falta construir un enemigo externo distinto al tradicional, encontrar a uno o varios supuestos traidores para echarles la culpa de cuanto altera el disfrute de la mayoría. Incluso en el PP, con una tradición escasamente proclive a la gresca, es fácil encontrar a quien colgar ese sambenito y los marianistas no se han recatado en señalar.

El PP no puede fingirse sometido a una campaña para concitar el apoyo de sus bases, al tiempo que se ha ganado su desafección al ir directamente contra ellas

En el frente externo se cuenta con el inapreciable apoyo de un PSOE dispuesto a cometer muchos más errores de los que podría imaginar su peor enemigo: hasta en esto está imitando el equipo de Rajoy el proceder de Zapatero, que siempre confió en la inagotable capacidad del PP para sacarle de los charcos. Sin embargo, para continuar con esa doble estrategia Rajoy va a tener dificultades muy graves. En primer lugar la profunda decepción de sus electores más fieles a un ideario político preciso, el hartazgo que su política, y no sólo su gestión, está ocasionando en quienes no ven el bien absoluto en que sea el PP quien gobierne, sino que creen que lo importante es que se gobierne conforme a las ideas por las que ellos han apoyado al PP. 

Se trata de un sector tal vez minoritario pero muy influyente, el de aquellos electores a los que Aznar, a quien muchos marianistas se refieren como si se tratase de la causa de todos los males, les permitió creer que al fin podrían los españoles contar con un centro derecha con ideas y rotundamente distinto a esa izquierda envejecida con la que tienden a confundirse los ignaros oportunistas que se creen conservadores.

Como decía Pío Cabanillas, hay dos cosas que es imposible hacer a un tiempo en política: soplar y sorber. El PP no puede fingirse sometido a una campaña para concitar el apoyo de sus bases (soplar), al tiempo que se ha ganado su desafección al ir directamente contra ellas en terrorismo, política fiscal, tibieza reformista, ausencia de ambición nacional y la renuncia a alterar mínimamente los cambios legislativos efectuados por el zapaterismo (sorber). Puede que la gente acepte durante algún tiempo la añagaza de la supuesta trampa de los supuestos pagos en B y hasta que se distraiga más de medio minuto echando un vistazo al IRPF de Rajoy, porque al público del PP le puede resultar divertido ver a cierto periódico en apuros, pero no podrán olvidar el cuidadoso trato dispensado al señor Bárcenas durante bastante más de un año, ni el hecho de que haya podido amasar un fortunón mientras líderes tan fuera de sospecha tenían buen cuidado en mantener una declaración de Hacienda presentable. 

Tampoco es fácil de olvidar que la ministra protegida por el señor Rajoy pretenda ampararse en un feminismo de oportunidad para explicar sus repetidos despistes con los gastos domésticos, imaginativa estrategia que, por cierto, le tumba su exmarido al declararla completamente libre de sospecha, madre ejemplar enteramente ajena a las oscuridades contables de cualquier gran familia. Tendrán la conciencia tranquila, pero llevan en las alas suficiente plomo como para que un instinto primario les indique que deben hacer algo más radical que despedir a Sepúlveda o disimular el goteo indemnizatorio a Bárcenas.

*José Luis González Quirós es analista político 

Pocas veces se ha asistido a un desmoronamiento de las expectativas políticas tan intenso como el que afecta al PP. Aunque conserve cierta ventaja sobre el PSOE, no debería engañarse, pero ya decía Pemán que mal de muchos, consuelo de gobernantes. Rajoy ha admitido recientemente que ha incumplido el programa electoral con el que ganó las elecciones, pero se ha puesto solemne para afirmar que lo ha hecho a cambio de cumplir con su deber, una especie de exigencia moral que nace de considerar que la política nada tiene que ver con las ideas, extraña dolencia que no es nueva en España.