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'Nihil novum sub sole', o el estado de los partidos
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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'Nihil novum sub sole', o el estado de los partidos

El llamado debate sobre el estado de la Nación ha pasado sin pena ni gloria porque ni ha sido un debate, ni apenas se ha hablado

El llamado debate sobre el estado de la Nación ha pasado sin pena ni gloria porque ni ha sido un debate, ni apenas se ha hablado sobre el estado de la nación, a no ser que hayamos llegado ya a confundir por completo a la nación con quienes tan deficientemente se ocupan de ella. Rajoy ha hecho lo que se esperaba y eso no es gran cosa para la mayoría de sus votantes. Le quedan todavía miles de incondicionales, muchos de ellos en los bancos del Congreso, pero caben serias dudas de que su intervención haya supuesto un alivio para los que, con perfecto derecho, conservan la esperanza de que de su política pueda venir algo bueno. Sin embargo, en la medida en que crea que lo importante es haber ganado a Rubalcaba, podrá sentirse ufano, puesto que acertó a ponerle una varita al líder socialista que seguramente habrá escocido: tal vez la cosa más cierta y creíble que haya dicho ayer Rajoy sea, precisamente, su réplica afirmando que no había pedido la dimisión de Rubalcaba porque no le convenía hacerlo. Claro es que Rubalcaba se había arriesgado previamente al pedir la dimisión de Rajoy, lo que, a buen seguro, tampoco le convendría mucho. 

Rubalcaba y Rajoy, Rajoy y Rubalcaba son ya como las dos faces de una vieja medalla, mientras los españoles ya no creen en esa clase de milagros. Da lo mismo que se acusen de corrupción o que se avengan a hacer un pacto contra ese cáncer que, a su parecer, no les afecta grandemente, porque de esas cosas, habladurías, dimes y diretes, no se habla, si no es por alusiones, en los sitios serios como el Congreso. En sus manos, la política se ha convertido en algo perfectamente ritualizado, sin vida alguna que ya no interesa nada más que a los que viven de un tinglado tan fuera de tamaño.

Este carácter casi orwelliano de la política española, que el PP haga políticas que serían apropiadas en un partido de izquierda, mientras que el PSOE le reprocha el incumplimiento de sus promesas, está haciendo más por el desprestigio de la política que los episodios, sangrantes en todo caso, de corrupción, pero es perfectamente coherente con la estrategia que el Partido Popular, en este caso, aplica a su tratamientoRajoy no ha explicado cómo es que tras un año de Gobierno el paro ha seguido subiendo de manera inmisericorde, ni cómo la deuda pública ha aumentado tanto como en cualquiera de los años del zapaterismo. Y no lo hace porque, al parecer, le basta con afirmar, ya veremos en qué queda luego el dato, que el déficit se ha situado por debajo del 7%, es decir, casi como lo del corrido mexicano, que decía que “de seis tiros que la dieron, no más uno era de muerte”. Ya sabemos que Rajoy considera que su deber ha sido la causa de su olvido del programa electoral, probablemente el documento más inútil en la historia de la democracia española, pese a lo cual pude oír días atrás cómo un secretario de Estado más ufano de la cuenta hablaba de las políticas de un gobierno liberal.

Este carácter casi orwelliano de la política española, que el PP haga políticas que serían apropiadas en un partido de izquierda, mientras que el PSOE le reprocha el incumplimiento de sus promesas, está haciendo más por el desprestigio de la política que los episodios, sangrantes en todo caso, de corrupción, pero es perfectamente coherente con la estrategia que el Partido  Popular, en este caso, aplica a su tratamiento. Véase la manera de afrontar lo de Bárcenas, o las alabanzas a la inocencia y perspicacia de la señora Mato, porque al parecer nadie, y Rajoy menos que nadie, es responsable de que el tesorero del PP, un cargo que no se adjudica por sorteo, haya levantado una fortuna sin que nadie se considere ni siquiera afectado por la responsabilidad in vigilando. Es decir, que Rajoy tenía el mismo despiste con las cuentas delpartido que la señora Mato con los gastos de sus chiquitines o los vehículos que pernoctaban en sus garajes: normal que considere su deber protegerla de las maledicencias.

Rajoy y Rubalcaba están a punto de conseguir que la política española sea una representación tan ritualizada como una ópera oriental de esas que un español común tiene que seguir, si tiene la paciencia que requiere el caso, con un asesor al lado porque cuanto en ellas acontece no parece tener mucho que ver con el mundo común.  Si fuera por lo que se dice en estos debates no tendríamos ni idea de lo que pasa, aunque, eso sí, sabríamos que unos y otros se consideran enemigos mortales, aunque sea puro teatro

Saldremos adelante, pero no será por lo que digan o hagan, entretenidos como están en sus cuitas y sus imágenes, y con el cuajo suficiente como para volver a repetir la promesa de que no habrá que adelantar el IVA cuando no se cobre. Si se les hace caso, lo único que funciona mal es la economía, lo demás va de cine, y lo digo sin ironía. Rajoy ha apuntado en su discurso un descubrimiento de alguna de esas águilas que tiene a su servicio, la desagregación del número de parados entre españoles y extranjeros, lo que, aparte de recordar la invención zapateril de la “desaceleración del índice de crecimiento del desempleo”, no sé qué demonio querrá decir. Tal vez si enfrente hubiese un político con ganas podría haberle reprochado ese distingo, pero como Rubalcaba va a lo que va, a reinventar el partido socialista, no tendrá tiempo de caer en nimiedades.

*José Luis González Quirós es analista político

El llamado debate sobre el estado de la Nación ha pasado sin pena ni gloria porque ni ha sido un debate, ni apenas se ha hablado sobre el estado de la nación, a no ser que hayamos llegado ya a confundir por completo a la nación con quienes tan deficientemente se ocupan de ella. Rajoy ha hecho lo que se esperaba y eso no es gran cosa para la mayoría de sus votantes. Le quedan todavía miles de incondicionales, muchos de ellos en los bancos del Congreso, pero caben serias dudas de que su intervención haya supuesto un alivio para los que, con perfecto derecho, conservan la esperanza de que de su política pueda venir algo bueno. Sin embargo, en la medida en que crea que lo importante es haber ganado a Rubalcaba, podrá sentirse ufano, puesto que acertó a ponerle una varita al líder socialista que seguramente habrá escocido: tal vez la cosa más cierta y creíble que haya dicho ayer Rajoy sea, precisamente, su réplica afirmando que no había pedido la dimisión de Rubalcaba porque no le convenía hacerlo. Claro es que Rubalcaba se había arriesgado previamente al pedir la dimisión de Rajoy, lo que, a buen seguro, tampoco le convendría mucho.