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Pilar García de la Granja

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Pilar García de la Granja

España y el paro

España está parada. Dicen los datos del antiguo INEM (gente que va apuntarse a las oficinas de empleo) que en febrero hemos sobrepasado los 5 millones

España está parada. Dicen los datos del antiguo INEM (gente que va apuntarse a las oficinas de empleo) que en febrero hemos sobrepasado los 5 millones de parados. La EPA (Encuesta de Población Activa) sitúa el nivel de desempleo en 6 millones de personas. Cualquiera de las cifras es una auténtica barbaridad. España tenía en 1995 un 23% de desempleo. El entonces ministro Solbes lo calificó de “paro estructural”; era una afirmación falsa. El descenso del nivel de este fue extraordinario durante las legislaturas de José María Aznar, hasta tocar mínimos históricos en la primera etapa de Rodríguez Zapatero.

En 2007, España bajó por primera vez del 9% de paro. Es decir, el empleo en España acompaña a los ciclos económicos y a las reformas que se emprenden durante las legislaturas políticas. La evidencia no es consuelo, pero nos sitúa a la hora de analizar. El querer trabajar y no poder es el primer drama del paro. El estar en paro y no acceder a ninguna subvención es el primer problema del Estado, si este no puede sufragar los gastos mínimos que garanticen el umbral de dignidad.

Durante el pasado febrero se destruyeron la mitad de puestos de trabajo que en febrero de 2012, mes en el que se aprobó la reforma laboral de Fátima Báñez. Efectivamente, es un alivio, pero no un consuelo. La sensación es que aún no se ha tocado fondo en la sangría del desempleo, porque se siguen destruyendo afiliaciones a la Seguridad Social. El hecho de que haya menos contribuyentes tiene dos efectos directos: menos recaudación por parte del Estado de dinero destinado a mantener el Estado del bienestar (subsidios, pensiones, educación y sanidad) y la necesidad imperiosa de aplicar fórmulas imaginativas para reconducir la situación. Dice el presidente del Instituto IFO alemán que la crisis en España durará otros diez años y que la deflación interna será de un 30% adicional. Para que esta temeraria afirmación no se convierta en una realidad, el Gobierno, los sindicatos, los empresarios y los trabajadores tienen que tomar conciencia de que hay que reinventarse.

Habría que suspender durante un par de años la cotización a la Seguridad Social por parte de las empresas o, en su defecto, reducirla sustancialmente. El coste de contratar en España es el primer impedimento para acceder al mercado de trabajoSi en 2009 era poco menos que una deshonra ser mileurista, cuatro años después es una lotería. Un salario de 1.000 euros netos al mes supone un coste para el empresario de casi 1.500 euros mensuales. Habría que suspender durante un par de años la cotización a la Seguridad Social por parte de las empresas o, en su defecto, reducirla sustancialmente. El coste de contratar en España es el primer impedimento para acceder al mercado de trabajo. El problema no está en el despido, sino en el acceso a un puesto laboral. Tal y como describió el presidente del Gobierno, el nuevo contrato para jóvenes -sin utilizar la palabra minijobs- se tiene que generalizar. Será mejor trabajar menos horas por 500 euros que no trabajar ninguna. La deshonra, llegados a este punto, no está en ganar poco, está en no poder trabajar. Y como el crédito tardará en volver, como el consumo sigue desplomado, como vivimos una segunda recesión en la que el dinero extranjero continúa huyendo del país y las empresas españolas no aguantan tanta fiscalidad, hay que poner en práctica un plan nacional contra la pobreza.

No es un problema que los jóvenes abandonen España para trabajar. Lo dijo Vicente del Bosque en los Encuentros de El Confidencial, y yo lo suscribo. Afortunadamente, los jóvenes españoles están preparados para trabajar y competir en cualquier lugar del mundo. Los jóvenes que salen de España tienen una preparación infinitamente superior a los emigrantes españoles de hace 40 o 50 años. Trabajar en el extranjero no es una deshonra, ni una pena, ni una tragedia. La tragedia es no poder trabajar para vivir.

Y, para concluir, conviene dejar de pensar y trasladar a la opinión pública que España saldrá de la crisis gracias a la demanda exterior, una coletilla que repiten sin cesar nuestros políticos desde el año 2009 y que, sencillamente, no se cumple. Yo creo que la razón es simple: el crecimiento español se ha basado fundamentalmente en el consumo interno. Es urgentísimo buscar la competitividad en el sector servicios, en la medicina, en la investigación... España no tiene petróleo ni grandes recursos naturales. España tiene industria media y servicios. Vamos a apostar por lo que sabemos hacer y no por lo que nos gustaría ser. Ni España es Alemania, o Francia o Austria, ni los españoles compartimos su modo cultural de vida. Podemos aspirar a ser la Florida de Europa, pero no podemos pretender ser Illinois, California o Nueva York, porque esos Estados se corresponden con Alemania, Francia y el Reino Unido. 

España está parada. Dicen los datos del antiguo INEM (gente que va apuntarse a las oficinas de empleo) que en febrero hemos sobrepasado los 5 millones de parados. La EPA (Encuesta de Población Activa) sitúa el nivel de desempleo en 6 millones de personas. Cualquiera de las cifras es una auténtica barbaridad. España tenía en 1995 un 23% de desempleo. El entonces ministro Solbes lo calificó de “paro estructural”; era una afirmación falsa. El descenso del nivel de este fue extraordinario durante las legislaturas de José María Aznar, hasta tocar mínimos históricos en la primera etapa de Rodríguez Zapatero.

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