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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Astuto ¿con quién?

Un astuto, por definición, nunca anuncia que lo es. Y si lo hace, desde ese mismo instante pierde cualquier posibilidad de ser considerado como tal

Foto: Artur Mas, durante una sesión del Parlamento de Cataluña. (Reuters)
Artur Mas, durante una sesión del Parlamento de Cataluña. (Reuters)

Un astuto, por definición, nunca anuncia que lo es. Y si lo hace, desde ese mismo instante pierde cualquier posibilidad de ser considerado como tal (aunque ese sea su mayor anhelo): todos sus interlocutores se encuentran al cabo de la calle, puestos sobre aviso precisamente por quien declara creerse más listo que ellos.

No deja de ser casualidad que quienes gustan de utilizar tales términos, también acostumbren a ser muy aficionados a las metáforas de los casinos, los juegos de azar y, más específicamente, las cartas. Sus frases favoritas suelen ser las que contienen expresiones como "cartas escondidas", "ases en la manga" y similares. Sin duda, este tipo de lenguaje tiene algo de inquietante cuando se emplea en la vida cotidiana, en la medida en que parece presuponer que las relaciones personales como mejor se entienden es pensándolas en términos de una confrontación que, por más simbólica que sea, ve al otro o a los otros como enemigos a derrotar (resultaría ridículo desde sus mismos términos plantearse que una partida de póker pudiera resolverse apelando al diálogo, la transacción o el pacto). Pero es cuando intenta utilizarse en la esfera pública cuando resulta, a mi juicio, directamente tóxico.

Probablemente podría afirmarse, parafraseando al filósofo italiano Gianni Vattimo, que el astuto es un mentiroso débil, y en esa misma medida se le puede aplicar la famosa paradoja de idéntico nombre, planteada entre otros por Zenon de Elea en la antigüedad, y, ya en nuestro tiempo, por Bertrand Russell. Desde un punto de vista técnico la paradoja suele enunciarse en los siguientes términos: ¿Qué valor de verdad tiene la proposición “esta proposición es falsa”? Esto mismo se podría llevar a un plano práctico y en tal caso la formulación adecuada vendría a ser esta otra: ¿Cómo fiarse de alguien que ha empezado por declararse astuto, esto es, por advertirnos de que no va a guardar fidelidad a la palabra dada, de acuerdo con la clásica definición de astucia presentada por Maquiavelo?

Quizá se entienda mejor el alcance de lo que pretendo señalar por medio de una anécdota, que puede funcionar a modo de ejemplo ilustrativo. Hace pocos días, en una tertulia vespertina de una televisión privada catalana se discutía acerca de la actitud que tomaría Mas en el momento en el que el TC suspendiera la consulta (momento preciso en el que nos encontramos). ¿Se echaría atrás? ¿Sacaría las urnas a la calle a pesar de la suspensión? En la mesa de debate participaba el líder de la formación independentista Solidaritat Catalana Alfons López Tena, quien no dejaba de insistir en el compromiso firme de llevar las cosas hasta el final que había adquirido el actual presidente de la Generalitat en sede parlamentaria con unas palabras ("se celebrará la consulta sí o sí") que el exdiputado autonómico recordaba bien.

A su lado, alguien (cuyo nombre he olvidado, pero que parecía muy próximo a CiU) ejercía de defensor de Artur Mas. Cumplía la tarea a base de oficiar de hermeneuta de las diferentes declaraciones y manifestaciones que el president había hecho a lo largo de los últimos tiempos. El resultado era, ciertamente, llamativo. Sucedía que todas aquellas frases que tan rotundas e inequívocas sonaban en el momento de ser pronunciadas (el gesto solemne siempre ayuda, desde luego), cuando eran interpretadas a la luz del actual momento no significaban exactamente lo mismo que había parecido que daban a entender entonces. Aunque el mencionado intérprete no utilizara esos términos, al espectador se le hacía evidente que lo que le había venido diciendo Mas tenía truco, esto es, albergaba la dosis justa de ambigüedad como para que, lejos de poder ser esgrimido a la hora de la verdad como prueba irrefutable para denunciar sus incumplimientos y traiciones -como aquéllas de las que estaba advirtiendo López Tena-, pudiera presentarse, al contrario, como muestra de una profunda coherencia a prueba de bomba.

Así, el tajante "convocaré al pueblo de Cataluña a que decida sobre su futuro" significaba únicamente, según el mencionado intérprete, que Mas firmaría el decreto de convocatoria, pero no que iría más allá si surgían dificultades. Ahora se descubría también que la frase "no hay más plan que el de votar" no especificaba en qué tipo de elecciones votarían los catalanes, por lo que, en caso de suspenderse la convocatoria a la consulta y celebrar en su lugar una elecciones autonómicas anticipadas, Mas podría incluso ponerse la medalla de estar siendo fiel a su promesa por el mero hecho de ejercer una prerrogativa ordinaria de la que siempre dispuso como presidente de la Generalitat (y que, por tanto, no constituye ningún mérito ni representa conquista política alguna).

Y qué decir del "cumpliremos con lo prometido, y lo haremos bien", donde el contenido del adverbio "bien", en apariencia inocuo a primera vista, era leído por el defensor de Mas, con efectos retroactivos, en el sentido de que éste siempre había advertido de que no estaba dispuesto a enfrentarse al Estado. Lo propio argumentaba en relación con las reiteradas apelaciones al "respeto al marco legal", entendido a conveniencia, en función de la coyuntura, como marco legal catalán o español. O, en fin, para no alargar en exceso una lista que sin dificultad podría prolongarse hasta hacerse agotadora para el lector, cómo no iba nuestro hombre a valorar en parecida clave (en síntesis, como salida de emergencia por la que poder escapar que se dejaba entreabierta para cuando vinieran mal dadas) la más reciente afirmación de Mas, la de que "el pueblo catalán ha de votar con plenas garantías democráticas", sino como la manera de anunciar que, de no darse unas determinadas condiciones (por culpa de Madrid, eso ni se pone en cuestión), quedaría justificada su renuncia a celebrar efectivamente la consulta.

¿Debemos concluir que todas estas afirmaciones equívocas constituían ejercicios de astucia retórica por parte de Artur Mas, ejercida en esta ocasión sobre los sectores independentistas más radicales? Ya sé que alguien podrá objetarme que las declaraciones del president a las que me he referido al principio de este artículo especificaban que ejercería la astucia... al servicio del pueblo de Cataluña. Pero ¿cómo creer -como tal vez le ocurrió a López Tena- al astuto que nos asegura "no te preocupes, que contigo no lo voy a ser"? ¿Qué razón hay para pensar que estas palabras no constituyen también una astucia de segundo grado? No hay modo de determinarlo de manera concluyente, pero en todo caso parece claro que cuando alguien empieza por alardear de su astucia, son esas mismas palabras suyas las que nos están autorizando a recelar de cuanto pueda hacer y decir. No es solo, pues, que el astuto de fuste nunca diga que lo es, sino que en el momento en que comete tamaña torpeza se convierte a ojos vista en una persona poco de fiar.

Un astuto, por definición, nunca anuncia que lo es. Y si lo hace, desde ese mismo instante pierde cualquier posibilidad de ser considerado como tal (aunque ese sea su mayor anhelo): todos sus interlocutores se encuentran al cabo de la calle, puestos sobre aviso precisamente por quien declara creerse más listo que ellos.

Artur Mas Filosofía Cataluña