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La filosofía y la camiseta de Catherine Deneuve
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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La filosofía y la camiseta de Catherine Deneuve

La actriz no aceptaba papeles en los que apareciese desnuda. Pero en una película, mostraba sus pechos. No era real: iba cubierta por una camiseta de color carne

Foto: Catherine Deneuve, en una escena de 'Belle de jour'.
Catherine Deneuve, en una escena de 'Belle de jour'.

La anécdota a la que alude el título del presente artículo tuvo lugar hace ya bastantes años. Acababa yo de leer en un suplemento dominical una extensa entrevista con Catherine Deneuve en la que, entre otras muchas cosas, declaraba, con llamativa rotundidad, que bajo ningún concepto aceptaba papeles en los que tuviera que aparecer desnuda. También destacaba, por diferentes razones,algunas de las películas que había protagonizado a lo largo de su carrera. Estimulado por sus comentarios, alquilé en el videoclub una de ellas -lamento no recordar ahora el título de la escogida-.

La estaba viendo con gusto cuando, de pronto, en la pantalla ocurrió algo totalmente inesperado. Para mi sorpresa, en una escena del film la actriz francesa se abría de manera fugaz la blusa dejando ver -bueno, es un decir, porque su acción era extremadamente rápida- sus pechos desnudos. La contradicción con sus declaraciones, cuya lectura tenía bien reciente, era demasiado flagrante como para que no tuviera alguna explicación. Finalmente, incrédulo ante lo que yo mismo había podido ver, decidí detener la imagen en la que, supuestamente, Catherine Deneuve había incumplido su palabra. Mi sorpresa fue, si cabe, aún mayor: en realidad, la protagonista de Belle de jour llevaba una camiseta color carne, de todo punto imperceptible para el espectador que estuviera viendo la película en condiciones normales.

Recordé la anécdota hace poco más de dos meses, hablando de cine y filosofía en el Museo San Telmo, de San Sebastián. Me parecía que dicha anécdota podía servir como ejemplo para ilustrar adecuadamente la tarea del filósofo. En el fondo, vine a decir, la ocupación de éste consiste en detener de cuando en cuando la película de la vida, y preguntarse por alguna de esas cosas que, siendo vistas por la inmensa mayoría de la gente sin que le generen el menor conflicto, a él, sin embargo, por alguna razón le llaman la atención (el filósofo "lo para todo y mira", le leí en cierta ocasión a un pensador de este país).

Ya sé que la tesis tradicional es la que sostiene que el filósofo es aquel que se pregunta sistemáticamente por el porqué de las cosas, pero no estoy seguro de que sea este tipo de curiosidad el que lo defina. A fin de cuentas, también se pregunta por el porqué del mundo natural el científico o por el del universo, el astrónomo y así sucesivamente. Mi impresión es más bien que el filósofo, además de preguntarse de tanto en tanto (también él) por las causas de cuanto ocurre y cuanto hay, es sobre todo alguien que, frente a las afirmaciones que el resto de los mortales no cuestionan, dan por descontadas o les parecen perfectamente obvias, se hace la pregunta "¿estáis seguros?".

Esto mismo se podría plantear acogiéndose a la autoridad del filósofo canadiense Charles Taylor, para el cual la función de la filosofía es hacer explícito lo que hasta un determinado momento era tácito. Con demasiada frecuencia se ha interpretado que este último enfoque equivale a mostrar el sentido oculto de las cosas, y qué duda cabe que muchas veces a lo largo de la historia del pensamiento ha sido así. Pero también puede ocurrir que lo que deje a la vista la mirada del filósofo, lo que éste saque a la superficie, no sea el sentido profundo, sino el hondo sinsentido sobre el que descansaba todo (¿hay mejor ejemplo que el de la muerte?), no el orden subyacente (algunas de las manos invisibles, como la del progreso o la del mercado, en las que a lo largo de la historia tanto se ha llegado a confiar), sino el caos que todo lo confunde (nuestra crisis sin fin). O, por regresar al punto de partida del presente texto: no la verdad supuestamente oculta (los pechos de Catherine Deneuve), sino la mentira subyacente (la camiseta color carne).

Se desprende de lo anterior, no solo el carácter profundamente subversivo de la mirada filosófica -por definición siempre recelosa, desconfiada y alerta frente a lo que ocurre y tiende a presentarse como perfectamente natural, cuando no ineludible- sino también una consideración referida a su propio funcionamiento. Por decirlo rápidamente: constituye un error hablar de temas específicamente filosóficos, como si acerca del resto de asuntos, por más que preocupen al común de los mortales, el filósofo no tenga nada que decir. El planteamiento debería ser radicalmente otro: no hay temas filosóficos, sino tratamiento filosófico de los temas. Lo que significa que, por decirlo con un lenguaje coloquial, se le puede sacar punta a muchos más asuntos de los que los filósofos académicos, en su exquisito elitismo, acostumbran a creer.

De hecho, por referirme a una realidad bien inmediata, las opiniones de cualesquiera de esos personajillos frikies que proliferan en tantos programas de televisión están trufadas de presupuestos acerca del amor, el sexo, la muerte, el conocimiento o la vida en general (presupuestos de cuya existencia ellos mismos no son conscientes, por descontado) dignos de ser primero explicitados y luego analizados, en la medida en que muestran aspectos relevantes de nuestro imaginario colectivo actual.

No pretendo concederle mayor importancia al ejemplo, pero no deja de resultar significativo (como poco) el desparpajo y el convencimiento con el que los mencionados personajillos gustan de repetir la frase (casi un oxímoron) "ésta es mi verdad" [sic], cuando narran su particular versión de algo, asumiendo como si de una evidencia se tratara un relativismo banal que, sin ninguna duda, resulta muy expresivo de la sociedad postmoderna en que vivimos.

No estamos planteando por tanto una consideración sociológica (del tipo: hemos de buscar a nuestros interlocutores dondequiera que estén, y hablarles de aquellos asuntos que les agradan) sino, por así decirlo, de filosofía en cuanto tal. Con un lenguaje un poquito provocador: de la atención a esas otras dimensiones de lo real, únicamente en apariencia desechables, también tiene algo que aprender el filósofo, aunque solo sea (y no es poco) la forma y las variaciones que ha experimentado la visión del mundo hoy dominante.

No descarto que algún lector pueda interpretar que es posible llevar a cabo una traslación de lo que aquí se ha planteado a otros ámbitos. Tal vez piense que los argumentos anteriores, con el refuerzo de algunos otros parecidos, también se podrían aplicar a la esfera de la política y servirían, pongamos por caso, como elementos de refuerzo para justificar aquella presencia de Pedro Sánchez en "Sálvame" o en "El hormiguero" que tanto revuelo armó en su momento. La verdad, no sabría qué decirle al respecto a ese imaginario lector: yo soy más de Évole y Wyoming.

La anécdota a la que alude el título del presente artículo tuvo lugar hace ya bastantes años. Acababa yo de leer en un suplemento dominical una extensa entrevista con Catherine Deneuve en la que, entre otras muchas cosas, declaraba, con llamativa rotundidad, que bajo ningún concepto aceptaba papeles en los que tuviera que aparecer desnuda. También destacaba, por diferentes razones,algunas de las películas que había protagonizado a lo largo de su carrera. Estimulado por sus comentarios, alquilé en el videoclub una de ellas -lamento no recordar ahora el título de la escogida-.

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