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Sobre fanáticos, convencidos y manipulados
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Sobre fanáticos, convencidos y manipulados

Pemán acostumbraba a decir que fascista no es una declaración política que haga el propio interesado sino un diagnóstico que a éste le endosa alguien desde fuera

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El escritor gaditano José María Pemán acostumbraba a decir que "fascista" no es una declaración política que haga el propio interesado sino un diagnóstico que a éste le endosa una persona desde fuera. Lo que le permitía extraer la conclusión de que "fascista" es "eso que siempre es otro". Pues bien, no costaría aplicar a "fanático" la misma definición, como cualquiera tiene sobradas ocasiones de comprobar últimamente por las latitudes en las que vivo. Por aquí los fanáticos (a los que, como complemento casi obligado, se les suele considerar también fachas) pertenecen siempre, por definición, al universo de los que no están de acuerdo con el único discurso presente en el espacio público catalán. En cambio, respecto a quienes participan de lo que resulta poco menos que obligado pensar lo que se dice es que se encuentran "movilizados", "cohesionados", "ilusionados" y otros adjetivos de parecida connotación positiva.

Por supuesto que, como alguien se atreva a deslizar la sospecha de que tanto presunto entusiasmo es en gran medida producido por la eficacia de unos medios de comunicación públicos convertidos en unos auténticos aparatos de propaganda que dejan en mantillas lo conocido hasta ahora, se encontrará, invariablemente, con la consabida respuesta/pregunta: "¿Acaso estás diciendo que tanta gente es tonta o está manipulada?" (adjetivos ambos que por cierto ellos atribuyen sin pestañear a sus adversarios).

En realidad, no tiene nada de extraño el empeño por quedar a salvo de un reproche tan poco presentable como el de "fanático". Absolutamente nadie -ni siquiera la persona que desde fuera habría acuerdo unánime en considerar fanatizada por completo, el hooligan más furioso- respondería de manera afirmativa a la pregunta "¿Es usted un fanático?", lo cual nos proporciona una pista que merece la pena perseguir. Por lo pronto, hay que empezar constatando que no siempre la condición de protagonista es garantía de comprensión de lo que se está viviendo. Esta reserva la solemos expresar en el lenguaje ordinario mediante expresiones del tipo "tú no estás en condiciones de ser objetivo porque eres parte interesada" o "quien está más cerca [en clara referencia al marido] es el último en enterarse".

El callejón sin salida a menudo se produce cuando al punto de vista de la primera persona se le contrapone, sin más, el de la segunda persona, esto es, cuando, sin otro argumento que el de no ser el protagonista, alguien le señala a éste su error. La réplica que inmediatamente obtiene el crítico por parte del criticado es: "¿Y qué autoridad tienes tú, que no estás viviendo mi situación, para decirme que estoy equivocado?". Por esta vía está claro que el asunto no tiene salida: nos encontramos en una variante del estéril tu palabra contra la mía. Pero no se trata de oponer a una subjetividad otra subjetividad, sino de intentar confrontar unas opiniones (sean de primera o de segunda persona) de cuya sinceridad no hay por qué dudar, con la realidad misma.

Hablando de la moda, el filósofo Xavier Rubert de Ventós solía comentar en sus clases que existen dos tipos de personas: las que van a la moda y las que dicen que no van a la moda... y en realidad van a la moda del año pasado. Estas últimas están convencidas de lo que dicen, ciertamente, pero harían bien en tomar en consideración las observaciones objetivas que le planteaba Miranda Priestly, la prestigiosa editora de Runway, la revista de moda más famosa del mundo, en la película "El diablo se viste de Prada" a su joven secretaria, una de las convencidas de que eso de la moda no iba con ella: "Es algo cómico que pienses que tomaste una decisión que te exime de la industria de la moda [comprar en rebajas esa prenda que llevas puesta] cuando de hecho, estás usando un suéter seleccionado para ti por la gente de esta sala".

El personaje encarnado por la siempre solvente Meryl Streep (en el papel de una especie de Cruella de Vil absolutamente fashion) justificaba a continuación su tajante afirmación: ese azul cerúleo del suéter lo introdujo Óscar de la Renta en una colección de vestidos hace tres años, luego lo utilizó Yves Saint Laurent, a continuación otros ocho diseñadores y acabo filtrándose a los establecimientos de ropa barata para jóvenes donde la secretaria respondona había terminado comprándolo, persuadida de que era una decisión absolutamente autónoma. Aunque no lo hacía, Miranda Priestly podía haber terminado su rapapolvo señalando que en realidad los únicos que visten por completo al margen de la moda son los mendigos, obligados por su miseria a vestirse de cualquier manera, sin atender a lo estrafalaria o ridícula que pueda resultar la ropa que se ponen.

No creo que resulte demasiado aventurado predicar parecidos argumentos de otro tipo de actitudes, concretamente de las relacionadas con la política. Buena parte de los sentimientos de agravio más extendidos entre los ciudadanos catalanes tienen un dudoso fundamento in re. El supuesto ataque del infausto ministro Wert a la lengua y cultura catalanas se ha sustanciado hasta el presente (puesto que la ley no ha empezado a aplicarse y es dudoso que llegue a hacerlo próximamente por razones presupuestarias) en una desafortunada y torpe intervención en el Congreso de los Diputados aludiendo a la necesidad de "españolizar" a los niños catalanes. Sin embargo, no es raro en Cataluña oír a mucha gente hablar como si su lengua y su cultura estuvieran en inminente peligro de desaparecer por causa de la LOMCE.

Pero no nos enredemos en la casuística. Lo que importa, en todo caso, es no perder de vista la naturaleza del fanatismo que nos rodea. El fanático no lo es porque sus convencimientos le nublen por completo la razón (a fin de cuentas, una de las frases favoritas de muchos toxicómanos es "yo controlo") sino porque es incapaz de aceptar el frágil carácter de constructo que, necesariamente, tiene cuanto pensamos. Lejos de eso, convierte sus ideas en evidencia incontrovertible. Olvida de esta manera algo acerca de lo cual ya nos había advertido Spinoza: ser conscientes de nuestras determinaciones no nos coloca por encima de ellas.

A estos fanáticos-sin-saberlo les vendría bien una pequeña cura de humildad. Podrían empezar por recordar una cosa bien sencilla: si la publicidad no lograra en absoluto sus objetivos las grandes marcas comerciales no se gastarían un céntimo en campañas, y si la propaganda política se estrellara contra el muro de la insobornable independencia de criterio de los ciudadanos, ningún gobierno tendría el menor interés en controlar los medios de comunicación. Pero las primeras llegan a gastar fortunas en sus anuncios y los segundos como aquel que dice matan por el control de los telediarios. Por algo será, ¿no les parece?

El escritor gaditano José María Pemán acostumbraba a decir que "fascista" no es una declaración política que haga el propio interesado sino un diagnóstico que a éste le endosa una persona desde fuera. Lo que le permitía extraer la conclusión de que "fascista" es "eso que siempre es otro". Pues bien, no costaría aplicar a "fanático" la misma definición, como cualquiera tiene sobradas ocasiones de comprobar últimamente por las latitudes en las que vivo. Por aquí los fanáticos (a los que, como complemento casi obligado, se les suele considerar también fachas) pertenecen siempre, por definición, al universo de los que no están de acuerdo con el único discurso presente en el espacio público catalán. En cambio, respecto a quienes participan de lo que resulta poco menos que obligado pensar lo que se dice es que se encuentran "movilizados", "cohesionados", "ilusionados" y otros adjetivos de parecida connotación positiva.

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