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A bordo de un avión sin pilotos
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Gonzalo López Alba

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A bordo de un avión sin pilotos

Se diría que Zygmunt Bauman adivinó el presente de España cuando, en 2001, escribió: “La nuestra es una experiencia semejante a la de los pasajeros de

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Se diría que Zygmunt Bauman adivinó el presente de España cuando, en 2001, escribió: “La nuestra es una experiencia semejante a la de los pasajeros de una avión que a gran altura descubren que no hay nadie en la cabina” (La sociedad individualizada).

La pregunta es inevitable: ¿Dónde está Mariano Rajoy? ¿Qué hace el presidente del Gobierno? Dicen sus portavoces que a lo largo de toda la semana pasada desplegó una intensa actividad internacional y no hay por qué dudarlo. Pero, si así fue, los ciudadanos tenemos derecho a saber en qué ha consistido esa actividad, porque semana tras semana y día tras día Rajoy es puesto en evidencia política por el italiano Mario Monti, que viaja, comparece, explica y convoca a la oposición. Que por fin Rajoy haya recibido a los líderes sindicales es una buena señal, pero que estos pudieran hablar con Merkel antes que con el presidente de su país es el peor síntoma. Volamos en automático, pero gobernados desde la torre de control de Berlín.

Los únicos de los que se conoce su actividad son los responsables de Economía, Luis de Guindos, que es visto en Europa como un junior porque desposeído de la Hacienda es un ministro de Economía demediado; de Asuntos Exteriores, José Manuel Margallo, que contradice con demasiada frecuencia la máxima de que la diplomacia sirve para resolver entuertos en vez de para crearlos; y de Hacienda, Cristóbal Montoro, que manotea dialécticamente como quien se arroja al agua para salvar al que se está ahogando con la técnica mortal de aferrarle por el cuello. Ante su demostrada incompetencia, si Aznar se permitió contratar en 2003 los servicios de un lobby para obtener una condecoración de EEUU, mejor haría su sucesor en contratar los de otros –que existen- para mejorar la imagen internacional de España.

La semana pasada cerró con la impresión de que se alivia la presión especulativa sobre España gracias a unas declaraciones (¡!) del presidente del Banco Central Europeo. Pero que una simple declaración de intenciones determine la intensidad de los espasmos del mercado ya es de por sí alarmante. Demasiadas veces se ha pasado ya del dramatismo a la euforia y viceversa. Cuando un político -y Mario Draghi no deja de serlo en estos momentos- acompaña su declaración con la apostilla de “créanme”, es momento de tentarse la cartera.

Hasta ahora, según expresión acuñada con fortuna por el francés François Hollande, todas las decisiones europeas no han sido más que “patadas a seguir”. Y la crisis europea presenta grandes similitudes con la situación de pánico financiero que se vivió en EEUU en 1907, en un marco de recesión y contracción económica general. Aquel pánico fue el que alumbró el nacimiento de la Reserva Federal, pero su creación no llegó hasta ¡16 años después! Paradojas de la Historia, su fuente de inspiración fue el Reichsbank alemán.

El pusilánime arrastrar de pies de Rajoy ha provocado que hasta en las filas socialistas exista una cierta añoranza de Aznar, al que ahora se reconoce su capacidad para dar un puñetazo en la mesa cuando era preciso, pero el enrocamiento del presidente en la mayoría absoluta que tiene en el Parlamento empuja al PSOE a realizar una posición de mayor confrontación de la que querría Alfredo Pérez Rubalcaba. Dirigentes socialistas que hasta hace poco defendían en los órganos de dirección la búsqueda de zonas de consenso han cambiado de criterio al concluir que el Gobierno se empeña en destruir todo posible puente de entendimiento y el ninguneo del felipismo mediático al líder del PSOE, al presentar el lunes pasado al expresidente como el socialista que marca el paso, ha provocado un hondo malestar en todas las corrientes del partido. ¿Qué hace el presidente del Gobierno? Dicen sus portavoces que a lo largo de toda la semana pasada desplegó una intensa actividad internacional y no hay por qué dudarlo

Pero se equivoca el PP si cree que el interés del PSOE es medrar en la ruina del Gobierno. Los socialistas más cabales son conscientes de que necesitan que la situación de España mejore porque sólo cuando aflojen el malestar y el pesimismo volverán a ser escuchados y tenidos en cuenta. Si no, serán engullidos en el mismo sumidero.

A falta de resultados prácticos en la lucha contra la crisis, lo mínimo que cabe exigir de toda la clase institucional, empezando por el Gobierno, es alguna palabra de aliento y algún gesto de ejemplaridad. Si, como se dice, la crisis actual es una crisis de confianza, la ejemplaridad es una de sus principales fuentes, pues como escribió Chateaubriand, “las virtudes morales hacen buenos demócratas”. Pero no hay virtud, ni moral, ni democracia (ni decencia) en que, como ha desvelado El Confidencial, miembros del Gobierno, con su presidente a la cabeza, sigan cobrando dietas por un alojamiento y manutención que ya tienen pagado.

Y tampoco las hay en que el viceportavoz del PP, Carlos Floriano, se ría de los ciudadanos afirmando que Rajoy está cumpliendo su programa electoral. Según recuerda Edward Gibbon, en la Persia de Artajerjes “a la edad de 7 años se aprendía a decir siempre la verdad” (Historia de la decadencia y caída del imperio romano). Convendría a Floriano y cia un repaso de aquellas enseñanzas. Aunque sería mucho esperar que aprendiera algo. Ya lo dijo Chateuabriand: “Se pasa de la mediocridad a la importancia, de la importancia a la necedad, y de la necedad al ridículo” (Memorias de ultratumba).

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Se diría que Zygmunt Bauman adivinó el presente de España cuando, en 2001, escribió: “La nuestra es una experiencia semejante a la de los pasajeros de una avión que a gran altura descubren que no hay nadie en la cabina” (La sociedad individualizada).